Calderón de la Barca, Benjamín Prado y Mario Gas, unidos en eminente versión de «La hija del aire»
Por Horacio Otheguy Riveira
Un trágico Calderón abandona el rigor de su época, y se deja guiar por dos grandes de hoy como Benjamín Prado —en la novela y la poesía—, y Mario Gas en el mundo del teatro —actor, productor, director—, en magnífica unión para rendir homenaje al bravío personaje de Semíramis, y a Marta Poveda, la excelente actriz escogida para interpretarlo.
Obsesionado por la injusticia de los mandatos divinos, y la incomprensión de los humanos, Calderón de la Barca encuentra en Semíramis otra vuelta de tuerca para su Vida es sueño. En ambas una persona joven es encerrada porque se teme lo que se ha vaticinado que suceda a lo largo de su vida. Aquí, en la cima de una alta montaña, encerrada en una cueva al cuidado de Tiresias (otro personaje ligado a la mitología griega), la joven desespera. Rodeada por una naturaleza exuberante, ella misma es una fuerza que se quiere irresistible, y brega por salir de cualquier modo, incluso echándose al caudaloso río que rodea su encierro. Pero su celador ordena a los soldados impedirle el paso. Ella les ordena que se queden donde están, que nadie la toque, que ella misma se ocupará de volver a su ominosa celda. Entre gritos y susurros, así empieza esta Hija del aire, versión libre del propio Calderón sobre un personaje del que se ha escrito mucho y diverso, nunca estrenada en la Compañía Nacional de Teatro Clásico hasta este fabuloso espectáculo nutrido del devenir de apasionantes aventuras, felizmente elaborado con un texto de dinámica teatral que enriquece las hermosas palabras del autor del siglo de oro, a menudo ahogado en largos monólogos.
Se ha elaborado un texto para un espectador cómplice, entregado a una acción desbordante de ambiciones con un personaje central fascinante, objeto de deseo y de repulsa, cuyas contradicciones la elevan a la categoría de una de las mayores trágicas de la historia del teatro, ahora con un lenguaje muy cercano y con una interpretación contemporánea de gran aliento.
En La hija del aire coescrita por el poeta y novelista (debutante en teatro) Benjamín Prado y montada por el director Mario Gas, hay una concepción escénica de creciente interés en la que la escenografía se expone detrás, a manera de muy viva muralla con sugerencias históricas, y apoyo certero de atractiva iluminación e imágenes cinematográficas, mientras gran parte del escenario, queda a merced de personajes de notable riqueza dramática con intérpretes dirigidos a la manera de una coreografía donde nada se ha dejado al azar; cada respiración, cada gesto, cada tonalidad de sus voces y el colorido de sus trajes conminan a la ovación final para toda la Compañía, y especialmente para Marta Poveda en su primer protagonista absoluto en la tragedia, entregada de lleno en el harto complicado empeño de empezar en lo más alto, con una escena de extrema tensión, y seguir subiendo hasta el final en una espiral extenuante que le exige un gran esfuerzo. Recorrido minado de peligros que sortea con singular talento, logrando en todo momento que los espectadores la sigan de cerca en su tortuoso camino.
Buen ojo el de Mario Gas al escogerla tras un casting. El poderío de Poveda se construye poco a poco en una ya larga carrera, de la que recuerdo una vis cómica desternillante (Burundanga) que se transforma en elegante si así lo exigen clásicos como el de El perro del hortelano o La dama duende; entremedias, una lujuria desgarrada según el Dostoievski de Los hermanos Karamázov, y más recientemente la atormentada criatura, también de Dostoievski, en El idiota, entregada de niña a un hombre adinerado.
Dirigida dos veces por Helena Pimenta y otro tanto por Gerardo Vera… ahora en manos de Mario Gas, ha hecho una trayectoria en la que todas las satisfacciones le han servido para un aprendizaje que nunca se da por vencido. A su encanto personal ha sabido añadir las enseñanzas de estos estilos, diversos y magistrales, para seguir creciendo, aprendiendo, dominando los matices de una voz peculiar que ya es santo y seña de una actriz a la que ningún desafío le parece excesivo. Su cuerpo menudo se crece en la búsqueda de sí misma a través de personajes que le reclaman plena dedicación. Semíramis es el más grande, comienzo de una nueva etapa.
El espectáculo del horror y la belleza, de la ternura extrema y la extrema desolación, respeta y enriquece esta dualidad tan cara a Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681) con un montaje en el que el espectador resulta cautivado en todo momento con un reparto magnífico en todas las escenas por breves que resulten. Así, Ricardo Moya en el comienzo, como primera voz masculina en aparecer, clave en el tono con que empieza la función, compone un Tiresias tan impactante como la entrañable experiencia por el amor y la muerte en manos del primer enamorado, Agus Ruiz, luego el dogmático poder del rey en un radiante Germán Torres, o el vaivén colosal de José Luis Alcobendas, subiendo y bajando en todas las escalas humanas del herido, el embustero, el fracasado y el triunfador, o en un registro muchísimo menor, casi murmurado, Marta Betriu en su dulce, contenido, contraste con la violencia de la protagonista.
Todos aúpan esta consagración del trabajo en equipo alrededor de un poderoso personaje femenino, víctima del capricho de los dioses, que lucha a brazo partido para ser ella misma en un mundo de hombres. Arquetipo de ser humano aguerrido por afán de supervivencia y deseo de justa venganza por los años de encierro, incapaz de seducir a los hombres, pero ante quien estos caen absolutamente fascinados: la sensualidad que desprende un ser en estado salvaje, primitivo… Una mujer que cuando ha de reinar el pueblo no la acepta; por el contrario, clama por su hijo, masa temible, adoradora de la figura masculina, autoritaria, y allí comienza una tragedia mayor que, sin embargo, dentro de la espectacularidad de la puesta en escena fluye con exquisita precisión, muy bien acompañada por los trajes de Franca Squarciapino y la composición musical y audioescena de Orestes Gas, la más completa e inquietante de cuantas ha creado para la escena.
Texto: Calderón de la Barca
Vídeo escena: Álvaro Luna
Ayer jueves 16 de mayo fuimos a ver la obra, nos gustó muchísimo.
Mario Gas la borda como,siempre con un montaje increíble y una escenografía estupenda, los versos actualizados al mundo de hoy por Benjamín Prado con lo cual Se entiende se disfrutan, los actores magníficos, se les oye se les escucha con una dicción clara y el vestuario precioso de franca Squarciapino, !!!! Enhorabuena !
Hay que verla, un 10
Muchas gracias, encarnación por tu comentario y por compartir mi entusiasmo.