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CRÍTICA// ‘El arte y sus objetos’, de Richard Wollheim

RICARDO MARTÍNEZ.

De alguna manera podríamos sostener que el arte de mirar equivale al arte de ser. Al tiempo, como es lógico deducir, el mirar, que es un ejercicio subjetivo –más el ‘juzgar artísticamente’, digamos- propicia tantos puntos de vista distintos, todos ellos razonados, como observadores existan.

Ante esta cuestión, hay un apartado de este argumentado libro que me parece un ejemplo discursivo paradigmático relativo a la estimación individual del arte, derivado de una consideración teórica propiciada por Wittgenstein, quien aprecia, en su ‘Cuaderno marrón’ una ambigüedad (a propósito de la observación de algo) en el uso de términos tales como ‘particular’ y ‘peculiar’.  De la reflexión acerca de ello, de tal apreciación, deriva el autor un pensamiento muy original. Leemos (p.126) “se puede pensar que es lo mismo decir que no existe realmente tal cosa como la actitud estética, o, más suavemente, que no hay nada que sea distintivo de la actitud estética. Pero, interpretar de este modo el argumento –que es tan común entre aquellos que lo aceptan como entre quienes lo rechazan- es perder de vista la idea. La idea no es que no haya nada que sea distintivo de la actitud estética, sino más bien que no tiene por qué haber ninguna manera completa de hacer referencia a lo que es distintivo de ella, aparte de referirse a ella como la actitud estética”

Considero que, en efecto, el mirar-pensar es un mirar reflexivo, y en tal hecho están todos los elementos, materiales y estéticos, de lo observado. La particularidad otorgaría el matiz, el complemento en la definición-apreciación. De aquí, por extensión, cabría decir que en tal actitud está todo, pues la apreciación pensada tiene valor de totalidad, siempre a expensas de las capacidades del observador. Desde luego, el valor intrínseco de la obra de arte puede pretender más, y en ese mirar-admirar pensante creo que está depositada la intención-voluntad del artista.

De ahí que, en el discurso continuado del autor resida, probablemente, la estimación razonada que validaría la postura del observador: “deberíamos considerar el argumento de Wittgenstein como un argumento dirigido contra lo que él cree que es un error generalizado de nuestro pensamiento: el de identificar un fenómeno con otro fenómeno más específico que él, o el de verlo todo como una versión disminuida de sí mismo.” Lo observado es, en esencia, unívoco, cerrado, autónomo. Lo observado, en buena lógica, lo es por sí. De ahí que concluya el propio autor, a modo de resumen: “No puede resultar sorprendente que el Arte, que provoca naturalmente envidia y hostilidad, se haya visto sometido a semejante tergiversación constantemente”

Constituye, al tiempo, una postura de actualización en cuanto al arte como depositario de emociones, pero también como una forma de identificación. Como siempre ha sido.

El libro es de una alta enjundia intelectual, de ricas consideraciones artísticas, y está escrito con una expresión literaria clara y didáctica.

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