‘El aprendizaje del dolor’, una obra que deslumbra al público
GASPAR JOVER POLO.
El Aprendizaje del dolor es una de las cinco o seis novelas más importantes de la narrativa italiana del siglo pasado. Por lo menos yo he vivido como un continuo deslumbramiento la lectura de esta obra. Lo que viene a continuación son las razones por las que creo que esta novela ocupa un lugar tan preeminente, aunque sin estar del todo seguro de que dichas razones vayan a despertar el interés general del aficionado. Se entenderá enseguida lo que quiero decir porque la primera razón es que se trata de una obra en la que el argumento carece de importancia, lo que, tratándose del género novelístico, es un dato que puede echar para atrás a más de uno.
El argumento es mínimo, y el suspenso queda reducido a saber hasta dónde puede llegar el comportamiento notablemente desequilibrado del ingeniero protagonista. La escasez del argumento tradicional tiene que ver también con que apenas hay desarrollo cronológico porque el autor se mueve casi todo el rato en un eterno presente, aunque sí se den abundantes saltos hacia atrás en el tiempo para explicar la situación a la que han llegado el hijo, la madre y el entorno rural en el que viven ambos. A favor de esta novela tengo que añadir que el argumento, el suspenso, tal vez puedan ser fundamentales en subgéneros novelísticos como la novela negra o la de misterio, pero ya algunos teóricos han puesto en duda que estos sean componentes imprescindible de la novela en general, que tengan un papel determinante para conseguir el efecto de que no se pueda dejar de leer, para que, como se suele decir en el mundillo literario, el lector quede enganchado desde las primeras páginas.
La escasez de suspenso en esta obra apenas se echa de menos cuando uno consigue meterse en materia, cuando consigue asimilar la presencia notable de los demás componentes: del tema, de la estructura, del estilo, que constituyen una presencia abrumadora en el mejor sentido de la palabra. Esta escasez queda compensada, por ejemplo, por la intensidad dramática que se produce en la relación entre los protagonistas, entre la madre y el hijo ingeniero. Esta intensidad, más la devastadora sátira socio-política compensan con creces, hasta el punto de que en ningún momento se echa de menos la acción propiamente dicha. No ocurre nada o casi nada, pero, al mismo tiempo, el autor hace que tengas de manera constante la impresión de que la tragedia está a punto de entrar en escena, de desencadenarse, lo que te mantiene en tensión en todas las páginas.
La intensidad dramática es tan fuerte, el punto de vista del narrador es tan audaz y el análisis tan agudo, que no hay espacio para más cosas, que todas las páginas pecan más bien de sobrecargadas que de leves e insustanciales. Reconozco que esta peculiaridad puede parecerles a algunos una insuficiencia; pero ocurre también que, cuando estás leyendo el libro de C. E. Gadda, cuando consigues meterte en la situación agobiante por la que atraviesa esta familia y su entorno, no echas de menos otras cosas, sino que más bien padeces por todo lo contrario. Puedes sentirte incluso sobrepasado porque no aciertas a asimilar todas las sugerencias, todos los detalles humorísticos, a caer en la cuenta de todas las maldades que al autor se le ocurren. En cada página aparecen condensadas, o tal vez sea mejor decir destiladas, tal suma de ocurrencias, que a otros escritores les hubiera dado para una novela extensa.
Es además una obra compleja, con un lenguaje barroco, riquísimo, por lo que, teniendo en cuenta los gustos hoy en día más extendidos, es difícil pensar que este libro pueda alcanzar algún día un gran número de ventas; no es un libro de fácil lectura y, por supuesto, no es de esos que se puedan tener sobre la mesita de noche para leer en el último tramo de la jornada, en los momentos del día en que ya estás muy cansado y en que apenas puedes concentrar la atención.
El aprendizaje del dolor, el título, tampoco facilita las cosas a la hora de llamar la atención del público, aunque resulte certero a la hora de sintetizar el contenido de la novela, que es lo que se le suele pedir a los títulos. Y esta es otra de las razones por las que mi invitación a la lectura de Gadda puede resultar un intento noble, bienintencionado, pero, en definitiva, con pocas posibilidades de llegar a la gente.