Corrientes subterráneas
Por Jorge Mur.
Tal vez cueste un poco, pero existe quietud en medio de la agitación. Valga, por ejemplo, la imagen de un monje budista cruzando una avenida repleta de coches en Tokyo; o Central Park; o un teatro vacío cuando la función ha terminado.
Escritor y fotógrafo, Brian Pearson se afana por descubrir esos instantes de quietud que parecen filtrarse desde otra dimensión. Sus fotografías en blanco y negro revelan un mundo crudo que oscila entre lo arquitectónico y una colección de paisajes cercanos, como si abríeramos la ventana del salón para tomar aire con fuerza; para seguir adelante.
Cuéntanos cómo descubriste el mundo de la fotografía.
Mi difunto padre estaba muy involucrado en el mundo de la fotografía. Creció en la ciudad de Nueva York y documentó las cosas que observó y experimentó desde muy joven. Estoy hablando de la década de los treinta en adelante. Tomó fotografías de estrellas de Broadway, de desfiles, transatlánticos, y de otras cosas más mundanas. Así que crecí rodeado de una gran cantidad cámaras y revistas de fotografía. Todavía tengo la primera cámara que me compró cuando tenía siete años, justo antes de un viaje familiar a Nueva Orleans. Creo que se sintió como si me hubiera dado una varita mágica. Además, cuando tenía alrededor de diez años, mi padre construyó un cuarto oscuro en nuestra casa. Por todo ello, la fotografía siempre ha sido una parte fundamental de mi vida.
Luego, a principios de la década de 1990, asistí a una pequeña escuela secundaria hippie en el suroeste de Colorado. Un río corría por nuestro campus, que una vez había sido un rancho y luego un burdel. Era un lugar sorprendente e inusual, pero perfecto para tomar fotografías y perfeccionar habilidades. Mi primera semana allí, después de cumplir dieciséis años, comencé a tomar clases de fotografía con una mujer llamada Marianna. Durante los siguientes tres años trabajé con ella en el anuario, lo que significó incontables horas desarrollando mis fotografías en el cuarto oscuro de la escuela. Marianna murió hace aproximadamente un año, pero afortunadamente pude verla en un viaje de regreso a Durango, Colorado, a principios de 2017.
Sin embargo, después de la secundaria no disparé mucho. Por alguna razón, fue casi como si me estuviera rebelando contra cualquier cosa que tuviera que ver con la autoexpresión. Pero con veinticinco años comencé a mochilear. Fui por todo el mundo. Y, por suerte, esto me llevó de nuevo a la fotografía y a la escritura.
¿Por qué la fotografía es importante para tí?
Lo es porque me conecta con personas que ya no están aquí, como mi padre y mi maestra. Cuando realmente estoy concentrado en los disparos, me siento agitado y al mismo tiempo me siento cerca del núcleo de quién soy como persona. Es un esfuerzo muy satisfactorio. Diría, incluso, que eufórico. Y luego, cuando la fotografía está hecha y estoy feliz con ella, siento todas esas cosas y conexiones de un modo más intenso. Por supuesto, hay algunos tipos de fotografía que nunca he tomado, como instantáneas de guerra y sufrimiento. Respeto muchísimo a los reporteros gráficos como Tim Hetherington, quien, casualmente, murió el mismo día que mi padre. En eso, la fotografía es importante para mí en múltiples niveles. Me eleva, pero también me expone —y al mundo— a momentos que no podríamos experimentar de otra manera, ya sean buenos, malos, u horribles.
Tu fotografía en blanco y negro es capaz de generar atmósferas muy potentes. ¿Qué te atrae de esta estética?
Mi atracción por el blanco y negro se remonta, muy probablemente, a la habitación oscura de mi escuela hippie. Pero más allá de eso, creo que la respuesta es más simple, ya que a comienzos del nuevo milenio tomé una clase de fotografía en la New School de Nueva York. Recuerdo que el instructor nos hizo salir a tomar fotografías con la película Scala de AFGA, una película en blanco y negro. Me hice adicto a esa película. Era exhuberante. Así que ese hecho, probablemente, también jugó un papel importante. No obstante, también poseo trabajo que no es en blanco y negro pero que no tiendo a mostrarlo tan a menudo.
En tu serie sobre Tokio, las fotografías capturan momentos de quietud en medio de un mundo acelerado que late con furia. Pero encuentras, sin embargo, la estética Zen en lugares comunes, como rascacielos, boutiques u otros pequeños fragmentos de las calles. ¿Qué tipo de belleza o sensación encuentras en estos lugares? ¿Qué mensaje quieres transmitir al espectador?
Cuando tenía cinco o seis años, siempre estaba inventando excusas para dejar el ruido de mi clase y caminar por los pasillos silenciosos y poco iluminados de mi escuela, algo que me parecia relajante. De hecho, todavía hago esto. Vivo en Portland, Oregón, pero con frecuencia camino por callejuelas o callejones para alejarme de las multitudes. Cuando viajo, aunque sea a grandes ciudades, trato de ir a lugares donde hay poca gente. En una ciudad como Tokyo, con todo su caos controlado, de alguna manera uno logra sentirse como si estuviera en un lugar tranquilo y meditativo. Puedo caminar todo el día y no sentirme abrumado o incluso, quizás paradójicamente, sobreestimulado, lo que sospecho que tiene algo que ver con la cultura en general de Japón.
