Esperanza Pedreño en “Coneja”: el arte de reírse de sí misma y compartir su amargura
Por Horacio Otheguy Riveira
Sola, de blanco corto, micrófono en mano, lidera una conferencia que parece un show, preside un monólogo humorístico que se asemeja a una dolorosa declaración de angustias varias para una mujer embarazada y madre, es decir, bien “colocada” en el off side de la producción. ¿Quién la puede querer menos que el mundo del espectáculo? El conflicto provoca sonrisas y carcajadas porque Esperanza Pedreño lo reviste de un humor entre costumbrista y disparatado, hermano del propio surrealismo que brota habitualmente de la vida cotidiana. Madre y actriz, mujer y madre, en el antes y el después escuchando consejos no pedidos, aguantando despidos injustificados, resistiendo a la insolidaridad y fortaleciéndose lo suficiente para pedirle a Yllana que le den el Alfil, y se lo dan, mira qué bien, aunque ellos sean todos hombres, “pero por lo menos no hablan”, y entonces aprovecha la onda y comienza un nuevo rumbo escénico: Coneja, Trilogía de la desaparición PARTE I.
Coneja, es una payasada que gira en torno a los sueños rotos. Con la clara intención de ofrecer un disparate surrealista trata de manera subversiva los conflictos internos que surgen durante el embarazo, la conciliación y en la educación de los hijos. Un monólogo escrito por una rebelde que se atreve a poner el dedo en la llaga de las cosas que nadie te cuenta y que te hará reflexionar sobre el desplazamiento al que se ve abocada la mujer una vez que se convierte en madre.
Su amargura salpica a personajes reales con payasesco humor. La Pedreño es un clown que aquí reprime sus recursos mucho mejor desplegados en otras aventuras, pero creo que es lo que necesita. Necesita plantarse y discursear entre lo patético y el absurdo devenir de hombres, mujeres e hijos.
Desde luego, en la pista no hay gran espectáculo, apenas una mujer que se recuerda muy callada de pequeña, y muy buscona de sí misma después. Se busca, se lastima hurgando en las heridas, se complace en burlarse de sus propias limitaciones (“es que cuando eres una tía buena no puedes salir a la calle…”), todo es un burladero revoltoso y a la vez sereno, con unas bombillas en el proscenio para que quede claro que esto de las confesiones es una cosa muy teatral. Y tanto que se permite indagar en el surrealismo de las idas y venidas de un mundo masculino muy mezquino, capaz de abducir también a numerosas mujeres, de esas que te recriminan y golpean con igual saña.
Pedreño, la magistral y ya mítica Cañizares de Camera Café, esgrime un humor no reñido con la crudeza de un relato que dispara directo tanto a la realidad como al surrealismo. En ambos lugares se mueve con mucho talento e irresistible simpatía, aunque su Coneja no da todo lo que promete, ya que un exceso de egocentrismo le juega la mala pasada de componer una función que se estanca en el tramo final. No crece el interés de lo que dice y hace en escena y nos deja con un sabor extraño, a falta de buen remate que nos deje emocionados o partiéndonos de risa. El esfuerzo se diluye, aunque su dulce sonrisa en el saludo final nos envuelve y deja perplejos. Escrita, dirigida, interpretada por ella misma, es de esperar una segunda parte con más equipo que le ayude a fortalecer su ambicioso estilo.
Autora, directora e intérprete: Esperanza Pedreño
Vestuario: Daniela Presta
Jefe Técnico: Gustavo Recuero
Jefe de Prensa: Pacho Rodríguez
Producción: El Buco
TEATRO ALFIL. Miércoles 22,30, desde el 10 de julio 2019
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