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CRÍTICA/ Poesía y dignidad en ‘Sonata del claro de luna’, de Yannis Ritsos

RICARDO MARTÍNEZ.

“A veces, cuando cae la noche, tengo la sensación/ de que detrás de las ventanas pasa el domador con/ su pesado y viejo oso” escribe este poeta que ha formulado su vida en un compromiso deliberado con la realidad. Él, que ha hecho propio un sentimiento de justicia, parece consciente –tal vez, en ocasiones, imaginariamente consciente- de que, al fin, la farsa, el juego, conforman también lo cotidiano, y la realidad ha de verse así: compleja, atribulada, con sus equívocos de amor y odio como una forma deliberada de convivencia. El oso que pasa es, tal vez, una realidad grotesca, pero es también la realidad real que nos azora y conmueve, pues, a la vez, el pelaje del animal, todo púas y cardos, va “levantando el polvo en las calles del barrio/ una solitaria nube de polvo que inciensa el crepúsculo” es decir, una realidad turbadoramente emocional. Como si, al final, una vez más haya de ser la imaginaria soledad quien nos redima.

Ritsos (1909-1990) que nació en Monemvasiá, ‘un rincón medieval’ de la península griega del Peloponeso, había de conocer el fracaso de primera mano y desde niño: la ruina de su padre por causa del juego, la enfermedad de la tuberculosis como designio familiar… Su estricta conciencia social y de justicia le avocaron a  la militancia comunista, lo que le habría de deparar de nuevo dolor, el destierro y la cárcel (incluido el campo de concentración) Pero nada de ello pudo en su contra para que, como poeta, haya concebido sus versos: tan hermosos, de una auténtica riqueza mitológica, con los que ha agrandado la rica herencia lírica de su tierra; aún más, para que haya creado escuela entre los más  jóvenes. Por eso hoy, junto con Elytis, es considerado uno de los grandes poetas que ha dado Grecia. 

Tal vez humanizando en sí la metáfora del oso, supo dignificar “su insumisión ante el dolor y ante la vida/ en alianza con la muerte –aunque sea una muerte lenta-/ su insumisión final ante la muerte sabiendo que la/ vida continúa/ y que sigue su camino sensata y pronta por encima/ de su esclavitud” Su ideario, indefectiblemente, fueron su patria y la dignidad del hombre: “Estos árboles no soportan un cielo más pequeño/ estas piedras no soportan las pisadas extranjeras,/ estos rostros no soportan más que el sol,/ estos corazones no soportan más que la justicia” 

El presente texto, de título musical, tiene, en efecto, un contenido coral muy significativo, un atributo de cadencia de fondo que traspasa todas y cada una de las palabras para rematar en una coda donde el mismo autor se transforma en deudor, como si él mismo fuese, en un ejercicio de introspección inusual, el propio oyente (y donde lo escuchado es un a modo de canto colectivo y a la vez anónimo, un coro griego que transmite con su música propia, un dictamen, y, en ello, una forma implícita de identidad acaso pagana: “debo oír los grandes pasos de la ciudad,/ no debo oír más tus pasos/ ni los pasos de Dios, ni siquiera los míos. Buenas/ noches” Reparemos hasta qué punto la implicación con la realidad, con la cotidianeidad, son valorados como algo necesario, definitorio.

Al fin, como siempre, desciende el telón, no solo en el ánimo del autor, sino en todo lector que ha escuchado el canto colectivo de reivindicación: “La habitación se oscurece. Parece que una nube hubiera ocultado la luna” Entonces es cuando se viene el momento del pensar, del sentir. Confiemos, en este punto, que no sean premonitorios unos versos suyos que hablan de abandono: “Lo único concreto que quedó de él fue su chaqueta./ La colgaron allí, en el gran armario. Fue olvidada,/apretada en el fondo de nuestras ropas, de vera-/no, de invierno,/cada año nuevas para nuestras necesidades” Sería injusto su olvido poético, pues, para el lector consciente y advertido, lo que ha de quedar, en justicia, es el canto de amor que, implícito, guarda este poema coral; y aún su poesía toda hacia esa tierra de hombres libres, hacia su paisaje. De ahí la repetida invocación: “Deja que vaya contigo”

Claro que, ¿acaso toda Poesía no es un canto de amor?

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