“Mi niña, niña mía”, una reflexión sobre el horror desde una mirada femenina llena de luz
Por Ana Riera
Muchas veces, las cosas que valen realmente la pena empiezan por algo aparentemente insignificante. Así fue en este caso. Porque el origen de esta hermosa aventura comienza con una breve cita que Amaranta Osorio e Itziar Pascual reciben de Laura Esteban, dramaturga y alumna de la RESAD: “Gracias a que fui tu luciérnaga, me salvé del horror”. Tras leerla, ambas sintieron la necesidad de escribir sobre el tema y decidieron ponerse a ello a cuatro manos.
El resultado es Mi niña, niña mía, una obra que trata del Holocausto, concretamente de la historia de una actriz judía, Vava Schoenova, que acabó en el campo de concentración de Terezin (entonces Checoslovaquia, hoy República Checa). A través de ella descubrimos los horrores que vivieron miles de mujeres, sometidas a abusos, violaciones y todo tipo de vejaciones. Pero también que es posible conservar la dignidad incluso en los escenarios más horribles y degradantes.
A pesar de la crudeza del tema, horror de los horrores, el texto que nos proponen las autoras es poético y esperanzador. Como si esa cita inicial, tan sugerente y profunda, marcara el tono de todo el proyecto, dotándolo de una sensibilidad y una fuerza muy especiales que huyen del victimismo y se concentran en el deseo de resistir y seguir adelante.
La obra encadena una sucesión de monólogos de las dos protagonistas. De un lado, la actriz judía (Goizalde Núñez), que organiza obras de teatro con los niños encerrados en el campo de concentración. De otro, una etnóloga (Ángela Cremonte), que tiene problemas de identidad y todavía no ha encontrado su lugar en el mundo. Una siente el miedo de un modo físico, concreto, brutal. Y se aferra al arte, etéreo e inapresable, para sobrevivir a la barbarie. La otra experimenta un miedo más psíquico, más abstracto, más sutil. Y se entrega al mundo de los insectos, pequeños, abarcables, para no sucumbir al vacío. Una sueña con luciérnagas y la otra las cuida para que sigan existiendo. Hasta que al final, el hilo truncado de la historia se restablece, inundándolo todo de luz.
Goizalde Núñez defiende con mucha verdad su papel desde la primera escena, pero resulta especialmente admirable cuando se convierte en anciana, tan creíble y conmovedor. Su personaje ha conseguido resistir y, lo más importante, sin perder su dignidad. En el caso de Ángela Cremonte, me quedo con la escena en la que averigua —gracias a una carta póstuma— cuáles son sus orígenes, descubrimiento que le lleva a recuperar su fuerza y su autoestima porque por fin comprende quién es realmente.
El trabajo del equipo artístico es preciso y muy hermoso, reforzando así la mirada poética de las autoras. Las dos escenas con las que se inicia la obra resultan de una belleza absolutamente hipnótica. Ambas ocurren en una misma montaña, aunque en épocas distintas. En ambos casos vemos a una mujer que tiene miedo porque se enfrenta a una situación desconocida que la supera. Una en el pasado, otra en el presente. Eso permite a las autoras hablar del Holocausto pero, a la vez, conectarlo con los horrores que vivimos en la actualidad.
Se nota que la directora Natalia Menéndez tiene una razón muy personal para enfrentarse a ese material tan sensible: su propio abuelo estuvo en un campo de concentración durante cuatro años. Además, le preocupan mucho algunas actitudes y actuaciones que ve en la actualidad. Por suerte, también ella cree, como las autoras, que mientras haya luciérnagas, la oscuridad no será absoluta y tendremos posibilidades de vencer.
Música Luis Miguel Cobo
Videoescena Álvaro Luna
Escenografía y vestuario Elisa Sanz
Iluminación Juanjo Llorens
Ayudante de dirección Pilar Valenciano
Ayudante de escenografía Lúa Quiroga
Ayudante de videoscena Elvira Zurita
Una producción de Teatro Español, 3D / Dramaturgos Contemporáneos Vivos
en colaboración con la Fundación CorpArtes
Sala Margarita Xirgu del Teatro Español hasta el 7 de abril.