Berenice Abbott, percepción y realidad
Por Sofía Martín.
Una joven del Medio Oeste de Estados Unidos, hija de padres separados, dejaba la facultad de periodismo con 19 años para mudarse a Greenwich Village, el gueto bohemio del Nueva York del momento. Era 1918. Esa fue la primera decisión que conduciría a Berenice Abbott (1898-1991) a convertirse en precursora del realismo fotográfico americano. Su obra se articularía en torno a tres ejes: el retrato, la documentación del espacio urbano y la fotografía científica. Cada uno de ellos está recogido en la exposición de la Fundación Mapfre “Berenice Abbott. Retratos de modernidad”, que puede visitarse hasta el 25 de agosto en la Sala Recoletos de Madrid. La muestra, comisariada por Estrella de Diego, forma parte de la sección oficial de PhotoEspaña e incluye también una selección de fotografías de Eugène Atget positivadas por la fotógrafa americana.
En Greenwich, Abbott entró en contacto con artistas de vanguardia como Marcel Duchamp, Man Ray o Djuna Barnes. Apenas tres años después, se embarcó hacia Europa para estudiar escultura en París y Berlín. En 1923, en la capital francesa, se reencontró con el círculo que había nacido en Nueva York y Man Ray le ofreció trabajo como ayudante de laboratorio. Abbott no sabía nada de fotografía pero necesitaba un empleo y Ray buscaba a alguien sin experiencia para moldearlo a su gusto. Después de un tiempo, le permitió realizar sus propios retratos en su tiempo libre para aumentar sus ingresos. En 1926, Peggy Guggenheim llamó al estudio de Man Ray para que la fotografiara… Abbott. La ruptura con el fotógrafo fue inevitable y decidió abrir su propio estudio. Jean Cocteau, Max Ernst, Janet Flanner, James Joyce, todo aquel que significaba algo en la escena artística parisina pasó por delante de la cámara que financió Peggy Guggenheim. Sus retratos se publicaron en revistas como Vogue y Vu.
Abbott había desarrollado un estilo propio e independiente, pensaba que su mentor hacía buenos retratos de hombres, pero representaba a las mujeres sólo como objetos hermosos. Para ella, el valor diferencial de la fotografía residía en su función documental, en su capacidad para anotar el ahora sin artificios. Según la autora, la fotografía “es, o debería ser un documento significativo, una afirmación penetrante”. Defendía la fotografía directa como método de trabajo y abominaba del pictorialismo y los hábitos que había introducido en la fotografía profesional. Modificar lo que la cámara captaba para alcanzar un ideal de belleza era una forma de negar “el genio y la dignidad innatos al ser humano”. Esta filosofía, que desarrolló en su primera etapa y mantuvo hasta su muerte, la unía a los signos de la modernidad -el mundo tangible, la razón, la evolución- y la alejaba de expresiones de irrealidad.
Abbott y Atget
Man Ray le presentó a Eugène Atget en 1925. Abbott quedó fascinada con su trabajo. Atget era un flaneur que había retratado durante 30 años la decadencia de un París en desaparición. Su obra abarcaba no sólo el desgaste del entorno urbano, sino la vida en las periferias. Fue admirado por el pequeño círculo de surrealistas cercanos a Man Ray porque fotografiaba lo que los demás no veían, dándole un sentido único a lo cotidiano, pero la intención de Atget, más cerca del romanticismo que de Dadá, era preservar el presente como había sido y es esto lo que cautivó a Abbott.
Berenice lo retrató en su estudio de la rue du Bac en 1927, poco antes de que muriera. Lo fotografió de frente y de perfil, como si de un análisis morfológico se tratara. Cuando falleció, Abbott compró su archivo y comenzó realizar exposiciones donde exhibía sus fotografías junto con las de Atget. Dos años más tarde regresaría a Nueva York con un objetivo: editar un libro para difundir el trabajo del fotógrafo francés. Atget, fotógrafo de París se publicó en 1930. El empeño de Abbott hizo que su obra fuera reconocida e influyera en muchos de sus contemporáneos, como Walker Evans.
Abbott Changing New York
Abbott volvió a Nueva York con la Gran Depresión y dedicó seis años a retratar la metamorfosis de la ciudad con una cámara de gran formato, centrándose en una primera etapa en sus cambios físicos y, posteriormente, en los efectos sobre la cotidianeidad de sus habitantes, como lo hiciera Atget con París. El equipo que utilizaba le proporcionaba mayor movilidad y necesitaba menor tiempo de exposición que la gran cámara de fuelle del francés, esto le permitía experimentar con ángulos y contrastes que la acercaban más a la imagen de los constructivistas rusos que a las estampas románticas de Atget, pero todos compartían un vínculo: la preocupación por el contenido.
Desde que abandonó su estado natal, Abbott se había mantenido por sí misma y, ante la falta de apoyo institucional, costeó su proyecto con otros trabajos comerciales. En 1935, la recién creada Federal Art Project le ofreció cuatro años de financiación y pudo contratar un asistente. Durante ese periodo realizó una exposición itinerante y, en 1939, se publicaron 97 fotografías en el libro Changing New York, con textos de la crítica de arte Elizabeth McCausland, que se convertiría en su pareja.
En su afán por mostrar no ya el mundo tal como es, sino qué lo conforma, Abbott se acercó a la fotografía científica. A mediados de los años 40, comenzó a trabajar como editora gráfica en la revista Science Illustrated y, durante sus dos últimas décadas de actividad profesional, dedicó sus esfuerzos a este campo. Fotografió patrones de ondas y campos magnéticos para ilustrar libros de física editados por el Comité de Estudio de Ciencias Físicas del MIT y realizó la exposición La imagen de la Física para el Smithsonian en 1961. En esta última etapa, desarrolló y patentó varios inventos para mejorar la calidad y la iluminación de las fotografías científicas. La mujer con la que había compartido su vida murió en 1965 y su actividad se fue reduciendo. Entre 1990 y 1991 se rodó el documental Berenice Abbott: A View of the 20th Century, que se proyecta ahora en la Sala Recoletos. La cinta recorre la vida de la fotógrafa y sus últimas entrevistas, dejando constancia de la lucidez, perseverancia y visión de una mujer que ejerció de nexo entre las vanguardias de la vieja Europa y las nuevas corrientes americanas, contagiando su forma de entender la fotografía a las futuras generaciones de documentalistas.