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«No cerramos en agosto», de Eduard Palomares

ARANZAZU GORDILLO.

Como cada verano, unos días antes de dar comienzo a mis vacaciones, acudí a la librería en busca de lecturas que echar en la maleta. Bien lejos de la estantería de los libros más vendidos (pues es en dicha lejanía donde siempre se hallan los mejores tesoros), me topé con una colorida portada cuyo título captó en seguida mi atención: No cerramos en agosto (Libros del Asteroide).  Y un libro que no cierra en agosto, pensé, debía resultar todo un acierto. 

El nombre desconocido de su autor, Eduard Palomares, me atrajo como me atraen los sabores nuevos o los lugares desconocidos, e hizo salivar con ansias a mis papilas gustativas lectoras. Se trata de su debut literario, así que, sin referencias previas, apenas tuve dudas y abrí el libro con un (siempre comedido) entusiasmo.

Y decidí ojear sus primeras páginas, donde una acertada cita de Raymond Chandler introduce el texto. Pero al contrario de lo que suele sucederme con otros libros, a los que sentencio de una forma inapelable en el primer párrafo, con No cerramos en agosto decidí llegar hasta el segundo párrafo (el primero no me bastó para decidirme por él, pero tampoco me bastó para poder descartarlo), y mi poco habitual proceder tuvo su recompensa. Aquel texto merecía una oportunidad: compré el libro.

Y es que, como me ocurre con las obras que más aprecio, ese segundo párrafo se convirtió en un espejo en el que tiempo atrás pude haberme observado:

«Porque hoy, con veinticinco años recién cumplidos, comienzo mi carrera como detective en la agencia Private Eye gracias a un generoso contrato de becario de dos meses, con un sueldo de doscientos cincuenta euros, sin alta en la Seguridad Social y con escasas posibilidades de continuidad tras el verano(…)».

De manera automática me trasladé al año 2006: yo tenía veintidós, acababa de terminar la licenciatura en Derecho y mi contrato fue de tres meses (en lugar de dos). Contrariamente a lo que piensa el protagonista de la obra, yo sí me quedé en la empresa tras acabar el verano, pero eso es otro cantar.

Eduard Palomares (1980) —periodista afincado en Barcelona— ha escrito una novela negra en la que destellan otras gamas cromáticas menos oscuras. En efecto, tenemos un detective novato, y algo torpe, y tenemos una gran ciudad donde se acogen los crímenes, pero Palomares pone el foco en esos otros crímenes: quizá no tan suculentos pero que conforman el alcantarillado de nuestro epicentro social. Así, temas como la precariedad laboral, la manipulación del prójimo a través de las redes sociales o la lamentable situación en la que los jóvenes tienen que sobrevivir para tratar de hacerse hueco en ésta nuestra sociedad, la sociedad de los no jóvenes, o el turismo masivo y putrefacto resultan verdaderos protagonistas de esta novela.

No acostumbro a leer novela negra con asiduidad, pero el trasfondo de esa Barcelona que Palomares retrata, y en la que yo también resido, hace que No cerramos en agosto merezca mi verano. Y Palomares posee un arma bella e inteligente para hablar de toda esa morralla que nos rodea: el humor fino e inteligente.

Esta obra, cuyos aires cinematográficos bien podrían convertirla en la próxima adaptación de Netflix, es uno de esos libros que bien merecen un hueco en mi vieja y desgastada maleta: cerrada, ahora sí, por vacaciones.

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