“Raiva”: oscuro western alentejano con proscrito – 25º Festival Ibérico de Cine
Por Francisco Collado.
Raiva es la adaptación de la obra de Manuel da Fonseca, una de las principales figuras del neorrealismo portugués, fallecido en 1993. Su vida transcurrió en el Alentejo, viviendo de cerca las inquietudes del campesinado, siempre presente en su obra (todo un himno al Alentejo) desde su perspectiva de militante político. Algunas de sus obras han sido llevadas al cine. Creador de frescos ásperos, áridos como la tierra del Baixo Alentejo donde se desarrolla su obra Seara do vento (1958), no se doblega ante el folclorismo, ni ante lo social, predominando la psicología de los personajes, despojados de cualquier rasgo de civilización, para mostrarlos en su estado natural. La pluma de Fonseca supera en esta novela el naturalismo fotográfico que caracterizó al movimiento en sus inicios.
Raiva ha sabido destilar la esencia de la novela de esa tierra “sembrada de viento”, desde esa secuencia de una mujer enlutada que entra en la misérrima casa quejándose de “Este maldito viento”. La película dibuja el final de los años cincuenta del salazarismo, el enfrentamiento con los grandes latifundistas, la inmensa pobreza de quienes tienen que disputarle una presa a un águila y mendigar pan en la población. El film de Sérgio Tréfaut bebe de diversas fuentes estilísticas. Algunas de las secuencias son verdaderos tableaux vivants. La excelente fotografía (Acácio de Almeida), remite a los cielos zuloagianos, con horizontes estilizados que semejan pinturas y referencias a las nubes bergmanianas de El séptimo sello. La composición esta cuidada detalladamente. Desde esa escena de la muerte de los Sobral, donde las escaleras cumplen la función de líneas de fuga que dirigen hacia el cadáver, con el cuerpo de la hija rompiendo la estructura como elemento extraño, hasta el modo de agrupar a las mujeres junto a la puerta o la chimenea. La España negra está presente, teniendo en cuenta la cercanía física y social de la época. Cualquier escena posee una estudiada estética: la esposa asomando tras una ventana, el recorrido en los rostros desolados de los vecinos que buscan refugio en la religión durante la misa, el contraluz de los contrabandistas a la orilla del río, los contrapicados del protagonista.
La acertada elección de un blanco y negro, con ligeros matices de virado a sepia, los bultos oscuros de las mujeres enlutadas, la escasez de diálogos (propia de un Graciliano Ramos en Vidas secas), los instantes habitados de silencios, contribuyen a crear malestar e incomodidad. Ayudan a sentir de cerca el sufrimiento de quienes nada tienen, la ausencia del niño discapacitado, el fatum contra el que nada podrá hacerse, salvo seguir sus pasos. La banda sonora consta de escasos instantes con canciones alentejanas e himnos anacrónicos (Santa Bárbara) o el Ave María, que crean una sensación de atemporalidad y malestar. Hugo Bentes (Palma) ha desarrollado su vida profesional en la música alentejana como cantante y técnico de sonido y es la revelación de este film con su interpretación lacónica, serena, que se apoya en un físico peculiar. Un papel para el que se preparó, incluso físicamente, acudiendo al gimnasio. El director le ofreció el papel, tras haber sido el rostro del cartel de Alentejo, Alentejo, documental que fue el origen de esta película. La estética y el espíritu del western, en su vertiente más oscura, se encuentran en la narrativa. El enfrentamiento de Palma con las autoridades, la ejecución del latifundista, el protagonismo del paisaje, los poderes fácticos frente a la libertad. Los poderosos paisajes de Monument Valley son transmutados en las áridas llanuras alentejanas, en ríos amenazantes, en soberbios contraluces. Una estética que recuerda las técnicas de Welles en sus películas de bajo presupuesto. Todo ello teñido de una fotografía irreal, que se convierte en un personaje más de la tragedia. Isabel Ruth es una de las más grandes actrices del cine luso (Vale Abraâo, A Caixa). Su interpretación es serena, sobreponiéndose a esa fatalidad que sobrevuela la planicie estéril, destilando silencios y miradas cargadas de intensidad. Juega Raiva con el retroceso en el tiempo, narrando à rebours, mostrando las cartas desde el principio para destacar la irreversibilidad del destino. Este íncipit no es más que un atípico Macguffin, con el objeto de dirigir al espectador hacia los motivos y orígenes de los asesinatos.
