Dulce Pontes. Festival de Flamenco y Fado de Badajoz
Por: Francisco Collado
Saudade Sinfónica
Apenas anochecía cuando Dulce Pontes ya se apoderaba del público lusibérico que abarrotaba el Auditorio Ricardo Carapeto Burgos. “Cinema Paradiso” de Morricone y el templado instrumento vocal de la cantante portuguesa, sirvieron para ir calentando motores en este concierto que celebraba sus 30 años de carrera. La trovadora; que quiso ser bailarina y fue vocalista de un grupo de rock; ofreció la composición “Os Amantes”. Un tema que habla del lugar donde viven los amantes, con ese mar siempre presente en sus poéticas letras. Mikis Theodorakis escribió la música como una banda sonora de la película “Les Amants de Teruel” en 1962, y Edith Piaf fue la cantante. A estas alturas estaba claro que el director y comandante de la armada, Dèlio Gonçalvez, templaba con precisión los parámetros de la OEX, integrando en perfecto empaste a los instrumentistas habituales de Dulce: Luis Salgado en la batería y Alexandre Carvalho en el bajo. Da gusto escuchar un bajo alejado de usos que son habituales en otros conciertos, como volumen excesivo o distorsión, cumpliendo su función de base con elegancia y precisión en los contrapuntos. En “Bailados do Minho” el más puro folclore luso se apodera del escenario. La simpatía y particular coreografía de la cantante se funden con sus exquisitas improvisaciones vocales sincopadas. Dulce juega con el ritmo y la palabra, se detiene, se recrea, improvisa en una canción habitada del más puro sabor alentejano. Con “A ilha do meu fado” llega toda la tristeza atlántica. Una historia sobre callejones sin salida, despedidas y dolor en el pecho. Esta canción de Zeca Medeiros es una de las más hermosas del concierto, donde la OEX extrae unas ricas texturas a unos arreglos de un lirismo emocionante y nostálgico. Morricone retorna con un tema vestido de saudade, sostenido por el teclado que nos habla de un “Barco abandonado” en la noche oscura, en la voz de las tormentas… Dulce sostiene los agudos con una precisión milimétrica, navegando en la zona baja y media con soltura. Destilando la tristeza a pequeños sorbos, manejando el vibrato como quien sale a pasear. La canción que escribió, dedicada a José Alfonso “O primeiro canto” permite el lucimiento de toda su extensión vocal, de esa agilidad que luce con naturalidad y excelente gusto. “Garça Perdida” es una de las mejores canciones de la montijense. Una preciosa letra que nos narra como una garza perdida en la arena perdió las plumas, pero volverá a volar sin parar por toda la tierra. El tempo melancólico y la voz, perfectamente modulada, hasta culminar en ese sorprendente agudo de tremenda belleza.
“Soledad” es la canción que nunca llego a grabar Amalia Rodrigues. Las falsetas que imprime Daniel Casares a su guitarra flamenca son un prodigio de belleza. Tremenda técnica y digitación sorprendente la del malagueño, con ese sonido poderoso, casi furioso, que arranca de las seis cuerdas mientras introduce luminosos picados entre las frases, se recrea en un cristalino trémolo (trino) o hibrida los acordes más jondos con la saudade del fado. Un instante mágico este abrazo entre la profunda dolencia atlántica y la alegría andalusí.
Pero no ha terminado la simbiosis entre las seis cuerdas y ese beber en las fuentes del fado que surge de la voz de musgo de Dulce Pontes. Es el momento de “Extraña forma de vida”. El diálogo es de una belleza impactante. Los arpegios guían la voz, se superponen, retornan en un flujo y reflujo oceánico y melancólico. Daniel Casares posee una técnica que es precisión quirúrgica. Dulce hace gala de un instrumento apabullante y versátil. Está claro que la vuelta a los orígenes le beneficia. Hacerlo acompañada de los acordes pausados, limpios, de los adornos del guitarrista, ya es para nota. Una de las canciones más celebradas por el público. Tanto por los visitantes portugueses como por los amantes del flamenco. Y es que esto es el Festival de Flamenco y Fado de Badajoz. Hibridación, alquimia, mestizaje. Creación de nuevas texturas.
La versatilidad de la cantante portuguesa la lleva a saltar desde la música popular portuguesa (Lauridinha), para llevarse a su terreno un icono como es “La leyenda del tiempo”, que popularizara Camarón, basada en textos de García Lorca. Si alguien dudaba lo que es la fusión, aquí está la prueba. Esta canción ha sido incluida por Dulce Pontes en su álbum “Peregrinaçâo”.
“Meu amor sem Aranjuez” es la particular versión de Dulce sobre la obra de Joaquín Rodrigo para su disco “Peregrinaçâo”. Una hermosa relectura que permite el lucimiento de su versatilidad en simbiosis con la OEX. Daniel Casares recorre el mástil de cabo a rabo con cristalinos mordentes y hábiles ornamentos que; curiosamente: no coinciden con la escritura para la guitarra del concierto original.
“Indios da meia Praia” es una canción de carácter social de José Alfonso. También es el nombre dado a los residentes del barrio 25 de abril en Meia-Praia, quienes se beneficiaron de un conjunto de apoyo del proyecto “SAAL”. Este tema permita a Dulce sacar toda su artillería de modulaciones, adornos y lenguaje gestual y dominio de la desmesura.
“Cançao do mar” es probablemente la canción portuguesa más identificable fuera de sus fronteras. Cualquier espectador reconoce los primeros compases que invitan a seguir el compás con los pies. Dulce ha popularizado este tempo de querencia mediterránea con reminiscencias árabes. Esta adaptación del antiguo éxito de Amalia Rodrigues está habitada de vocación de mar, ese mar que baña las costas de Portugal. Hermoso el cromatismo desarrollado por la OEX, ya ducha en estas lides. La cantante extrae un intenso dramatismo desde sus personales ornamentaciones vocales y ese amplio recorrido hipnótico que posee su instrumento.
“Amor a Portugal “es la obra señera de la colaboración entre la cantante y el compositor italiano. En esta obra, Morricone alcanza extraordinarias cotas de lirismo. El recorrido se presta al lucimiento del abanico vocal de Dulce, pleno de emoción y sentimiento.
El epílogo, apoteósico. La cantante inicia un diálogo con la guitarra de Daniel Casares en el más puro estilo jazzístico scat, jugando con los cromatismos, escalando las sílabas, hibridándose con las seis cuerdas, recorriendo todo el abanico sonoro del mástil para deleite del publico portugués y español que abarrotaba el auditorio. Una gozada.