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«El notario»: sexo y represión en un monólogo de humor negro mediterráneo

Por Horacio Otheguy Riveira

Una viuda de guerra come y habla, cuenta cosas que le han pasado y que suceden alrededor. Poco a poco lo que empieza siendo un mero relato de costumbres pueblerinas se transforma en el centro de todas las acciones y emociones posibles: el carácter de un hombre que quiere ser más de lo que es, el que tiene un local llamado Zapatería El Notario, donde no es más que un zapatero remendón y de notario no tiene la menor capacidad. Bajito y hosco es, sin embargo, muy admirado por su descomunal pene que pasea con donaire en ceñido bañador cuando va a la playa. Su exagerado atributo se convierte en festiva realidad para alguna y fantasía destructiva para otra; la viuda come y habla, come pequeños bocados en un ámbito reducido, en poco espacio se mueve, mientras su lengua desgrana con la necesidad habitual de liberarse a través del cotilleo de su propia existencia, y lo hace sentada a los pies de una misteriosa puerta, varias veces a punto de abrir, pero no se atreve. Una existencia amarga, que provoca risa ante la experiencia grotesca y vulgar que promueve la dimensión de los calabacines de su huerta, fabulosos, los mejores de la comarca…

El notario es un éxito del teatro griego basado en una novela del mismo autor, desconocido entre nosotros, aún sin traducir, Nikos Vasiliadis. Llega a España con una actriz-directora como Pilar Massa con amplia experiencia, que aporta un encanto singular que, sin embargo, se contradice con su propia puesta en escena. Mientras el ámbito escenográfico y las luces otorgan cierta emoción, la dirección de su personaje se torna en exceso monótona, discursiva, dejando sin perfilar los muchos matices que tiene su relato. Un relato cruel, amargo, incluso en los menores detalles, que recuerda la gran literatura francesa (Marcel Pagnol, Emile Zola), italiana (Luigi Pirandello, Giovanni Verga) y española (Emilia Pardo Bazán, Vicente Blasco Ibáñez) en torno a las miserias de los ambientes cerrados de los pueblos, la comidilla que no deja respirar, la sexualidad como un salvaje regocijo que cuando no se produce se enquista y genera truculentas maldades.

De todo esto se explaya esta dulcísima Doña Erasmia que compone Pilar Massa con leves movimientos que sugieren sensualidad y encanto, y precisamente en ese donaire se estaciona aportando un toque irónico interesante a todo lo que cuenta de las pasiones desenfadadas y las calladas que el personaje padece. Pero el discurso es largo para una sola voz y se echan en falta matices en los detalles, más y mejores posibilidades vocales que rompan un tono que se hace en exceso plano, sobre todo en el crescendo del tramo final, cuyo texto es de gran impacto.

No obstante, hay que dar la bienvenida a esta aparición de un teatro griego contemporáneo del que no tenemos noticia, a través de una producción visualmente muy cuidada.

 

Doña Erasmia: Pilar Massa
Adaptación Teatral: Yorgos Karamijos y Enmanuela Alexiou
Versión en castellano: Adrián Bautista Gascón
Concepto Escénico: Rafael Garrigós
Vestuario: Ovidio Ceñera
Diseño de Iluminación: Francisco Ruiz Ariza
Ayudante de Dirección: Ignacio Jiménez.
Dirección: Pilar Massa
Secretaría de Producción: Alicia Rodríguez
Promoción y Prensa: María Díaz
Fotografía: Bernardo Gutiérrez
Transporte: SICU Hnos.
Distribución: Bravo Teatro S.L.
Video: Fernando Colomo
Operadora de cámara y sonorización: Ángela Ugalde
Diseño Gráfico y edición: Manuel Dè

Teatro Cofidis Alcázar. Del 1 de marzo al 26 de abril de 2019. Viernes a las 18:00 horas. Cancelada la función del 12 de abril.

 

 

 

 

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