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La guerra de Yemen

Para entender los conflictos que estás asolando Yemen comencemos por comentar que está situado en una posición estratégica entre el Cuerno de África y Oriente Medio, el país –el más pobre del mundo árabe– enfrenta múltiples retos económicos, sociales y de seguridad desde hace más de una década. Ha sido escenario de varios focos de conflictividad vinculados a la presencia de al-Qaeda, a la actividad de un movimiento secesionista en el sur y a la insurrección intermitente en el norte de los al-houthistas, un grupo armado zaidí –una rama próxima al chiísmo– que desde 2004 se ha enfrentado al gobierno central.

El país inició entonces una accidentada fase de transición que acabó descarrilando ante la persistencia de múltiples agravios. En marzo de 2015 Arabia Saudita decidió intervenir para reinstaurar al gobierno depuesto y se puso al frente de una coalición militar integrada por países árabes que ha contado con el apoyo logístico de otros países. El incremento de las tensiones regionales entre Arabia Saudita e Irán es uno de los factores que está en el trasfondo de la intervención saudí: Riad ve a los al-houthistas como peones de la república islámica. Teherán, que no tenía a Yemen entre sus prioridades estratégicas ni mantiene con los al-houthistas una relación comparable a la que tiene con Hezbollah, ha apostado por apoyar al grupo armado yemení como una forma de debilitar a su adversario regional. Las filiales de al-Qaeda e ISIS, en tanto, han aprovechado la inestabilidad para expandir sus actividades.

En consecuencia, la situación en Yemen se ha agravado en los últimos tres años como resultado de la internacionalización del conflicto, la proliferación de actores armados y la forma en que se está librando la guerra, con un sistemático desprecio por algunos de los principios más básicos del derecho internacional humanitario, como la distinción entre civiles y combatientes. Las investigaciones de un comité de expertos de la ONU han concluido que todas las partes en conflicto son responsables de presuntos crímenes de guerra. La coalición liderada por Riad ha perpetrado un sinnúmero de ataques contra objetivos civiles como bodas, funerales, mezquitas, escuelas y hospitales.

La destrucción de infraestructuras hospitalarias y sanitarias –más de la mitad de los centros de salud no funcionan y el 50% de la población no tiene acceso a agua potable– ha favorecido la expansión de enfermedades prevenibles como el cólera, en la peor epidemia de este mal en la historia reciente, con más de un millón de contagios. El bloqueo aéreo y naval impuesto por Arabia Saudita, sobre todo en el puerto de Hodeida –por donde ingresa el 70% de los alimentos y combustibles a Yemen– ha tenido efectos devastadores en la población, que ha visto multiplicarse el precio de los bienes básicos. Agencias humanitarias calculan que 80% de la población –21 millones de personas– necesita ayuda humanitaria y que tres millones de menores y mujeres están severamente desnutridos, 90% más que en 2015. Imágenes de hambruna como las de Etiopía en los 80 –que pensábamos que no se repetirían–, se están convirtiendo en parte del paisaje cotidiano hoy en Yemen como resultado del conflicto armado. La guerra ha supuesto otros impactos en los civiles como violencia sexual, reclutamiento forzado de menores –de hasta ocho años de edad– y el desplazamiento forzado de 2,3 millones de personas. Prácticamente la totalidad de ellas se han quedado dentro de las fronteras del propio país, un factor que quizá ha influido en la invisibilidad del conflicto, en contraste con otros casos de la región, como Siria.

Ante la deriva del conflicto yemení,  las mejores ONG  y agencias de la ONU han instado a las partes a detener las hostilidades y a frenar las transferencias de armas que continúan alimentando el conflicto. Eso es válido para las ventas a Arabia Saudita –que ha incrementado exponencialmente sus compras de arsenales y se ha convertido en el tercer importador de armas a nivel mundial–, a Emiratos Árabes Unidos –que ha tenido un papel destacado en el conflicto, con intervención en terreno y apoyo directo a varias milicias– y también para las políticas de Irán, que ha intensificado su apoyo a los al-houthistas.

Adoptar todas las medidas necesarias para frenar la espiral la violencia y presionar para que las partes desistan de la vía militar e intenten resolver sus diferencias por la vía política son pasos clave para dar una oportunidad a las negociaciones de paz, que hasta ahora no han fructificado. La complejidad de la contienda, con tantos actores involucrados y los números intereses que se proyectan en el conflicto, no debería frenar los esfuerzos de la comunidad internacional que tiene el deber de actuar para revertir el sufrimiento de la población yemení. No es posible seguir dando la espalda a Yemen.

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