“Metálica”: el culto al placer sexual en una tragicomedia entre humanos y robots
Por Horacio Otheguy Riveira
Todo comienza con un boca a boca a un moribundo por su seguro servidor, un robot que sabe muy bien los extras que le entusiasman a su amo, compañero complaciente programado para dar placer sexual y cuantos caprichos puedan ocurrirse. Aunque no todos, y allí radica el conflicto. Con rasgos de las mejores herencias posibles —léase, por ejemplo: Un mundo feliz, Aldous Huxley, 1932, o El hombre ilustrado, Ray Bradbury, 1951—, lo cierto es que aquí la intención se vuelca con notable originalidad, aprovechando al máximo la escasa tradición del género en el teatro. Marco de referencia social, compromisos emocionales bajo contrato, ascenso sociosexual, felaciones varias, cunilingus a lo perro pachón y pájaro carpintero, negras humoradas, tensiones bien urdidas en soledades mal compartidas… entre muy variadas sorpresas a cargo de un espléndido elenco en un entorno escenográfico muy sugerente.
Una historia lineal que se desdibuja para armarse por entero en su recorrido y con un muy eficaz último tramo en busca de un final que cuando llega es evidente que nos estuvo esperando todo el tiempo. Un final a dos voces y un personaje que no apareció hasta entonces, cuya mirada y gestos son reveladores de un contenido ideológico clave. Y desde allí, la necesidad natural de rearmar todo lo visto en esta Metálica que nace de un experimento (Escritos en la escena III) y se consolida como una función plena.
Amos y robots, hombres y mujeres con sus pasiones o sus ambigüedades sexuales en el vertiginoso encanto de que todo es posible a partir de un mundo robotizado, pero que guarda muchos de los elementos de juego que hoy tenemos a través de Internet y los móviles. Pasiones encendidas, perversiones dadas por buenas, moralidades extrañas cuando los ojos se nublan con lacrimales angustiosos que han venido recorriendo la piel con estancia preferente en las zonas erógenas.
Cuadro a cuadro, secuencia a secuencia, teatro escrito y dirigido por Íñigo Guardamino, imparable en su singular estilo de armar una única obra a manera de suma de obras muy cortas, en un vaivén aparentemente descuidado, pero cuyos flecos son en realidad la carne de una historia con personajes que se desdoblan junto a otros que marcan arquetipos.
Metálica, escrita y dirigida por Íñigo Guardamino, se entrega a lúbricos encantos con un grupo de intérpretes sensacionales, ya con suficiente trayectoria, perfectamente integrados en la dinámica del autor-director, y el conjunto es esta vez muy distinto a las últimas experiencias —todas con fuerza independiente, en realidad— porque hay un hilo conductor de neurosis actual ligada al mundo digital y el virtual, elevado a la quinta potencia de un 2044 donde las necesidades y las fantasías de la burguesía (la clase que puede acceder a una robótica de impresionantes posibilidades “casi humanas”) se explayan libremente, perdiendo todo resquemor moral o religioso, excepto la búsqueda de fronteras que se creían perimidas. Una distopía donde confluyen buenas oleadas de humor negro con un planteamiento existencialista que invita a reflexiones de otro tipo, como si una preocupación por la deshumanización del mundo actual condujera a desamparos inéditos, quizás más dramáticos por hallarse en el ojo del huracán de la mayor tecnología posible.
Excelente reparto cómplice del estilo del autor-director, que trabaja dando mucho de sí, tal y como en otras ocasiones, y en producciones muy distintas he visto. Su expresión corporal y sus composiciones de voz, según las situaciones que les tocan interpretar alcanzan momentos sobresalientes que no es conveniente señalar para mantener muy alta la capacidad de sorpresa.
Son ellos: Pablo Béjar (El banquete, Los empeños de una casa), Marta Guerras (La comedia de las mentiras, En el oscuro corazón del bosque), Esther Isla (Una vida americana), Sara Moraleda (Monta al toro blanco), Rodrigo Sáenz de Heredia (Castigo ejemplar, ¡Yeah!), y como actuación brillante por lo inesperada, sorprende el único con muy poca experiencia teatral, a cargo de admirables creaciones como robot y como adolescente con impecable talento, a la altura de sus compañeros: Carlos Luengo.
El futuro no es lo que nos habían vendido el siglo pasado: no vemos coches surcando el cielo, abonos de teletransportación o un menú del día en una pastilla; paradójicamente el mayor cambio que ha producido la tecnología ha sido en nosotros mismos. Manteniendo la apariencia de comunicación nos estamos aislando poco a poco los unos de los otros, y esa futura epidemia de soledad será aliviada también por medio de la tecnología: robots que nos cuiden y nos follen bien rico, una extensión de nuestro ego hipertrofiado, el accesorio definitivo, eliminando la necesidad de “el otro” en nuestras vidas.
Metálica será una comedia negra sobre ese siguiente paso en nuestra espasmódica “evolución”, la historia de una familia que integra a esos seres moldeables, ni de carne ni de hueso, en sus vidas, una obra sobre la agonía festiva de la empatía y la intimidad y el riesgo de que acabemos siendo como esos mismos robots suministradores de compañía y orgasmos: una conciencia o alma muerta, fría como el metal, debajo de una apariencia humana.
Texto y dirección Íñigo Guardamino
Escenografía y vestuario Paola de Diego
Iluminación Bea Francos Díez
Música y espacio sonoro Fernando Epelde
Música canciones David Ordinas
Letra de canciones Íñigo Guardamino
Ayudante de dirección Pablo Martínez Bravo
Diseño cartel Javier Jaén
Fotos Mario Zamora
Producción
Centro Dramático Nacional
TEATRO MARÍA GUERRERO. SALA DE LA PRINCESA, De 10 a 19 de mayo de 2019. De 28 de mayo a 9 de junio de 2019. De martes a domingo a las 18 horas. Encuentro con el equipo artístico: Jueves 16 de mayo y martes 4 de junio de 2019.
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