‘El asesino dentro de mí’, de Jim Thompson

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

De cuando en cuando conviene ir revisitando los clásicos para reafirmarnos en su bondad. Seguramente leí El asesino dentro de mí hará más de treinta años, cuando me enteré de que yo era un escritor negro, asistí a la primera Semana Negra de Gijón y publiqué mis dos primeras novelas, El cadáver bajo el jardín y Barcelona negra, en la mítica Etiqueta Negra de Silverio Cañada y Paco Ignacio Taibo II al lado de colegas tan ilustres como Juan Madrid, Francisco González Ledesma o Andreu Martín, y gracias a esa colección emblemática entré en el universo Jim Thompson (adquirí todos sus libros, los de Etiqueta Negra, más los de Cosecha Roja de Ediciones B, más los que publicó Laia en Alfa 7), al que regreso 30 años más tarde, aguijoneado por la curiosidad y tras rendirle un homenaje merecido en la tercera edición del festival Black Mountain Bossóst, ese remedo literario de Sundance, como dice mi buen amigo Joan Salvany, que celebramos  todos los años en el Valle de Arán. ¿Me parece tan bueno como cuando lo descubrí treinta años atrás? Me parece mejor. 

El 7 de abril de 1977 moría Jim Thompson, a los 70 años, en Hollywood, la ciudad del éxito, y sus novelas, un puñado de tres decenas de obras maestras, muchas de ellas escritas en tiempo récord (un mes) y llevadas al cine con éxito notable (las dos versiones de La huida, Los timadores, Serie negra, Golpe de tuerca, El asesino está en mí…), siguen tan vivas como el día que vieron la luz por primera vez y han creado escuela.  A 42 años de su muerte, Jim Thompson sigue siendo venerado por autores y lectores de novela negra, es uno de sus iconos indiscutibles.

Maté a Amy Stanton el sábado 5 de abril de 1952, poco antes de las nueve de la noche. Esa frase, de una neutralidad impactante, precede a la descripción minuciosa de uno de los asesinatos que comete el protagonista de El asesino dentro de mí. Pocas novelas hay que estremezcan tanto al lector como esta obra cumbre de Jim Thompson,  pocos  personajes tan escalofriantes como ese  Lou Ford, el ayudante de sheriff de Central Citty, un lugar inhóspito del Texas profundo en donde resuena el ruido de las perforadoras petrolíferas a todas horas y el calor seca los corazones. 

Lou Ford, aparentemente anodino,  es un asesino psicópata con placa policial y ademanes amables, dos aspectos que maridan de forma muy inquietante. He estado a veces vagando por las calles, me he parado delante de un escaparate, con el sombrero echado hacia atrás y una bota detrás de la otra—demonio, tienen que haberme visto si han pasado alguna vez por allí—y me quedaba tranquilamente con mi aire simpático amistoso y estúpido. Bajo su exquisita educación, bajo ese sombrero tejano de ala ancha que medio oculta su rostro, late un personaje carente de empatía que asesina con facilidad pasmosa tanto a desconocidos (ese vagabundo que pretende chantajearle y huye de él de forma ridícula, gritando yiyiyi mientras corre, y, en parte, lo mata por eso, por ese sonido estrambótico de pánico que brota de sus labios) como a una prostituta, Joyce Lakeland, con la que se acuesta y azota su bonito trasero hasta que sangra, a la que tiene que alejar del pueblo pero aleja de la vida, o a su novia oficial, Amy Stanton, con la que en realidad  no quiere casarse porque odia todo tipo de ataduras. —Cuanto antes mejor—mentí. No tenía la menor intención de casarme con ella.  Pero necesitaba tiempo para hacer planes y mantenerla a raya—. Lo hablamos con calma un día de estos, cuando los dos estemos más serenos.

