Extraña versión de “Tres sombreros de copa”, de Miguel Mihura
Por Horacio Otheguy Riveira
Una tragicomedia que, a partir de los años 50 del siglo XX, impulsó con energía la imaginativa creatividad de un humorista muy serio. La presente versión tiene una manera irregular de mostrar la noche mágica, divertida y muy dramática de un hombre gris que ha de decidir si rompe con el horrible futuro burgués que le espera al fugarse con una jovencita de music-hall, mucho más divertida que ninguna mujer que podrá conocer en su vida. Una gran obra desdibujada por una confusa farsa dirigida por Natalia Menéndez.
Un panorama contradictorio es lo que se ve en el María Guerrero, una vez que la directora Natalia Menéndez abusa de la farsa para exhibir la tragicomedia de un hombre corriente en vísperas de su boda. Por suerte, ese tono no es constante, y encuentra sus buenos momentos de intimismo tan caro a Mihura, creador de un universo cómico al borde del grotesco, felizmente emparentado con cierto realismo amable para resguardar de la catástrofe una melancolía muy profunda. Y si melancólico es el final, el trayecto guarda en sí mismo varios géneros.
En esta ocasión vamos a trancas y barrancas con el desamparo del bueno de Dionisio en un gran hotel de ciudad chica, en vísperas de una boda lamentable. Se tarda mucho en dejar atrás el barullo de la primera parte para entrar en el intimismo del oscilante humor blanco-negro característico del autor.
Lo mejor: algunos de sus intérpretes veteranos como Mariano Llorente y Arturo Querejeta, el protagonista Pablo Gómez-Pando y Laia Manzanares como la dulce bailarina, esa chica con muchos novios que Dioni comería a besos si no fuera que… no se atreve; ambos arquetipos en la prolífica obra del autor: la ingenua sexualmente liberada y el buen chico virginal perdidamente enamorado. Algo muy presente en Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia, Melocotón en almíbar, La decente, entre otras.
La obra que Miguel Mihura escribió en 1932, por entonces con 27 años, logró estrenarse en 1952 [precisamente protagonizada por el padre de la directora de hoy, el gran Juanjo Menéndez (1929-2003)]. Fuera de ese contexto, en la atemporalidad difusa en que se muestra en esta ocasión, las situaciones de irónico o negro humor quedan en gran parte vetustas, y las más brillantes deslucidas por la elección de un tono sobreactuado en las bailarinas que irrumpen en la habitación de Dionisio, el formal muchacho que se casará con una chica de familia rica que no le permite besarla hasta la noche de bodas.
Es esta una obra que ha merecido numerosos estudios, aquí representada con buenas intenciones por una directora de comprobado talento en muchos otros montajes, y que, sin embargo, sobre la escena parece mofarse de lo que en teoría admira, ya que en mi opinión no ha conseguido establecer la singular armonía de recursos que contiene el texto y que ella misma subraya en el programa de mano, llevada por un exceso de farsa:
“… Nada es maravilloso, todo tiene doble cara, se trata de decidir, de saber lo que se quiere. Ese sueño inverosímil entra por nuestros poros hasta llegar a la ternura y a una sensación agridulce de lo que se renuncia. Nosotros se lo brindamos como un tiovivo del adulto que juega a ser niño, como una aventura, con ilusión y belleza…”
En todo caso, un “teatro del absurdo” muy aplaudido por quien se consagró como padre del subgénero en los años 50, con La cantante calva, Eugene Ionesco:
Los Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, tiene la ventaja de poder unir el humor a lo trágico, la verdad profunda a la gracia, que, en tanto que es elemento caricaturesco, subraya y hace destacar, agrandándola, la verdad de las cosas. El estilo irracional de esta pieza puede desvelar, mejor que el racionalismo formal o la dialéctica mecánica, las contradicciones del espíritu humano, la estupidez y el absurdo. La fantasía es reveladora; es un método de conocimiento: todo lo imaginario es verdad; nada es verdad si no es imaginario. El humor no es sólo la única visión crítica valedera, no es sólo el espíritu crítico, sino que, además – contrariamente a la evasión, a la fuga que resulta del sistema que nos arrastra bajo el nombre de realismo a un sueño helado, frío, fuera de toda realidad -, el humor es la única posibilidad que tenemos de liberarnos – pero solamente después de haberlo digerido, asimilado, conocido – de nuestra condición humana tragicómica de la desazón de la existencia. Adquirir consciencia de que es atroz y reírse, es llegar a ser superior a lo que es atroz. Los asesinos se encuentran entre los que no saben reír, entre los ciegos de espíritu, entre los débiles, para los cuales el furor, el crimen, son el único medio para liberarse.(Eugene Ionesco, El humor negro contra la mixtificación.
(Fuente: Primer Acto, número 7, marzo-abril de 1959. Págs. 63 y 64).
Y de pronto, sin proponérmelo, sin la menor dificultad, había escrito una obra rarísima, casi de vanguardia, que no solo desconcertaba a la gente sino que sembraba el terror en los que la leían. Yo era, por tanto, como ese huevo de pato que incuba la gallina y que, después, junto a los pollitos, se encuentra extraño y forastero y con una manera de hablar distinta. A mí no me entendía nadie y, sin embargo, yo entendía a todos. Y mi manera de hablar me parecía perfectamente comprensible. (Miguel Mihura)
Reparto (por orden alfabético:
- Óscar Alló, Roger Álvarez, María Besant, César Camino, Lucía Estévez, Cayetano Fernández, Pablo Gómez-Pando, Alba Gutiérrez, Tusti de las Heras, Mariano Llorente, Laia Manzanares, Rocío Marín Álvarez, Manuel Moya, Carmen Peña Viciana, Chema Pizarro, Arturo Querejeta, Fernando Sainz de la Maza y Malcolm T. Sitté
Miguel Mihura (Autor)
Natalia Menéndez (Dirección)
Alfonso Barajas (Escenografía)
Juan Gómez-Cornejo (Iluminación)
Mireia Llatge (Vestuario)
Mariano Marín (Música y espacio sonoro)
Mónica Runde (Coreografía)
Pilar Valenciano (Ayudante de dirección).
- Producción Centro Dramático Nacional