Entrevista al escritor argentino Héctor Álvarez Castillo

“Muchos de los libros que hoy se publican serán papel reciclado, ¿alguien imagina eso con los libros de Borges?”

 

En 2019 se conmemoran los 120 años del nacimiento del autor de obras como Fervor de Buenos Aires, Ficciones, El aleph. El sello madrileño Huso Editorial celebra el aniversario publicando Camino a Babel. Conversaciones con Jorge Luis Borges, diálogos históricos entre un discípulo, que años más tarde se convertiría en uno de los nuevos referentes de la narrativa de su país, y el genio argentino.

 

 

Por: Antonio Rivero

 

Pregunta: – ¿Qué significó la obra Jorge Luis Borges para el joven lector Héctor Álvarez Castillo?

Respuesta: – Para tener una respuesta en parte acertada lo mejor debe ser remontarse a mis años iniciales como lector, que están ligados con el escritor o, al menos, con ese niño y luego joven que imaginaba historias como resguardo. Siempre he vivido entre la ciudad de Buenos Aires y la provincia del mismo nombre, que en algún sentido es una prolongación de aquella; si bien cuando esta se va alejando del límitefísico y político se hace más provincia, más sencilla y humilde, y culturalmente menos sofisticada. Para los años setenta, en los que comienzo a leer literatura sabiendo que era literatura, Borges ya era un nombre instalado en la cima de nuestros escritores y no sólo eso. Era un nombre que de por sí concitaba encuentros y desencuentros. Argentina en esa década -como buena parte de Latinoamérica- vivía años turbulentos, y en él coincidían, como símbolo de nuestra cultura, elogios y diatribas. Su presencia trascendía lo literario.

Promediando mi adolescencia se dieron los encuentros inaugurales con su obra. Recuerdo haber leído en las páginas de una revista semanal, con más frustración que alegría, “La casa de Asterión”, cuento que con los años me ha deleitado y del que recuerdo pasajes notables. Luego llegué a sus poemas, más allá de alguna lectura escolar, y a sus ensayos. Saber que un autor de ese prestigio internacional habitaba la misma ciudad, la misma geografía que uno, hace natural y a la vez mágico -aunque no se lo perciba- ese regalo del destino. Por ejemplo, uno actualmente puede ir a un café que está a menos de cien metros de Plaza de Mayo, donde enfrente se encuentra la Casa Rosada, nuestra casa de gobierno, y en ese café llamado London City sentarse a beber en mesas donde Julio Cortázar imaginó a protagonistas de su novela Los premios. Esos detalles, en un mundo aún joven, como son las ciudades americanas en comparación a la historia que tienen a cuesta las europeas, así como convivir con seres de la trascendencia de Borges, ha tenido para uno, y seguramente para otros, una repercusión consciente e inconsciente que supera lo que yo pueda ahora relatar. Borges era uno de nosotros y a la vez era ese oráculo que caminaba por las calles porteñas, al tiempo que dictaba poemas y cuentos que aún seguimos leyendo. Sentíamos que ese artífice notable estaba a la mano, aún cuando su naturaleza parecía hecha de otra sustancia.

Ciclo en Casa Borges. Héctor Álvarez Castillo año 2015 Adrogué

 

P: – ¿Cómo llegó la persona (Jorge Luis Borges) a su vida?

