LOS LIBROS DE LA ISLA DESIERTA: ‘Seda’, de Alessandro Baricco
ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO (escritor). @oscarhercam
Una palabra. Una sola palabra que evoca una sensación, un silencio apenas rasgado, un cosquilleo placentero y el olor de una mañana de verano. Seda es todo eso y más. Es también una amalgama de memorias, de nostalgia y de exotismo. Pero un recuerdo perdido, alejado de nosotros por un océano de tiempo, o mejor por dos: el tiempo de la narración, que es un pasado lejano para el narrador y para los personajes, y el tiempo histórico, anclado en el siglo XIX, durante la industrialización y la apertura de nuevos mercados en lejanas tierras, el Japón, que salía de las tinieblas medievales a golpe de katana y de oro.
Alessandro Baricco construye un universo breve pero extenso. La novela, narración, historia, relato o leyenda que abarca Seda se erige sobre sesenta escenas, capítulos o partes, la mayor parte de las cuales no superan una sola hoja de extensión. En total, según la edición, el tamaño de letra o la generosidad de los márgenes, no va más allá de cien páginas. Es por ello un texto para leer de una sola vez. Creo que se concibió como tal y que la historia requiere aislarse una tarde para saborearla. Porque Seda no se lee, se saborea. Es obligatorio leerla despacio, muy despacio, como si acariciásemos las palabras con la mirada, como si lamiésemos sus párrafos con un deleite al que, desde el principio, sucumbimos. Seda requiere una lectura pausada, concentrada, silenciosa o en voz alta, quizá mejor en un susurro, para sumergirnos en su sensualidad, para disfrutar de todas las tonalidades y los matices de una narración de memoria indeleble.
Seda nos cuenta la historia de un fabricante de telas de seda que vive en un pueblito francés. La industria de la seda en su región se nutre de gusanos importados de Oriente Medio y Egipto. El tejido resultante es bueno, pero no perfecto. A pesar de ello el negocio prospera hasta que una enfermedad acaba con la mayoría de las larvas y gusanos. La industria podría quebrar. Aunque existe una posibilidad. Al otro lado del mundo, en el lejano y extraño país del Japón, la seda es una industria artesanal milenaria y sus tejidos son de una delicadeza divina. La patronal de la pequeña villa gala envía al protagonista a un viaje que, en 1861, era de meses. Una vez en el país del sol naciente, y tras entrar en contacto con uno de los más importantes fabricantes de sedas, el trato es acordado. El regreso a Francia con miles de larvas de gusanos de seda sanos da como resultado un tejido extraordinario. El viaje ha sido un éxito y se repetirá en años sucesivos.
Sin embargo, las larvas no serán ya la única motivación del protagonista. Ha conocido en Japón a una misteriosa a la par que enigmática mujer que no tiene rasgos nipones. Y ha quedado hechizado por su misterio. Así se inicia la más extraña y conmovedora historia de amor que el que esto firma haya encontrado en sus muchas lecturas. Un amor insinuado, apenas descrito, sensual y suave, como la seda, que trata de unir dos mundos tan alejados y desconocidos como dos planetas extraños. El idioma, por supuesto, será también una barrera, pero no la única. La cultura que los separa, la distancia y las convenciones sociales, además de los avatares históricos, son los ingredientes de un amor que producen en ambos amantes la sensación placentera de la seda y que interponen entre ellos una barrera sutil e insuperable como el tejido que da título al libro.
Seda despierta emociones. Hace que leer sea mucho más que eso. Alimenta el alma y provoca un goce que empuja a releerlo. Cuando terminé Seda le dije a quien me regala sus caricias: Este libro es pura ambrosía. Y lo reitero. Además, si os es posible, os invito a leerlo en italiano para disfrutar así de la delicadeza de las palabras sensuales del bel paese.
Seda se viene a la isla desierta, porque en los atardeceres junto al mar, cuando el sol lama mi piel y el rumor de las olas arrulle mi alma, esta novela me acariciará y envolverá con su ternura infinita.