Aforismos implícitos: cuando el lector toma la palabra
Escribió Andrés Neuman (él también aforista, y muy talentoso): «El aforismo no es solamente una forma de escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que subraya atentamente un libro se aproxima a su instrumental sintáctico, a su síntesis conceptual, postulándose como aforista implícito».
De algún modo, todos somos aforistas cuando leemos. Con o sin lápiz en la mano, buscamos (de un modo más o menos consciente) islas de sentido completo en el decurso del párrafo extenso, a modo de asideros que nos permiten saltar, como Tarzán, de liana en liana, evitando ser engullidos por la corriente ciclónica de las palabras en tropel.
Esta vocación de ancla en el océano que ostenta el aforismo implícito, en ocasiones trasciende el plano de la pragmática lectora para alcanzar la orilla del libro. Es lo que ha ocurriendo, en los últimos tiempos, al menos en dos casos señeros: Él mide las palabras y me tiende la mano, de Carmen Canet (Valparaíso, 2017) donde rescata aquellos aforismos involuntarios que preñan la obra de Luis García Montero, y Aforismos extraídos (La Isla de Siltolá, 2018), que reúne los que Enrique García-Máiquez ha logrado detectar, latentes, en la del también poeta Luis Rosales.
Tanto en uno como en otro libro, y a la luz de los brillantes resultados alcanzados, uno debe dejar a un lado sus prevenciones iniciales (pues, a bote pronto, la iniciativa puede parecer un tanto artificiosa y forzada): la gran calidad de los textos reunidos en ambas obras avala la tesis neumaniana de que, como los de Bilbao, el aforismo nace donde quiere, y en no pocos casos, incluso cuando el autor no lo tenía en mente.
Reproducimos a continuación una breve muestra de estas obras misceláneas, a modo de ilustración de lo afortunadas de ambas propuestas.
Él mide las palabras y me tiende la mano, de Luis García Montero (seleccionados por Carmen Canet)
Aprende que el vacío también se desordena.
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Hay preguntas que se parecen a los desfiladeros.
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A veces hasta la felicidad resulta una amenaza.
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Cada palabra es una elección.
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La realidad es una alegoría para la memoria.
Aforismos extraídos, de Luis Rosales (seleccionados por Enrique García-Máiquez)
A cada hombre le tendríamos que hablar en una lengua distinta.
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El recuerdo es la única alegría que no se acaba nunca.
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Un muerto nunca se acaba de enterrar.
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No basta con ver lo que se ve, es necesario adivinarlo.
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Quien afirma no está solo.