R: – Si mal no recuerdo -soy pésimo lector de mi obra- comento esto en el apartado “Solo memoria”, incluido en Camino a Babel, pero vale comentar aquí que lo mío fue un atrevimiento propio de los veinte años. Trabajaba en oficinas de la Municipalidad de Buenos Aires al tiempo que estudiaba las carreras de Filosofía y de Letras en la Universidad, y vivía en un hotel de mala muerte a pocas cuadras de allí. Borges, por su parte, habitaba un pequeño departamento a no más de un kilómetro y yo -que entendía como algo natural que ambos nos juntásemos a conversar- una vez que conseguí vía un amigo el número telefónico de su casa, no dudé en llamarlo una mañana, cerca de las diez horas. Existieron varias charlas telefónicas, breves, por cierto, luego del filtro natural establecido por Fanny, la señora que desde los años de Leonor hacía de mucama, ama de llaves e improvisada secretaria.Este juego se dio hasta que acordamos que fuera a verlo. Me encontré con un ser sencillo en el trato y a la vez cálido. Nos separaban, entre otras cosas, más de sesenta años, pero nos unía el amor y el respeto a esta materia que hemos dado en llamar literatura y que, como bien indicara Borges, es una materia infinita.

P: – ¿Cómo nace la idea de llevar a libro sus conversaciones con el genio argentino?

R: – Considero que uno de mis aciertos fue en los días posteriores a cada encuentro tomar nota de las situaciones que me resultaron anecdóticamente interesantes, más allá de que no tuvieran relevancia histórica para otros. Y también conservar dos cassettes grabados, con dos de los encuentros que mantuvimos a lo largo de 1984 y 1985. Sin ese material hubiese sido imposible la tarea de recrear esas charlas y lo que rodeó mis visitas.

Debo señalar que no tenía en ese tiempo -más allá de esos registros- la idea de hacer un libro sobre esa experiencia. Para fines de los ochenta recién comienzo a trabajar en el proyecto y, por cierto, me tomé bastante tiempo en avanzar y concretar este volumen. Camino a Babel tuvo una primera edición en 2004 -edición de la que existieron dos reimpresiones (2009 y 2013), si tomamos en cuenta que no se tocó siquiera una coma en esas salidas- hasta llegar a esta segunda edición, revisada y definitiva de la obra que ahora publica Editorial Huso, para mi alegría y espero la de ustedes.

Creo, más allá de ser el autor de la obra, que el testimonio, el Borges que se presenta en esas páginas, es un Borges que no está de ese modo en otros libros de conversaciones, quizá eso se deba a mi edad en ese entonces, quizá por mi afecto conjugado con mi falta de reverencia; son varios los factores que coinciden para que lo que se trasmite sea distinto, sin por eso descubrir, paradójicamente, algo nuevo. Probablemente allí esté la razón más fuerte para que la idea del libro, su realización y divulgación justifiquen esta tarea y su lectura.

P: – En el mundo editorial actual, donde se publica tanto, ¿qué le sigue diciendo la obra de Borges?

R: – Lo primero que me viene a la mente es que de tanto que se publica, poco o casi nada quedará. La enorme mayoría de los libros que se imprimen actualmente, la mayoría de las nuevas obras, de literatura a otros ámbitos o saberes, tendrá como mejor destino el de ser papel reciclado. ¿Alguien imagina eso con los libros de Borges? No, entiendo que no. Bradbury, en la metáfora distópica que es Farenheit 451, nos dice que hay obras que se salvarán más allá del escenario social que habitemos. Y, si hablamos del mundo editorial, si hablamos de los editores, considero que nunca es suficiente nuestra consideración sobre la carga de responsabilidad que ellos tienen, especialmente, hacia los nuevos lectores. Ellos son quienes con las obras que difunden, el catálogo que van armando a lo largo de años y décadas, alimentan a esas nuevas criaturas. Generaciones de lectores son formados no sólo por los autores vivos y del pasado, sino y con fuerte incidencia por los editores. Bien sabemos que lo que se come en los primeros años augura nuestra buena o mala salud. En suma, esto es una relación que se debe a la responsabilidad de tres agentes esenciales. Estos son los autores, editores y lectores. Entre todos hacemos que esta sociedad sea exitosa o desdichada.

P: – Jorge Luis Borges se llegó a definir como “un anarquista moderado”, ¿hoy abunda el conservadurismo literario?