Los personajes se mueven asfixiados, conducidos por un destino de tragedia helénica. Un fatum imposible de evitar, que transcurre en un paisaje deudor de la fotografía antropológica de Rafael Sanz Lobato. Un paisaje que destila poesía insana, envuelta en magistrales claroscuros. Aunque es mayor la aridez del paisaje humano. El arcaico cinismo vital de Amanda (Isabel Ruth), la aceptación dolorosa de Julia (Leonor Silveira), el individualismo suicida de Palma (Hugo Bentes), que lo lleva a la incomprensión de las soluciones sociales que propone Mariana (excelente Rita Cabaço), la sinuosa personalidad del sargento (José Pinto) o la pretendida superioridad social de Elías Sobral (Diogo Dória). La cultura matriarcal está presente en el rol de las mujeres. Hembras poderosas, sólidas, curtidas en la dureza de los días. Raiva es un sólido recital de interpretaciones, honesto, envuelto en la rigidez de la composición simétrica de los planos. Con indudables evocaciones de Béla Tarr (El Caballo de Turín). El tempo, en apariencia lento, posee un ritmo narrativo interno potente y sin altibajos. La evocación visual destila un potencial lírico subyugante, no exento de metáforas. Como la escena del halcón al que disputan la presa o esa tela de araña, inmediatamente posterior a la detención, simbólica analogía del poder de la clase dominante. Los ecos remiten al western fordiano de espíritu indomable, pasando por la viscontiana La Terra Trema o pinceladas del Salvatore Giuliano de Francesco Roci. A pesar de su génesis neorrealista, el director luso se aleja de los postulados italianos con su puesta en escena de cierta teatralidad y el sesgo de las interpretaciones (el talento del director para la construcción de personajes es notable). También se aleja del neorrealismo clásico debido a la atemporalidad de la película que, aunque ambientada en el desgarrado Alentejo, posee un carácter de mitología universal, de discurso ecuménico y sublimado por esa textura de realismo mágico que le otorga el juego de la paleta bicromática. Frente a la tridimensionalidad de los elementos del escenario, la fisura de Raiva se encuentra en el monocromatismo de los personajes. En la tesis antropológica consigue detalles de un amplio calado humano y social (casi documentalista), pero la elección de un mundo arquetípico donde campa el maniqueísmo, perjudica la épica del pathos.
Los personajes solicitan más aristas para no convertirse en unidimensionales. Los mejores pespuntes en esta metáfora, son para los personajes de Mariana y Clara Sobral (María Villaverde Cabral) que se mueven entre dos mundos con matices y devienen más poliédricas que los caracteres; algo acartonados; de otros personajes. La pérdida de humanidad conduce a un distanciamiento emocional y se pierde empatía por el camino. Raiva es una obra hipnótica, de notable plástica, que narra; con economía de medios; sentimientos universales. Una poética sinfonía de gradaciones en grises, blancos y negros. Una soberbia, seca y precisa narrativa, con la severidad prototeatral del cineasta luso y con articulaciones bressonianas en el lenguaje. Los “cuadros”, artificiosos en la forma, y la búsqueda del verismo crudo, consiguen destilar desde el artificio del realismo una tragedia primordial y ancestral. Algo más cercano a la leyenda. Algo que surge de la tierra, de la sangre derramada, del sudor de generaciones.
Raiva, narra el problema universal del status quo, de los poderes fácticos que quieren seguir siéndolo, de los menesterosos azotados por el viento y el hambre. Una historia que, hoy en día, sigue estando tristemente vigente. Un ciclo de revuelta social que se repite como el mito de Sísifo. Una y otra vez.
Raiva fue la gran triunfadora de los Premios Sophia 2019, que concede la Academia de Cine Portuguesa. La película se llevó seis Premios Sophia: Mejor Película; Mejor Actriz (Isabel Ruth); Mejor Actor (Hugo Bentes); Mejor Actor Secundario (Adriano Luz); Mejor Guion Adaptado (Sergio Tréfaut y Fátima Ribeiro); y Mejor Fotografía (Acacio de Almeida). A estos se suman otros premios conseguidos en festivales y certámenes de cine internacionales. La película cuenta con la colaboración especial del actor español Sergi López.
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