Por Jaime Fa de Lucas.

En 1986 se produjo una de las mayores catástrofes de la historia de la humanidad en la central nuclear de Chernobyl. Más de 30 años después, el director Johan Renck y el guionista Craig Mazin exprimen el suceso para crear una de las mejores series de la historia de la televisión. Y no queda más que aplaudir y quitarse el sombrero ante la propuesta de HBO.

El tema de por sí ya es interesante, principalmente porque lo que ocurrió en Chernobyl fue devastador y porque no todo el mundo conoce con precisión los porqués y los cómos de la tragedia. Es uno de esos incidentes que se erige como una nube negra que flota en el pasado de los seres humanos, con su dosis de muerte, imprudencia y heroicidad, pero que requiere de ciertos conocimientos técnicos para ser entendido y de suficiente atrevimiento para correr el velo impuesto por la propaganda soviética de la época.

Renck y Mazin están a la altura de la tarea y se atreven a coger el grafito con las manos desnudas. Apoyándose en las magníficas interpretaciones de Jared Harris, Stellan Skarsgard, Emily Watson, Paul Ritter –y de casi todo el reparto– y en la exquisita fotografía de Jakob Ihre, desarrollan el relato de forma implacable, manteniendo una atmósfera tensa en todo momento y sin apartar la mirada de los aspectos más escabrosos de la historia, bien sean estos ideológicos, viscerales o emocionales –las mentiras de las altas esferas, la caza de animales, la descomposición corporal causada por la radioactividad, etc.–.

La mayor virtud de Chernobyl es su apartado narrativo. La serie incluye infinidad de detalles sutiles, tiene un ritmo prácticamente perfecto y su acercamiento a los hechos demuestra una lucidez extraordinaria. Sorprende especialmente la claridad y el rigor de sus explicaciones técnicas, manejando conceptos complejos sobre la tecnología nuclear con bastante agilidad e introduciendo esos momentos explicativos de manera orgánica en la narración, evitando caer en el didacticismo artificial.

Es una serie que atrapará por completo a cualquier espectador y cuyo único defecto es que los personajes hablan en inglés y no en ruso, algo que resta autenticidad, pero a lo que uno se acostumbra con bastante rapidez. También se podría cuestionar la inclusión del personaje de Ulana Khomyuk, ya que no existió en la realidad, pero como bien se expresa al final, es un personaje que sirve de homenaje a todos los científicos que ayudaron. En definitiva: obra maestra de visionado obligatorio, difícil resistir el maratón.