Réquiem por una novela

ARANZAZU GORDILLO.

Finalmente, ha terminado ocurriendo. Ya es vox populi lo que resultaba inevitable: Cien años de soledad será adaptada, en formato serie, por una conocida plataforma de contenido audiovisual. Y yo no puedo dejar de sentir cierta tristeza por ello.

Desde hace más de cinco décadas que ese extraordinario lugar llamado Macondo y sus gentes, los Buendía-Iguarán, cohabitan en las mentes de miles de lectores, con sus miles de particulares imágenes. Imágenes capaces de ser elaboradas, únicamente, a partir de una exquisita lectura.

Pero en breve, otros tantos miles de personas no podrán decidir el rostro de los Buendía o construir su propio Macondo. La libertad y el libre albedrío en esta obra llegó a su fin. Netflix se va a encargar de que, para esas miles de personas,  José Arcadio Buendía o Rebeca tengan un único rostro: el que la plataforma decida.

La obra, que data de 1967, nunca antes había sido llevada al cine por un motivo más que suficiente: la constante negativa de su autor. Y no creo que dicha voluntad se tratase de un capricho ególatra sino más bien lo contrario. Imponerle a alguien que éste es el rostro de un Buendía, que así suena su voz y que estos  o aquellos son sus gestos resulta ofensivo para los que creemos en la literatura como la mejor y más sublime fuente de propagación de historias, al menos las que fueron creadas mediante este arte.

Que sí, que se han adaptado otras obras del autor, pero no son La Obra. Que sí, que también. Que podría ser peor, que Netflix podría haber decidido adaptar cualquier obra literaria de contenido vulgar y, en cambio, se ha decantado por una obra maestra. Mi temor radica en que siga siéndolo. Que, después de esta intrusión, Cien años de soledad pueda seguir siendo ella misma.

Al ser preguntado por una posible adaptación cinematográfica, el Premio Nobel declaró, al The New York Times (1988), que significaría destruirla. Dijo que una película no permite la relación  extraordinaria obra-lector. La cara del actor se convierte en la cara del personaje. Y este hecho, declaró García Márquez, no permitiría que nos identifiquemos de forma personal con su historia.

Netflix, sin lugar a dudas, ha llevado a cabo un movimiento que lo ha catapultado a la gloria pues ha sabido ganarse a Rodrigo y Gonzalo, los hijos del escritor. Ambos creen que la plataforma in streaming cumple con dos de los requisitos que impuso García Márquez para una posible adaptación (y que al parecer nunca nadie fue capaz de cumplir estando el autor en vida): que la obra se realice en español y que sea rodada en Colombia.

Leí a García Márquez por primera vez con quince años y, como diría Navokov, fue amor a primera vista, a última vista, a cualquier vista.

Y supongo que este amor, que le profeso sin condición alguna, es el causante  del desasosiego que me produce la idea de que, en breve, miles de personas dejarán de leer la obra para, sencillamente, contemplar una versión de ella a través de la pantalla.

Me resisto a que mis Buendía o mi particular Macondo se vean, a estas alturas manoseados por la compañía estadounidense, o cualquier otra plataforma similar (contra las que, cabe decir, no tengo nada en contra). Pero no quiero escuchar la voz de Úrsula, asentada con un particular tono en mi mente desde hace décadas, u observar la mirada del coronel Aureliano Buendía fuera de mi cerebral intimidad. Me resulta difícil la idea de poner imagen a algo que jamás debería tenerla.

Cien años de soledad, descanse en paz.

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