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EL ESCRITOR Y SU CURIOSIDAD (16)

 

POSTURAS Y MANÍAS

¿Habíais imaginado que la relación entre la posición del cuerpo a la hora de escribir y la creatividad tuviera algún viso de realidad? ¿No parece, más bien, que esta supuesta conexión esté relacionada con la ciencia ficción? Porque lo normal, lo que vemos a diario y a todas las personas, es escribir sentados, delante de la mesa o el ordenador, los brazos apoyados, luz suficiente, a mano cuantos materiales se requieran. Buena preparación que es la base de la eficacia. Pero hay excepciones, como en toda regla. Y no son pocos los escritores que reciben la visita de las musas mientras se hallan en las posiciones más insólitas e incluso estrambóticas. No obstante, en ocasiones da para pensar en salidas de tono sin otro fin que llamar la atención de los lectores. Al menos, la mayor parte de las veces. Un toque friki, unas gotas de originalidad…

En la Edad Media hubo unos poetas irlandeses que componían sus versos tumbados y a oscuras (de cómo los escribían no sabemos nada). No han sido los únicos, que eso de la cama tiene cierto predicamento. A otros les ha dado por hacerlo de pie. O incluso en la bañera. Allí defendió alguna de sus intrigas Agatha Christie.

Lo de la cama ha tenido, más que seguidores, auténticos fanáticos, una legión de ellos, por extraño que parezca. Quizás porque trabajaban tantas horas que hubiera sido una pérdida de tiempo vestirse, ir al escritorio, regresar. Así, no saliendo de la piltra, ahorraban tiempo, ¿verdad Monsieur Voltaire? O una cuestión de pereza, que es lo que decía su última esposa al hablar de Juan Carlos Onetti. Él consideraba que todo lo importante sucedía en la cama, así que no salía de ella. Habría que haber visto, también, la cara del periodista de televisión sueco que quiso grabar en su lugar de trabajo a Vicente Aleixandre tras recibir el premio Nóbel de Literatura: discúlpeme, pero yo trabajo siempre en la cama, le dijo. Truman Capote era un auténtico adicto, lo hacía todo en ella: comía, bebía, fumaba, escribía…A Valle Inclán, hasta le pilló la muerte entre las sábanas mientras escribía.

¿Habíais imaginado que la relación entre la posición del cuerpo a la hora de escribir y la creatividad tuviera algún viso de realidad? ¿No parece, más bien, que esta supuesta conexión esté relacionada con la ciencia ficción? Porque lo normal, lo que vemos a diario y a todas las personas, es escribir sentados, delante de la mesa o el ordenador, los brazos apoyados, luz suficiente, a mano cuantos materiales se requieran. Buena preparación que es la base de la eficacia. Pero hay excepciones, como en toda regla. Y no son pocos los escritores que reciben la visita de las musas mientras se hallan en las posiciones más insólitas e incluso estrambóticas. No obstante, en ocasiones da para pensar en salidas de tono sin otro fin que llamar la atención de los lectores. Al menos, la mayor parte de las veces. Un toque friki, unas gotas de originalidad…

En la Edad Media hubo unos poetas irlandeses que componían sus versos tumbados y a oscuras (de cómo los escribían no sabemos nada). No han sido los únicos, que eso de la cama tiene cierto predicamento. A otros les ha dado por hacerlo de pie. O incluso en la bañera. Allí defendió alguna de sus intrigas Agatha Christie.

Lo de la cama ha tenido, más que seguidores, auténticos fanáticos, una legión de ellos, por extraño que parezca. Quizás porque trabajaban tantas horas que hubiera sido una pérdida de tiempo vestirse, ir al escritorio, regresar. Así, no saliendo de la piltra, ahorraban tiempo, ¿verdad Monsieur Voltaire? O una cuestión de pereza, que es lo que decía su última esposa al hablar de Juan Carlos Onetti. Él consideraba que todo lo importante sucedía en la cama, así que no salía de ella. Habría que haber visto, también, la cara del periodista de televisión sueco que quiso grabar en su lugar de trabajo a Vicente Aleixandre tras recibir el premio Nóbel de Literatura: discúlpeme, pero yo trabajo siempre en la cama, le dijo. Truman Capote era un auténtico adicto, lo hacía todo en ella: comía, bebía, fumaba, escribía…A Valle Inclán, hasta le pilló la muerte entre las sábanas mientras escribía.

No han sido los únicos, pero no voy a agotar el artículo solo con los encamados. También los ha habido verticales, escritores que han preferido la posición de pie, aunque sea más cansada. Es más saludable, a decir de los expertos. Hemingway, Dickens, Lewis Carrol y otros más se encuentran en este apartado.

Dejando a un lado la posición, topamos con otras características curiosas a la hora de la escritura. Hay quien sigue una rutina rigurosa que le ayuda a ordenar el libro y encontrar lo que necesita en un momento dado. Nabokov, el autor de Lolita, escribía por escenas, sueltas, según le iban llegando las ideas. Lo hacía en fichas y siempre tenía alguna a mano, que la inspiración no le cogiera desprevenido. Al guionista de El lado oeste de la Casa Blanca le gusta representar sus diálogos en voz alta, y a veces le pone tanta vehemencia que un día se rompió la nariz en plena teatralización al golpearse con el espejo. Pero muchos otros se lo toman con más tranquilidad. ¿Por eso bebían tanto café? Que le pregunten a Balzac, que se arreaba una cincuenta o Voltaire, que andaba por las cuarenta. Eso dicen, pero para mí que exageran. No sé cómo sería aquel café, pero si hoy en día hay quien con un par de ellos no pega ojo, con estas cantidades quedarían insomnes de por vida.

 

Si descendemos al campo de las excentricidades, de excentricidades mayores que las descritas, quiero decir, nos podemos encontrar con gente que salía al campo a escribir (Rosseau), o componían sus poemas con los pies metidos en un barreño de agua (Schiller) o tecleaba la máquina de escribir como lo trajo su madre al mundo (Salinger). Una forma de imitar a Victor Hugo, aunque este lo hacía solo cuando le apretaba la necesidad de una entrega. Entonces daba órdenes a sus sirvientes para que le retiraran la ropa y no pudiera salir de casa. Una manta era su único abrigo hasta finalizar el trabajo. Nos faltaba un americano que diera el canto, ¿verdad’ Pues aquí lo tenemos. Nada menos que a Dan Brown, el de El código Da Vinci. Brown se cuelga boca abajo –terapia de inversión, la llama- para relajarse y concentrarse en la escritura. Así se inspira. Además, tiene un reloj de arena para, cada vez que se agota, hacer flexiones y estiramientos.

A pesar de lo dicho, me temo que no llega a la altura de Yoshiro Nakamatsu. Este japonés de casi 90 años es, más que nada, inventor; pero le pega a todo. Tiene unas 3500 patentes y ha inventado, entre otras muchas cosas, viagras, putters de golf y sillones que ayudan a pensar. También se le atribuye el taxímetro, el karaoke y el disquete de ordenador. Por supuesto, escribe. Y lo hace en la posición y lugar que nadie hubiera pensado. Va allí -se sumerge, habría que decir para hablar con propiedad- y piensa. Bajo el agua, cuando la falta de oxígeno lo acerca a un estado próximo a la muerte, le viene la inspiración. Lo tiene tan claro, que ha inventado un bolígrafo que escriba en el agua para que ninguna idea se le pierda.

No sé si pedir socorro.

 

 

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