Dolor y gloria (2019), de Pedro Almodóvar – Crítica

 

Por Jordi Campeny.

En la vida de Pedro Almodóvar ha habido dolor y ha habido gloria, pero ha pesado más el dolor. Al físico, múltiple y a menudo paralizante, se le suman los dolores del alma y las cicatrices mal cerradas. Ello podría haberle abocado a la apatía, al tedio, a la depresión; al desierto y a la muerte creativa. Sin embargo, y como pronuncia un personaje en su última película, el cine lo salvó.

Salvador Mallo en este nombre y apellido hallamos el suyo propio: Almodóvar es un director de cine de cierta edad que, afligido por los dolores y sumergido en las silenciosas aguas de una piscina, inicia un bucólico viaje a su infancia, a una calurosa mañana de verano junto a su madre y unas vecinas del pueblo. En este lejano paraíso las mujeres cantan una copla, el niño Salvador contempla peces jaboneros en el río junto a su madre y entre todas secan las sábanas al sol. Así arranca Dolor y gloria, pieza cumbre en la carrera de Pedro Almodóvar; una hermosísima y definitiva obra de autoficción en la que su autor cierra un círculo, desnuda por completo su alma y desarma al espectador al lograr conmoción, temblor y cotas de auténtica excelencia.

No es tarea fácil enfrentarse a la disección de una obra como Dolor y gloria por, esencialmente, dos motivos. El primero es la dificultad que ha hallado uno al intentar alejarse emocionalmente de la obra, condición indispensable para realizar un análisis riguroso. Y el segundo, la paralizante impresión de no poder aportar nada nuevo a lo ya dicho, publicado y alabado. La presentación y campaña de promoción han sido apabullantes, y resultó imposible, aunque uno lo intentara, abstraerse de la avalancha de impresiones y críticas previas al estreno. Por primera vez en mucho tiempo (desde Volver, 2006) la recepción fue extraordinaria y unánime: nos hallábamos ante una obra adulta, maestra, íntima, sosegada y depurada. Uno acudió al visionado con una leve pero pegajosa sensación de incomodidad ante el aluvión de alabanzas, temeroso de no poder ver cumplidas las altísimas, casi inalcanzables expectativas. Pero el temor se borró de un plumazo tras los primeros compases de esta inolvidable sinfonía.

Como ocurre con los grandes autores, toda la filmografía de Almodóvar se encuentra íntimamente relacionada entre sí por rasgos autorales únicos y poderosos que le otorgan coherencia a su conjunto. Los personajes de las películas del manchego podrían saltar de un film a otro y el gran engranaje de su obra seguiría funcionando a la perfección. Las resonancias y ecos entre películas y la propia vida de su director son constantes: en La flor de mi secreto (1995) se esboza, en un relato curiosamente titulado Dolor y vida, el argumento entero de Volver (2006). En La piel que habito (2011), el personaje de Elena Anaya lee los relatos de Alice Munro que el director adaptaría para crear Julieta (2016). Dolor y gloria cierra una trilogía que arranca en 1987 con La ley del deseo y sigue en 2004 con La mala educación. Son numerosos los lazos argumentales, formales y emocionales que unen a las tres películas.

Antonio Banderas interpreta a Salvador Mallo, álter ego de Almodóvar. A través de él, el director nos muestra, con valentía y generosidad, algunos elementos de su intimidad y las cuentas que tiene pendientes con el pasado. Banderas realiza un trabajo virtuoso, probablemente el mejor de su carrera. Alejándose de la imitación logra convertirse en Almodóvar. Éste se desvanece tras sus gestos, su pelo alborotado, su estridente indumentaria y sus dolores lacerantes. No es menos remarcable el trabajo del resto del elenco: Asier Etxeandía en el papel de un actor que había trabajado con Mallo en los ochenta; Penélope Cruz y Julieta Serrano interpretando a la madre del protagonista en la niñez y en la edad adulta. Por momentos, tocan el cielo.

Trufada de secuencias e instantes que perdurarán en la memoria colectiva, Dolor y gloria culmina un trayecto autoficcional que atraviesa varias de las obras de su director. Es una película redonda y totalizadora en la que se halla contenido todo su universo, pero paradójicamente es su trabajo menos barroco, rimbombante o estridente. En el fondo, lo que hace Almodóvar es hablarnos de lo único relevante cuando te das cuenta que tienes mucho más vivido que por vivir: el paso del tiempo. Y lo hace con enorme serenidad, sabiduría y, a nivel estilístico, con sobriedad y muchos menos trazos: como los genios en la luz menguante de su crepúsculo.

 

One thought on “Dolor y gloria (2019), de Pedro Almodóvar – Crítica

  • el 26 marzo, 2019 a las 11:58 am
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    Interesante y muy buena reseña de la ultima película de Almodovar, sin embargo a mi personalmente no ha llegado a conmoverme tal y como esperaba de esta obra, madura, serena, alejada del Almodovar histriónico.

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