El patetismo del hombre transformado en literatura
PEDRO PUJANTE.
Entrar en un libro de Houellebecq es siempre una aventura de alto riesgo porque el autor francés, a pesar de que ha alcanzado su madurez literaria, sigue comportándose como un verdadero “enfant terrible” de la novelística contemporánea y sus textos pueden ser irreverentes y alborotadores. En “Serotonina” narra en primera persona la historia de un hombre maduro que padece una crisis aguda acompañada de una severa depresión. No obstante su decaimiento moral, existencial, vital, sexual, no le impide verter reflexiones de gran calado sobre la vida, el amor, la sexualidad, el trabajo y el mundo que le rodea. Houellebecq demuestra ser el gran observador lúcido y cínico de nuestra sociedad, con capacidad analítica sobrada para adentrarse tras los biombos de la clase media y mostrar sus engranajes sin pelos en la lengua. Sus opiniones son, a veces, controvertidas y provocadoras (como cuando afirma que Franco fue un gran promotor del turismo), o cuando señala, muy burroughsianamente, la cualidad vírica del lenguaje y que este sirve más para generar odio que amor.
Este narrador houellebecquiano es descreído y muy cínico, pero está dotado de una sinceridad aplastante, con la que disecciona el cadáver moribundo de nuestra sociedad del bienestar, basando sus tesis en su propia vida, sus amores y sus desengaños. Como si todos estos avatares fuesen los miembros amputados de una anatomía agonizante, cuya alma se ha ido desangrando con el paso atroz de los años. Pero, lo que más profundidad le otorga a este personaje (que hasta odia su propio nombre) es la contradicción que alimenta sus acciones. Es capaz de morir de amor, pero su misantropía le convierte en un lisiado emocional solitario, taciturno, crepuscular.
Un ser de alma gris pero de inteligencia radiante, que rememora episodios de su vida con lucidez, recompone su biografía repleta de sinsabores porque, como parece comprender, ninguna de las acciones que le han conducido al presente posee sentido. Hay en esta novela episodios memorables, como cuando descubre unas cintas porno de su pareja, cuando se plantea asesinar a un niño o cuando es testigo de un caso de pedofilia.
Este nihilista depresivo pero racional sería capaz de asesinar a un niño por restablecer su idea de amor perdido, de evocar a Baudelaire al contemplar la inmensa logística que permite proveer de productos un supermercado o de reflexionar sobre los instintos sexuales primarios que igualan a Proust con un bonobo.
Inteligente, mordaz: Houellebecq transforma el patetismo del hombre contemporáneo en bella literatura.