R: – Borges nació en tiempos de vanguardia. Ahora, aún cuando asoman ensayos, experimentos, no sólo en el campo de la literatura sino en otras artes, sentimos las más de las veces que está todo inventado. No sé si eso es conservadurismo, pero sí que -al menos en mi experiencia con lo nuevo, con lo que debería ser novedad- no encuentro habitualmente autores contemporáneos que me atraigan, a quienes sienta que tienen una voz, un tono, algo de lo que no puedo perderme. Por el contrario, cuando por mi trabajo como librero entreabro lo que está circulando, en el mejor de los casos suelo decirme. “Esto está escrito correctamente, hay oficio narrativo, se nota conocimiento académico, pero no pasa de allí, no hay talento, no hay fuego. No está del otro lado un ser humano que tenga algo, en un sentido pleno, que decirme.” A veces medito sobre qué hace que escribamos, por qué lo hacemos si lo que está detrás no es ese toque de locura que nos diferencia y que, a la vez, cuando leemos es lo que buscamos en los otros para sacudirnos. En más de un caso, para recordarnos quien somos, quien fuimos.

Borges era moderado si pensamos que no se dejaba llevar por lo sentimental, por el arrebato, por el vértigo que en ocasiones puede guiar nuestra escritura, pero era a la vez sensible e inteligente, trasmitía desde la erudición no sólo su reflexión sobre su persona y el mundo, sino su vivencia. Y esto lo hacía de un modo bien personal. Quizá no se pueda gozar de esa originalidad si no se es, en alguna instancia, un anarquista.

P: – Háblenos de la obra de Héctor Álvarez Castillo, ¿qué lo define como escritor (si algo lo define)?

R: – La necesidad. Considero que mi infancia fue la peor etapa de mi vida; sin la imaginación, las largas noches de insomnio con la sola compañía de mi pensamiento, no la podría haber atravesado y llegado hasta aquí del mismo modo. Hoy, esa necesidad de antaño se ha hecho carne y uña, y es natural que me considere escritor o artista sin que exista un cuestionamiento en eso. Allí el poeta es quien primero se relaciona con el mundo, y más aún cuando me recuerdo, porque considero que la vida en buena parte es eso, un recordarse o no dejar en el olvido aquello que más allá de pérdidas o beneficios consideramos valioso. Que nuestra voz y nuestra mirada cambien lo menos posible con los años.

P: – ¿Qué representa para su obra ser publicado en España por Huso Editorial?

R: – El 2019 es un año especial, se conmemoran los 120 años del nacimiento del autor de obras como Fervor de Buenos Aires, Ficciones, El aleph. Un año borgeano como este y la salida de Camino a Babel en España son para mí un acontecimiento de enorme importancia.

En lo personal, debo hablar de alegría y tranquilidad. La alegría, la satisfacción, entiendo que son evidentes. No hay autor que no se alegre cuando su obra se difunde y esto se hace, además, en otro país y continente. Sumemos a esto que se ha llegado a la presente edición, revisada y corregida, luego de dos años de trabajo en equipo. De allí mi agradecimiento con la Editorial Huso, sello que me ha demostrado en este periodo su profesionalidad y amor al libro. Y yendo a lo que llamo tranquilidad -y que tiene relación con lo anterior-, saber que desde ahora la obra tendrá una circulación internacional, me dice que lo que encierra este volumen alcanzó una vida propia que él solo deberá defender, merced a la calidad y valor de su contenido. Camino a Babel, creo que por primera vez comienza a andar y en lo que a mí me concierne solo me resta ser testigo de su derrotero y desearle que tenga la vida que merece y le corresponde. Al fin de cuentas, tanto se habla de la metáfora que reúne libros e hijos, que no está mal que aquí la mencionemos. De algún modo deberé comenzar a despedirme de él con el espíritu de los sabios versos de Antonio Machado. “Caminante, son tus huellas/ el camino y nada más;/ Caminante, no hay camino, /se hace camino al andar.”

 

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