A lo largo de algo más de 200 páginas, que el lector devora sin respiro (la amenidad e ir al grano es una de las virtudes del escritor americano), el asesino va abriendo su monstruosa cabeza ante el lector, explica rasgos de su infancia traumática, habla de ese hermano que pagó por él las culpas de lo que hizo, de su madre posesiva y su padre autoritario que lo marcaron.  El autor de 1280 almas da voz al criminal, y esa voz literaria se convierte en uno de los aspectos más turbadores y originales de una novela que nace de su mente retorcida. El asesino dentro de mí está narrado en primera persona por Lou Ford, ese peculiar ayudante de sheriff que arrastra al lector por Central Citty y lo hace cómplice de sus fechorías. Lou está loco, pero razona a su manera y tiene una lógica diabólica en todo lo que hace. Jim Thompson se mete en su enferma cabeza,  y razona como él con una falta de ética y empatía pasmosas.  Sonreí, sintiéndome un poco apenado por él.  Es curioso ver cómo se lo busca cierta gente.  Se obstinan, por mucho que quieras disuadirlos, en decirte cómo quieren que acabes con ellos.  ¿Por qué acudían todos a mí para hacerse matar? ¿No se mataban ellos mismos?

La violencia es seca, surge por sorpresa, aterra por su frialdad. La estampé contra la pared, pegándole una y otra vez,  y era como machacar una calabaza. Dura, al principio, para luego ablandarse de repente. Se derrumbó con las rodillas dobladas y la cabeza colgando. Luego, lentamente, centímetro a centímetro,  logró enderezarse otra vez. En tres líneas escasas Jim Thompson nos advierte de la brutalidad de un puñetazo que duele mientras se lee. Mi puño penetró hasta su columna vertebral, y la carne se cerró en torno a mi muñeca. Lo arranqué con un movimiento brusco, y ella se dobló en dos, como si tuviera una bisagra en la cintura. 

Las descripciones son tan parcas como eficaces. Jim Thompson es capaz de situarnos en el ambiente áspero de ese poblado del  Oeste en una sola línea en un ejercicio de laconismo literario en el que las palabras se ajustan milimétricamente a lo que quieren resaltar. El novelista mantiene un tono  literario monocorde de principio a fin sin que las atrocidades le hagan cambiar de música; sí crece hacia un final ígneo digno de una ópera wagneriana. De cuando en cuando encuentra el lector un rasgo de humor cínico e irreverente que ayuda a cerrar el cuadro psicológico de Lou Ford.  Algunas de las mejores frases me las proporcionaban los servicios  religiosos. Le pregunté a Amy qué tal le sentaría un poco de maná en su panel de miel. Se ruborizó y me dio una patada en el tobillo.  Le pregunté al oído si, a la manera de Moisés, yo podría penetrar en su zarza ardiente. 

El oído  del novelista resulta  sorprendentemente eficaz a la hora de perfilar a sus personajes mediante  sus líneas de dialogo. Un rasgo físico característico, uno solo, y el personaje está ya perfectamente armado si luego lo pone a hablar.  Jim Thompson fue un dialoguista extraordinario y buena prueba de ello fue que un muy joven Stanley Kubrick lo contratara para esa función en Atraco perfecto y contara con sus servicios como guionista en Senderos de gloria. El director de La naranja mecánica sintió fascinación por esta novela, tanto como Stephen King

Jim Thompson (Anadarko, 1906), el hijo de ese sheriff corrupto,  el alcohólico compulsivo, el tipo que tuvo problemas con la justicia y saltaba de trabajo en trabajo, estaba escribiendo sobre sí mismo quizá  en su novela más autobiográfica, daba rienda suelta a sus demonios personales y más íntimos, retrataba a su padre en ese odioso personaje de Lou Ford.  En muchos libros que he leído, el autor parece descarrilar,  enloquece en cuanto llega el momento culminante. ¿Quién habla ahí, en las últimas páginas de esta novela incendiaria? ¿Lou Ford  o Jim Thompson? ¿Quién de las dos escribe la novela? Quizá  el novelista habría sido Lou Ford de no haber tropezado con la literatura  y verter todos sus demonios en negro sobre blanco. La literatura como terapia, siempre.  

Una pieza maestra El asesino dentro de mí, de la que Michael Winterbotton  hizo una versión cinematográfica impecable, titulada El demonio bajo la piel, con un Cassey Affleck como Lou Ford que hablaba en susurros mientras golpeaba y mataba,  una lección, la de la novela, de cómo narrar desde el interior del monstruo que llevamos dentro. Las obras de  Jim Thompson son imprescindibles para los amantes del género negro, del de verdad, del oscuro que se escribe sin concesiones para el lector y sale de las entrañas. 

Dicen que Jim Thompson es el tercero en lid dentro de la novela negra americana tras Dashiell Hammet y Raymond Chandler. Discrepo. Es el primero.

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