Cuando disparo, ya sea en Tokyo o en el alto desierto de California, intento captar esas corrientes subterráneas más tranquilas que existen en todas partes, incluso en el centro de una de las metrópolis más grandes del mundo. Esta es la sensación que persigo para el espectador y para mí: ese éxtasis silencioso al que se puede acceder sin dinero ni privilegios porque se encuentra a nuestro alrededor, incluso en los lugares más inesperados. Así que pienso que la fotografía tiene que tratar de captar esa sensación, que es siempre mi objetivo. Es decir, hacer que la fotografía sea lo más simple y directa posible y, al mismo tiempo, ofrecer una leve sensación de movimiento.
Creo que cada artista muestra una parte de su propia personalidad y de su carácter en sus fotografías. ¿Qué quieres mostrar en las tuyas?
Creo que hay tranquilidad y placer en la quietud. Lo que me esfuerzo por mostrar a través de mi trabajo es mi relación con lo invisible. Es decir, el movimiento poético de nuestras vidas dirigido por serendipia y sorpresa. La modernidad a menudo nos pide que abandonemos algo de lo que somos para que todo funcione. Todo es apresurado, marcado, comprado y vendido. Es vertiginoso y no muy romántico. Todavía me atrae el misterio y el encanto, así que espero que esto se vea reflejado mínimamente en mi trabajo.
Cita tus tres principales fuentes de inspiración.
Sin duda, la música. Tuve la suerte de ser lo bastante joven en el Nueva York de la década de 1990. Las pistas de baile de los clubes de la ciudad (Club USA, Save the Robots, Disco 2000, Twilo, etc.) me inspiraron enormemente, y todavía lo hacen tantos años después. Eran como incubadoras de sueños.
Los libros me inspiran. Me gusta especialmente Jane Bowles, quien escribió “Dos damas serias”.
Viajar. Cada vez que voy a un lugar nuevo y diferente de lo que sé, mi imaginación se vuelve loca. He estado en la India dos veces y cada ocasión es como tener una nueva mente creativa. Una vez conduje solo por Australia, que es cuando decidí tomarme la fotografía más en serio.
Tus fotógrafos y cineastas favoritos son…
Mis fotógrafos favoritos son miembros de la escuela New Topographics —”Nueva topografía: fotografías de un paisaje alterado por el hombre”, una exposición que representó un momento clave en la fotografía de paisajes estadounidense—. No supe de su existencia hasta que encontré el obituario de Lewis Baltz en noviembre de 2014. También cabe citar a Bernd y Hilla Becher, así como a Frank Gohlke. Creo que me relaciono con ellos porque crecí en el oeste, y gran parte de lo que estaban filmando era lo que me atraía tanto visual como emocionalmente, incluso en la actualidad. Además, crecí mirando fotografías de Bruce Weber y viendo videos de Herb Ritts, por lo que ambos me dejaron una huella. Pero hay otros muchos fotógrafos increíbles por ahí a quienes podría señalar como favoritos. Igualmente, tengo un conocido que está muy involucrado en la escena de la fotografía de Los Ángeles, y que me ha descubierto el trabajo de personas de las que nunca había oído hablar y cuyo trabajo me inspira a sacar mejores fotografías.
En cuanto al cine, me gustan todos, desde Michelangelo Antonioni hasta David Lynch. Alfonso Cuarón y “Roma”. “No es país para viejos” de los hermanos Coen.
¿Qué otros intereses tienes?
Me gusta la aviación, la escritura, el agua en todas sus formas, conocer gente nueva, mantenerme al día con viejos amigos, los ritmos diarios de la vida, perderme en el mundo.
¿Cuál es el mejor consejo que has recibido?
No son técnicamente consejos, más bien palabras de aliento en un momento transcendental. Cuando tenía trece años, otra maestra, la señora Hudson, me hizo a un lado y me dijo que podía escribir. No tenía idea de que pudiera escribir, de que podía ser bueno en eso. Me dijo que si quería, podría publicarme en The Atlantic cuando llegara a la universidad, una meta elevada, sin duda. Fue un momento mágico, uno que se ha quedado conmigo. A veces ni siquiera sabes lo bueno que puedes ser en algo… Y siempre existe la promesa de que puedes ser aún mejor una vez que lo descubras. Nuevamente, se trata de aprovechar lo desconocido, lo invisible, y dejar que lo que encuentres te transporte a otro lugar.
¿Cuál es el proyecto fotográfico de tus sueños?
Salir al mundo, fotografiar la industria y a las personas de una manera que me parezca nueva pero manteniendo una conexión con el lugar. Además, acabo de mudarme desde el sur de California a Oregon y, por ahora, estaré tomando fotografías de todo el estado. Estoy emocionado de ver a quién y qué encontraré.
Más información aquí: http://www.brianpearson.net/