Hombres elegantes y otros artículos
El pasado 1 de abril estaba sentada en el auditorio de la Biblioteca Francesa Bonnemaison cuando vi entrar en la sala a Jorge Herralde. Al instante supe que la tarde merecería la pena. Y en seguida llegó ella. Tan alegre y cordial, tan elegante.
Milena Busquets presentó Hombres elegantes y otros artículos (Anagrama). En cuanto a su forma, el libro es una cuidada recopilación de los artículos que Busquets ha publicado en diferentes medios durante los tres últimos años; en cuanto a su esencia, se trata del mejor libro que hayan podido leer en los tres últimos años y, muy probablemente, el mejor que puedan leer durante los tres próximos.
La primera vez que leí a Busquets lo hice sin saber quién era ella y, en consecuencia, sin saber quién era esa madre sobre la que escribía en la novela También esto pasará (Anagrama). No es que no supiese yo quien era la formidable Esther Tusquets; sino que no sabía que aquella tal Milena Busquets, cuyo libro se encontraba entre mis manos, era hija suya. Y no lo sabía porque no tengo redes sociales que me mantengan al corriente de hechos como este, pero sobre todo porque nunca leo las contraportadas de los libros. Prefiero que sean las palabras del autor las que me convenzan de que esa obra merece mi tiempo y mi dinero. Con Busquets me bastó la primera frase: «Por alguna extraña razón, nunca pensé que llegaría a los cuarenta».
Tras mi nueva adquisición, llegué a casa, me dejé caer sobre el sofá y leí hasta la última página del libro. Porque Esto también pasará es una lectura a la que no podemos concederle pausa alguna. O quizá sea ella la que no nos la conceda a nosotros. Una vez leemos esa primera frase nos encontramos con las siguientes: «Y sin embargo aquí estoy. En el funeral de mi madre y, encima, con cuarenta años». Y ante estas palabras nos vemos invalidados para proceder a realizar cualquier otra cosa que no sea continuar leyendo, por más que los niños nos reclamen la cena, el mensajero de Amazon aguarde en la puerta o la vecina del tercero grite ¡fuego, fuego! (y un agrio aroma a ceniza cosquillee bajo nuestra nariz).
Los que me conocen me atribuyen (creo que de un modo caprichoso) dotes visionarias. Y lo cierto es que desde hace tres años imprimo cada uno de los artículos que Busquets publica y los encuaderno. Ahora Anagrama se ha encargado de embellecer mi primera edición y Hombres elegantes ha pasado a formar parte de mi librería de cabecera. Y con cabecera me refiero literalmente a cabecera. En casa tenemos dos librerías: una en el salón, donde tienen cabida varios centenares de libros heterogéneos; y otra sobre el cabezal de mi cama, donde una treintena de libros velan mi sueño. Desde el pasado 21 de marzo Busquets pasa las noches en mi dormitorio entre Baudelaire y Chéjov.
Hace unas semanas publiqué un artículo dónde explicaba determinadas anécdotas o cosas que me pasan. La tercera de aquellas cosas era leer un artículo de Milena Busquets y pensar que es justo lo que yo quería escribir, pero ella, como siempre, encontró primero las palabras adecuadas.
Y eso fue lo que ocurrió la tarde del 1 de abril entre Milena Busquets y Jordi Évole: las palabras adecuadas. Ambos conversaron de una forma deliciosa sobre temas como los besos, Messi, las personas espirituales, los asientos de clase business, la gratitud, los periódicos, la ropa vieja, Cadaqués, los amantes o Umberto Eco. Y de todas estas cosas, y de otras muchas, tratan esos artículos que publica la autora en Hombres Elegantes. Obra que, a diferencia de su novela, hay que degustar con consciente lentitud y delicadeza. Por más que a cada artículo el hambre les pida el siguiente, aguarden: esperen a digerir uno antes de lanzarse a por el siguiente.
Y es que, tal y como la propia autora explica en uno de sus artículos, debemos diferenciar entre un opinador y un pensador. El opinador es el que necesita desgañitarse y rasgarse las vestiduras para que le hagan caso, el pensador provoca el silencio a su alrededor sin necesidad de gritar ni darse importancia. Y después de cada artículo Busquets provoca un rotundo silencio a nuestro alrededor. Concédanle a ese silencio el tiempo que merece.
Como ella ha confesado en más de una ocasión: no escribe para hacer amigos, para eso, explica, baja a hablar con el quiosquero o persigue bebés y perros por las calles de Barcelona. Busquets escribe para meter el dedo en el ojo y, créanme, es un acierto que así lo haga. Y es que, muy probablemente, a todos nos iría mejor si quien quiera que sea que decide, decida incluir este libro como lectura obligatoria en el Bachillerato. Porque de pensadores, creo, andamos un poco faltos. No tanto de opinadores.
Y terminaré parafraseando a Milena Busquets: háganme caso, si todavía no han leído a la autora, no pierdan más tiempo conmigo y corran. Corran a hacerse con su último libro, o con cualquier cosa que haya escrito. Dejen que ella les meta el dedo en el ojo. Al principio, puede que les incomode la injerencia pero, cuando las primeras molestias remitan, podrán verlo todo con mayor nitidez.