«Herido Leve», Eloy Tizón, por Mónica Crespo

El mapa del tesoro: Herido Leve

Por Mónica Crespo

La escritura de Eloy Tizón es vibrante y caleidoscópica, llena de música y de referencias sinfónicas, silencios y solos de guitarra. Escribe con palabras dúctiles, palpables, que te acarician o arañan con metáforas y sinestesias sorprendentes, con explosiones de lima o de lavadoras rotas, y crea mundos sensitivos de belleza palpitante que desvela nuevos significados. Eloy levanta cortinones, les sacude el polvo, enciende lámparas, deshace nudos, sutura viejas heridas y abre otras nuevas por donde entra la luz. Y lo hace así, tan tranquilo, sin agitarse, tan solo lee y nos cuenta lo que ha leído. Con la voracidad y delicadeza de un puma, con la elegancia de una mirada esmeralda que se interna en la fronda de la literatura y nos deja seguir sus huellas.

Hay escritores que escriben para sí mismos —está claro que no es el caso de este autor, que siempre nos convoca en su literatura— aunque uno mismo es siempre el primer interlocutor con el que dialoga. La escritura es ese canal de comunicación abierta y necesaria para posibilitar ese diálogo, fijar las palabras y salvarlas del torrente incesante de lenguaje y ficciones que somos, que nos atraviesan con fiereza inaprensible. Cifrar la escritura es crear ladrillos de sentido, para estructurarnos y defendernos del mundo y de nosotros mismos —aunque como decía Kafka, si el mundo está contra ti, ponte del lado mundo—, y esto ya nos da para pensar un buen rato…  En cualquier caso, tomo esta cita de Herido leve: «Todos somos ficciones. Lo que nos constituye como seres humanos es básicamente, un relato. Eso que llamamos con cierto aire pomposo “yo”, es bien mirado, una construcción narrativa. En el fondo, no somos más que el relato de lo que nos contamos que somos, a nosotros mismos y a los demás» (pp.113).

© Laura Elena Vivas

Esta necesidad de contar(nos) va más allá: la búsqueda de un interlocutor, a la que tanto esfuerzo dedicó Carmen Martin Gaite, crea un diálogo distinto al habla cotidiana que hace emerger niveles de comprensión que permanecerían en hibernación silenciosa, si no fuera por esta convocatoria exorcista y brujeril de lo literario. Es la búsqueda de otro interlocutor, junto con la necesidad de clarificar lo que queremos decir con el mayor alcance y profundidad intelectual posible, con plenitud expresiva, sea esta ondulante y marina; seca y arenosa; o galáctica y estratosférica… La que nos hace lanzarnos más allá. En esta pelea de puños de cine mudo con uno mismo en la que se convierte la escritura, queremos comunicar nuestro descubrimiento y, tras pulirlo, capa a capa, alcanzar la máxima calidad de brillo dentro de nuestras posibilidades y maestría en el oficio.

Eloy es un artista, un artesano, un púgil incansable, un creador que avanza en sus lecturas y en su escritura. Escribir es un arte. Leer, también lo es. Un acto de creación de sentido; el arte de la buena conversación. Eloy descubre el diamante, lo pule y, generoso, nos hace cómplices. Él, herido leve, lector cómplice de otras autoras y autores, nos invita a su conversación. ¿Hay mejor forma de amor por la literatura? Y yo me siento invitada a una fiesta, a un banquete, a una orgía perpetua de la literatura. A unas ganas imparables de leer y de escribir. Gasolina y fuego.

Es este un libro monumental o un monumento a la literatura. Un libro al que regresar siempre a leer y releer, a retomar conversaciones pendientes o iniciar nuevos itinerarios de lectura. Es un libro que contiene otros libros que a su vez contienen a otros muchos. Es un libro para leer como una novela, un libro de cuentos o de consulta, ya que nos ofrece una disposición narrativa de constelaciones temáticas, donde autores clásicos y postmodernos, consagrados y malditos dialogan entre sí. Podemos conocer sus biografías, anécdotas sobre su obra, análisis críticos prodigiosos y reveladores, y la posibilidad de encontrar referencias de erudición literaria, por cuya senda será libre de emprender un viaje de estudio y profundización, quien así lo desee.  Ya que este volumen maravilloso dispone de un anexo con el origen de los textos y referencias bibliográficas, un índice de nombres y un índice de obras, que aporta un valor añadido a esta publicación de Páginas de Espuma. Y es, sobre todo, una invitación a la libertad de leer, empaparse y disfrutar del viaje con un mapa del tesoro, que te guía por breves capítulos de literatura concentrada, donde encuentras parajes como  furor y deseo, de John Cheever;  las aves migratorias, de Haruki Murakami; montañas mágicas que escalar, de Thomas Mann en fango y mermelada —un exquisito ejercicio de literatura comparada con Becket y Buzzati—; te cuenta las fábulas de supervivientes, de Cinthya Ozick; o cómo la vida se fue, de Marina Tsvetáivea; y así experimentamos los sueños diurnos de Clarice Lispector con los ojos bien abiertos.

Y es que Eloy es un gran escuchador —un gran lector— que capta sonoras interferencias, sutiles movimientos de onda, susurros y gritos, y todos los resuelve con generosidad lectora en la conversación de su prosa y de sus mapas escaneados por el Planeta Relato o el Planeta Marte. Con él descubrimos que una pantalla de cine puede tener una «blancura cetácea», o que «Flaubert logró una obra de perfección alienígena», o esperamos a Godot porque el lenguaje ya no sirve; que hay autores como Fritz Zorn de «un fulgor Luciferino»; o que, en ocasiones, el realismo es «chato, como de filete empanado», que hay mujeres chejovianas casadas con «maridos borrosos», o nos guía hasta Natalia Ginzburg cuya «escritura duele, pero también consuela»; y redescubrimos la prosa de Tolstoi «cristalina y aérea», y, a partir de ahora, sabemos que el «Quijote viaja en metro y Dulcinea es una yonqui que se muere de sobredosis».

Como dice el propio Eloy Tizón acerca de Anna Maria Ortese (pp. 251): «Resumir un texto así es imposible. Se trata de experimentarlo y vivirlo. O mejor aún: restregarse con él». Pues eso mismo digo yo de Herido leve tomando las palabras de Herido leve; porque «diamante corta diamante».

 

 

Mónica Crespo (Bergara, 1974) es escritora e imparte Talleres de escritura creativa desde el año 2000 en instituciones, escuelas de escritura y centros culturales. En el ámbito de la gestión cultural desarrolla proyectos culturales, así como la dinamización y coordinación de actividades literarias con instituciones públicas y fundaciones privadas. Su libro de cuentos Las madres secretas (Editorial Base, 2017) fue Finalista del XV Premio Setenil 2018 al Mejor libro de relatos publicado en España, y Finalista del 40º Premio Tigre Juan 2018.

 

Eloy Tizón (Madrid, 1964) es autor de tres libros de relatos: Técnicas de iluminación(2013), Parpadeos (2006) y Velocidad de los jardines (1992, 2017); y de tres novelas: La voz cantante (2004), Labia (2001) y Seda salvaje (1995).

Ha sido incluido entre los mejores narradores europeos en la antología Best European Fiction 2013, prologada por John Banville. Sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas y forman parte de numerosas antologías.

Colaborador asiduo en medios de comunicación desde joven, durante cuatro años mantuvo en El Cultural una columna titulada Vértigos. En la actualidad es profesor de narrativa en el centro el centro educativo Hotel Kafka y editor en Relee.

Herido leve, Eloy Tizón. Páginas de espuma.

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