‘Incierta historia de la verdad’, de Xuan Bello

Incierta historia de la verdad

Xuan Bello

Rata Books

Barcelona, 2019

285 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Tan extraño como amable es este dietario que Xuan Bello (Asturias, 1965) nos entrega con la misma pasión de tono otoñal con que ha escrito buena parte de su obra. Los textos, cogidos con la misma disciplina con la que funciona la memoria, es decir, agarrados al vuelo, se van encadenando como se encadenan los sueños. Se trata de una especie de conversaciones que Bello mantiene con la poesía, pues es la poesía lo que más influye en esta obra: el verso, el tiempo, la naturaleza, paisajes, la belleza, el lirismo y la serena aventura de estar vivo.

No hay sentencias tipo aforismos, pero los textos sí están repletos de buenas frases, más propias de compañeros de camino que de maestros, más propias de quien esclarece que de quien deslumbra. La sensación que da es que Xuan Bello sabe, con certeza, que lo que va aprendiendo no son datos concretos, no son verdades absolutas, no son resoluciones matemáticas: de lo que le va saliendo al camino extrae intuiciones, ideas que se aproximan pero que no dictan, no genera otra corriente que no sea la de una alegría de vivir propia de la contemplación. Y desde la ventana a la que se asoma al mundo, se asoma, a su vez, a la memoria. Hay algo de melancolía cuando recuerda, pero sabe tratar con ella en términos sin neurosis, sin caer en la depresión ni en la nostalgia. Sabe que allí están los parajes de lo que ha ido aprendiendo y sabe que ir aprendiendo es la esencia de ir viviendo. Lo contrario, nos condenaría a ser zombis o vampiros, los dos tipos de monstruos no muertos más populares.

En algún momento menciona la bondad que le supone abrir libros amados y se empeña en participar de ese espíritu también en la faceta creativa. No se le puede atribuir falta de sinceridad a Xuan Bello. Tal vez nuestra música interior no se acompase a la suya, pero como lectores nos debemos a seguir esa misma ruta que sigue él, la del aprendizaje, la apertura al mundo, aunque se nos antoje un mundo pequeño, romántico en un estilo que echamos de menos, de manera que el resultado es la obra de una suerte de poeta corsario. Su tabla de abordaje, ya lo hemos mencionado, tiene la madera de la memoria, con la que mantiene una relación no servil, más semejante a la del mejor violinista con su instrumento, del que puede sacar música algo triste, pero jamás desafinada. Aunque no llamamos a confusión: no hay tristeza, hay cierto orgullo, el de las confesiones de las cosas buenas, de las cosas que a uno le ha provocado ser mejor persona, algo para lo que deberíamos estar dispuestos a todas horas, tanto en la vigilia como en los sueños. Porque de la materia de los sueños también están hechos estos párrafos. En una época demasiado civilizatoria, demasiado urbana, son aire fresco.

Para ello, Xuan Bello deja al margen la creación de cualquier narrador para dar paso al autor. Asistimos a las confesiones que van trazando la cartografía personal y temperamental del autor, un viaje vertical hacia lo más profundo de la bendición de ser humano. Y esa bendición es un relato que nos deberían contar a diario, antes de desayunar, para que nos olvidemos de lamentar que no todo lo que sucede viene por la buena suerte, para que recordemos que podemos elegir el punto de vista desde el que asistimos a los actos que el destino nos va deparando, de manera que podemos hacerlos más nuestros, integrarlos en la música interior.

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