«Balas de Plata», de Murdoch Mallako
Por Federico Ocaña.
Paradojas del estilo: las formas literarias más breves son las más despreciadas por los cánones, pero son las más cultivadas. Si hablamos de filosofía, abarcan desde la sentencia al aforismo, pasando por los adagios, las meditaciones, los pensamientos, apuntes y notas. Si hablamos de literatura, desde la glosa con la que surgió nuestro lenguaje hasta el epitafio, las jarchas, los haikus orientales o los microrrelatos.
Murdoch Mallako -y quien se esconde tras él, Gonzalo Muñoz Barallobre– no ha querido escribir ni poemas ni aforismos, y ha elegido una forma breve y lúcida que golpee más allá del papel, en la vida, algo más parecido a la música de Satie que propone como escucha antes de abrir el libro. De ahí que el lector se enfrente a algo mucho más delicado y peligroso, tanto como unas cuantas Balas de Plata (Huerga y Fierro, 2019), de las que sospechamos que el autor guarda más en la recámara.
Estos trescientos diez textos breves apuntan a esas pequeñas verdades, a veces irreconocibles para nosotros mismos, que nos desnudan y que, por llevar pegadas ya casi como un apéndice a nuestro cuerpo, nos hieren. “En lugar de compasión hacia el efecto, justa ira hacia la causa”, escribe. Cuenta con antecedentes ilustres en esta desgarrada tradición, y no los esconde: entre las balas se cuelan también ecos y reflejos de Nicolás Gómez Dávila, Emil Cioran, Leopardi, Pascal, William Blake, Nietzsche, entre otros. A esta cohorte homenajea con un aforismo: “¿De cuántos incendios, cruelmente, nos hemos beneficiado para iluminarnos? Pascal, Nietzsche, Cioran, William Blake…”
La presencia de autores que otros calificarían de reaccionarios no puede sorprendernos: la herida en la que hurgan estos aforismos de peso en plomo y vuelo directo bien podría ser el vacío que deja Dios en el mundo con su retirada (el recientemente fallecido Roy Batty, de la generación Nexus 6, sabe bien lo que significa que te retiren del mundo). “Sólo a un monstruo como Dios se le ha podido ocurrir meter todo un universo dentro de una existencia. ¿Cómo no sentirnos siempre desgarrados?”, o “Bien se ha cuidado Dios de que nuestras tristezas no se puedan gritar”, o el definitivo “El infierno como ausencia de Dios. ¿Por qué nos asustan con algo que ya conocemos, con algo a lo que ya estamos acostumbrados?”.
Si hay un Dios, es tan engañador como el que más, porque la verdad está cargada de un valor moral tan perverso como ingenuo y volátil. Es un Dios que crea el mundo no sólo de luz, sino también de sombra, porque, cabalísticamente, como en la alquimia o en un juego de cartas, es Dios y serpiente a la vez; en ocasiones se nos muestra tan impotente y desgarrado como nosotros mismos: incapaz de olvidar, nuestra mayor tortura puesto que “el exceso de memoria enferma”, hablando solo en un universo vacío que él mismo ha creado y se empeña en mantener en la ilusión de la existencia.
El hombre que retrata, al que golpean estas líneas, es el hombre satisfecho, que cree ingenuamente en sus fuerzas o en las de algún aliado divino. Pero es precisamente este hombre quien queda literalmente arrojado al mundo, un mundo en el que no puede pronunciar ni el sentido, ni el Sentido, porque no lo hay, y si lo hubiera no habría lengua humana capaz de expresarlo. En esta devastación, desde luego no encontramos sentido, pero tampoco podemos buscarlo en otra cosa fuera: el dolor lo cubre todo, la tristeza es “resistente”, y la tarea de buscar algo no contingente es una quimera. El hombre es un “venerador de ruinas” porque ruina es todo lo que hace, y porque no puede permitirse hacer otra cosa. “Capacidad específicamente humana: reír por no llorar”; en el refranero tenemos algunos recursos similares, se me ocurre, “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero léase que aquí el mal abarca a todos, y el consuelo sólo llega a algunos de los tontos que poblamos la tierra, y en formas que solo acentúan el absurdo de su existencia.
Si aún queda algo de fuerza, en todo caso será como la de Sísifo, y la emplearemos en “Escribir: partirnos por la mitad para observar nuestras asimetrías”. La tarea intelectual es también desesperanzada, porque no palia el dolor, sólo lo pone de manifiesto, como quien rotula y pone al fin el letrero que señala el manicomio.
Si hay sentido, sólo se ofrece como algo desgarrado y fragmentario, como el rayo es fragmento violento de luz, que nos deja ver el paisaje nocturno al precio de caer bajo sus llamas. Estos pensamientos alcanzan con esa violencia por igual a los hombres y a Dios, el primer loco, “como los tontos y los locos, se ríe solo”, a los que devuelve una imagen pesimista y a los que ofrece combate sin tregua.
“Pensamientos, escorias”, escribe. Al menos el sabor que dejan estos disparos es el de una ruina bella.
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Balas de Plata
Murdoch Mallako
Huerga y Fierro Editores
76 pp., 12 €
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