Largo viaje hacia la noche (2018), de Bi Gan – Crítica

 

Por Jaime Fa de Lucas.

Largo viaje hacia la noche… buen título para una película que a la media hora ya estaba deseando que acabara. Pero me hice fuerte pensando en todas las alabanzas que había recibido de la crítica y en el supuesto plano-secuencia espectacular de una hora con el que concluía y acabé aguantando las más de dos horas de metraje. Sólo se la recomendaría a enemigos y estudiantes de cine, y lo digo siendo amante de Tarkovsky, Tarr y compañía.

Es una obra en la que se prioriza lo estético en detrimento de lo narrativo. Bi Gan, ayudado en la fotografía por David Chizallet y Hung-i Yao, crea unos planos y unas secuencias de una belleza impresionante. Hasta cierto punto, uno se puede dejar intoxicar por sus imágenes, pero la historia, bajo la típica excusa de la imprecisión y falsedad de los sueños y la memoria, es dispersa y deslavazada, lo que impide que el espectador conecte con los personajes y tenga algo sólido a lo que agarrarse. Tampoco ayudan la insulsez de los diálogos y la falta de dinamismo general, más allá de los movimientos de cámara.

En todo momento da la sensación de que hay un alto grado de aleatoriedad en las escenas y en el desarrollo, como si el proceso creativo atendiera más a las ocurrencias estéticas de Bi Gan que a la coherencia básica que requiere un relato cinematográfico. No tengo la menor duda de que hay un buen número de escenas cuya única función es estética. Y aunque sea el propósito del director, esto más que una película parece un álbum de escenas.

Siendo justos, no se puede negar que Largo viaje hacia la noche es un éxito a nivel técnico y estilístico, pero las ansias de Bi Gan por sorprender son más que evidentes y llegan a ser cuestionables dada la falta de sustancia y la poca capacidad narrativa que demuestra. Lo que hace que cineastas como Tarkovsky o Tarr sean maestros es que son capaces de crear un tejido en el que la belleza está perfectamente integrada con lo espiritual e intelectual. Aquí no sucede nada de eso y todo acaba siendo un largo viaje desde y hacia la superficie, circular en su vacuidad.

 

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