La dignidad humanista y su doble rasero

Por Tamara Iglesias

“El hombre ideal asume los accidentes de la vida con gracia, sacando el mejor provecho de las circunstancias, respetando y respetándose hasta rozar la felicidad”; con esta frase y sin saberlo, Aristóteles preludiaba la llegada de una de las mayores aportaciones humanistas de la Edad Moderna: la dignidad.

“Expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal” de Masaccio (1425-1428)

¿Qué es la dignidad?

A menudo, cercados por las cuatro paredes de la alienación digital y la anestesia social, olvidamos que dentro de nuestra acepción de libertad existen una serie de elementos clave que nos ayudan a preservarla, como es el caso de la dignidad. En sí, y acudiendo a la terminología de la RAE, se trataría de la cualidad suscrita a una personalidad digna, es decir, un sujeto merecedor de algo que normalmente asociamos con el respeto. Para no alargarme demasiado en este apartado, diremos que la dignidad es esa condición innata y universal que debiera prevenirnos de la humillación o el proceder ignominioso sobre nuestra persona, y que desde la modernidad se encuentra implantada en nuestra conceptualización colectiva.

¿Y antes de la Edad Moderna?

Lo cierto es que antes de la llegada del Humanismo, tanto la tradición pagana como la cristiana apostaron por la actitud del desconsuelo: el hombre no era más que esa ínfima partícula de pecado y tentación que luchaba sin éxito contra un destino inexorable, viviendo el calvario de dolor y pesar de su existencia mientras vagaba por la Tierra esperando la venida del juicio final (desde luego, una tendencia de lo más fatídica que enmarcó episodios como la crisis del año 1000 en Europa, cuando la supuesta venida inminente del anticristo llevó a miles de personas a ceder su patrimonio a cambio de salvar su alma de la condenación eterna; ¡SPOILER! Nunca hubo tal venida y la masa pudiente perdió su capital).

¿Y en la Edad Moderna?

Con la venida del Renacimiento se impulsó una corriente mucho más positiva (alejada de los coletazos de culpabilidad edénica) que centró sus esfuerzos en exaltar el carácter divino del ser humano a través de su estudio racional, rompiendo con las tradiciones escolásticas gracias a las obras grecolatinas. De esta manera el antropocentrismo sustituyó al teocentrismo, impulsando la introspección y el autoconocimiento así como el aprendizaje constante y el acceso a una serie de virtudes capaces de reafirmar la independencia del individuo (aquí, precisamente, entraría nuestro concepto de dignidad) para convertirlo en un gentilhombre alejado del epicureísmo y el hedonismo. Además de originar debates y asumir la financiación artística como parte de un bien común, uno de los medios más empleados para afianzar este nuevo rol fue la literatura, que rápidamente adoptó esta visión de un protagonista dueño de su destino.

La dignità italiana

De todos los escritores que ahondaron en esta temática a partir del siglo XIV, sin duda los italianos fueron los más prolíficos y los que lograron asentar más eficientemente las bases de esta ruptura con el pasado medieval.

Francesco Petrarca, humanista y lírico de referencia durante el Renacimiento, nos regala trabajos magníficos de los que quisiera destacar “De remediis utriusque fortunae”, y en especial el diálogo “De tristitia et miseria”; en él y, a través de dos personajes simbólicos (Dolor y Ratio), muestra el enfrentamiento lógico entre la postura antigua y la neófita. Dolor representará la idea de la miseria humana, mientras que Ratio será el portavoz de la practicidad, defendiendo que el hombre debe permitirse la felicidad pese a las desgracias que puedan aquejarle.

Siguiendo su mismo estilo, Bartolomé Fazio (muy conocido por sus labores como historiador en la corte de Alfonso el Magnánimo) nos legó “De excellentia et praesentia hominis”, un tratado en el que analiza todas las razones por las que el ser humano tiene la obligación de ser feliz y disfrutar de su tiempo en la Tierra. Por las mismas fechas (concretamente en 1452) Giannozzo Manetti unificaría fragmentos del trabajo de Cicerón, de Séneca y de Lactancio para justificar la dignidad como una de las cualidades inherentes a la condición humana junto a la capacidad intelectual, la creatividad, la cientificidad o la belleza; de este modo se proponía responder a la sombría visión que divulgaba Inocencio III, quien exhortaba a los fieles a retomar la antigua doctrina que supeditaba el raciocinio a los deseos divinos.

