El todo por el todo

Las peripecias, fruto del humor y la agudeza visual, de un hombre que evoca sus recuerdos del lado más popular de la Belle Époque. El París de Calet es el que fotografió Robert Doisneau o recreó el cineasta Jacques Becker.

Hay innumerables libros sobre París, pero muy pocos como éste. En muchas de sus estupendas páginas el humor acompaña y expande la mirada del flâneur. No es sólo todo París lo que se nos muestra aquí, «el todo» París, sino también, como dijera Sacha Guitry (otro bromista), «los rincones del pensamiento». Calet piensa, se divierte y nos divierte mientras camina. Y mientras recuerda… No hay nostalgia gratuita en sus palabras, sino una comprensión total de lo que significaron París y sus gentes durante el siglo XX, atento siempre a aquello que Camus, siguiendo a Chamfort, llamaba «la pasión del corazón humano».

El pícaro, el sablista, que recuerda para nosotros lo hace sin mapa o guía al uso, sin tópicos, con una voz casi recién nacida, descubriéndonos muchísimos lugares en los que nunca antes habíamos reparado. Ni en nuestros viajes, ni en nuestras lecturas. Un París sorprendente, tan humano como mítico.

«Conozco esta ciudad a fondo. Podría desmontarla piedra a piedra y reconstruirla en otro lugar. Es lo que he hecho cada vez que he tenido que alejarme de ella. (…) El París de los doce meses del año, el París cambiante, el París de las cuatro estaciones, el París de bolsillo, el París de cada día, París a vista de pájaro, París en un rectángulo de cristal, París por la mañana, París por la noche, París con luna, París en una canción, París con arcoíris, el París de las cien mil pipas, el París azul congelación, el París rosa, el París transparente, el París que suda, el París con nieve, el París con velo de novia, el París con vestido de noche, el París engalanado con sus estrellas, el París con su vestidito de diario, el París envuelto en sus bufandas de bruma, el París pobre, abandonado, inhabitado, oscurecido, bombardeado, el París rico, el París de las banderas al viento. (…) Me he calado esta ciudad en la cabeza, la tengo perfectamente encasquetada, es de mi talla. La he reconocido palmo a palmo. Es una intimidad que ya no tiene un solo secreto».

Henri Calet (París, 1904 – Vence, 1956). Su verdadero nombre era Raymond-Théodore Barthelmess. Periodista y escritor, hijo de un padre manirroto, juerguista y estafador (pero también gran humorista en el día a día, única herencia que dejó a Calet), pasó su infancia en los barrios populares de París. Por la situación de su familia, se vio obligado a dejar sus estudios y a trabajar en numerosos empleos de poca monta, hasta que en 1925 entró como ayudante del contable de la sociedad Électro-Câble, donde trabajó durante cinco años; sin embargo, su pasión por los excesos y las carreras de caballos lo empujó a robar una importante cantidad de la empresa en la que trabajaba: para escapar de la justicia huyó a Uruguay. Años después, tras mucho fracasar (Jean Legrand dijo de él que era «el vizconde de los fracasados pobres, el Buster Keaton de los escritores bohemios»), decidió volver a Francia de forma clandestina. En 1935, gracias a su amistad con importantes escritores y periodistas de la época, publicó su primer libro, La Belle lurette, piedra angular de una singularísima e interesante carrera literaria. Su éxito no consiguió solucionar sus problemas económicos, agravados por el desorden de su vida personal. Falleció de forma prematura a los cincuenta y dos años debido a una afección cardiaca.

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