Por Jaime Fa de Lucas.

Propuesta relativamente arriesgada de Netflix que se podría aplaudir a medias. París es nuestro presenta una historia de amor entre dos jóvenes, pero con un desarrollo fragmentario que combina imágenes de cariz experimental con planos-secuencia realistas y composiciones bastante cuidadas. En general, las imágenes son sugerentes, pero el apartado narrativo deja mucho que desear. De hecho, la película funciona mejor como collage de ideas, situaciones e imágenes sueltas que como conjunto coherente, compacto y satisfactorio.

El principal problema de Elisabeth Vogler es que la fotografía –de la que también se encarga– parece el núcleo de la obra. Es evidente la atención que se ha puesto en las imágenes y el montaje, pero no se ha dedicado el mismo tiempo a plantear una historia sólida. Da la sensación de que Vogler ha confundido lenguaje visual con lenguaje cinematográfico. Da en el clavo con el primero, pero apenas sabe manejar el segundo. La falta de tejido narrativo obliga a que París es nuestro se desarrolle con una sobrecarga considerable de palabras en voz en off que intentan dar cierta dirección a algo que por su propia naturaleza fragmentada y excesivamente visual no la tiene.

El referente más claro en el que se apoya Vogler es Terrence Malick, con una fotografía que por momentos recuerda a la de Emmanuel Lubezki (El árbol de la vida, 2011; To the Wonder, 2012). No obstante, su obra cae en el mismo defecto que comparten algunas de las obras de Malick: la acumulación de imágenes bellas no crea por sí sola una película consistente. Tampoco ayuda demasiado que las conversaciones de la pareja se centren siempre en lo mismo y que haya muy pocos momentos verdaderamente genuinos. Además, la falta de un orden cronológico claro impide que haya una evolución emocional o un recorrido digerible para el espectador –algo que podría ser aceptable si hubiera otros elementos interesantes–.

El final merece una mención aparte porque no tiene sentido. La reflexión que lanza la protagonista, que parece fusionarse con el entorno y afirmar que «somos lo que nos rodea», no tiene ninguna relación con todo lo que hemos visto antes y, por tanto, resulta forzada e incluso algo pretenciosa, ya que intenta alcanzar unas profundidades que no ha desarrollado previamente. Si Vogler ni siquiera consigue que la conclusión parezca pertenecer a la película, ¿cómo va a conseguir que París sea de los personajes?