“Autorretrato” Girolamo Francesco Maria Mazzola (más conocido como Parmigianino) (1524). Los autorretratos serán una de las más evidentes declaraciones artísticas del Humanismo, ya que ahondarán en la importancia que cobra el ser humano como epicentro de su universo.

Por su parte, la Escuela Florentina también prestó gran atención a las teorías sobre la felicidad humana y a partir del tratado de Platón “Sobre la voluntad” expresaron su idea de que la aspiración más elevada del alma era simplemente sentirse dichosa y alegre, si bien es cierto que la influencia papal condujo a la vinculación hermética de este regocijo con el cristianismo, un hecho que obviamente generó controversia entre los eruditos.

Por último pero no menos importante, Marsilio Ficino quiso remarcar en su “Teología platónica” la admiración que sentía Zoroastro por el ser humano, y desde su visión personal declaró que el alma humana tendía “a convertirse en todas las cosas” generando un sumun de complejo equilibrio que debía ser regulado por la dignidad, una conjetura corroborada por Giovanni Pico della Mirandola, quien en su tratado “Apología del hombre” llegó al punto de acudir frente a diferentes autoridades eclesiásticas (paganas, cristianas, árabes y judías) para corroborar que el hombre era el mejor compuesto de todos los elementos naturales y que su forma justificaba la dignidad.

Lástima que esta hipótesis se mantuviera únicamente de cara a los países más desarrollados, eludiéndola cuando se trató de conquistar América o África (ya se sabe, el doble rasero despunta incluso en los derechos universales).

Ser o no ser un digno español

Por supuesto, no quisiera dejar pasar la oportunidad de mencionar a Fernán Pérez de Oliva y su “Diálogo de la dignidad del hombre” (1494-1531), puesto que al escribirlo en lengua vulgar (castellano) permitió acercar el pensamiento de la dignidad a las buenas gentes de baja alcurnia. Al estilo de Petrarca, enfrentó dos pensamientos opuestos a través de los personajes de Antonio y Aurelio, dos amigos que entablan conversación tras coincidir en el campo; para el primero no hay “criatura más excelente que el hombre, ni que más contentamiento deba tener por haber nacido”, mientras que para el segundo la miseria humana es tan grande que incluso el deseo de soledad se justifica a través del “aborrecimiento que consigo tienen los hombres de sí mismos”. Curiosamente y a diferencia de Petrarca, Pérez de Oliva incluye en Antonio cientos de referencias al dios cristiano, su obra, su amor y deseo de paz, convirtiendo los versos en una lección religiosa con cierto toque de aporía, pues nuestro cordobés descendía de conquistadores andaluces y sentía una gran predilección por las batallas de Hernán Cortés en México (lastimosamente se conoce que para el caso colonialista, el escritor no recordaba el deseo de paz y amor universal).

One thought on “La dignidad humanista y su doble rasero

  • el 12 septiembre, 2019 a las 4:13 pm
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    Es de por sí un tema histórico apasionante, por la investigación del tema ético, por involucrar la confrontación de los postulados ideológicos y dogmáticos y especialmente el ingreso abrupto a la metafísica: ser o no ser, libertad y necesidad, responsabilidad e imprudencia, etc.
    Deseo aportar mínimamente, debemos revalorar el aporte de la sofistica, de la sabiduría oriental, de las culturas pre hispánicas y especialmente los nuevos aportes de la historia de las ideas.
    En cuanto al influjo del Quattrocento y Cincuencento no debemos soslayar el origen: Bizancio. Y si de España queremos referirnos porque ignorar la influencia árabe.
    Hoy evadimos esta capacidad que se debe adquirir en la educación y la instrucción. Vivencias adquiridas en el hogar, en las escuelas y en nuestra sociedad.
    Debemos combatir a la posmodernidad y su propósito nefasto: la reificación.

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