‘Cuentos completos’, de Evelio Rosero

Cuentos completos

Evelio Rosero

Tusquets

Barcelona, 2019

355 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

La construcción del mundo pertenece al planeta de los sentidos. Esa parece ser la norma rige estas obras de formación, en las que Evelio Rosero (Bogotá, 1958) pone el lenguaje a fermentar en función del mundo sensual. No se trata de obras de concepto ni de escritos desde la rabia, ni siquiera de abundancia de otra imaginación que no sea la de la música, la de las palabras. Son obras escritas, en buena medida, antes de que Rosero consiguiera encontrar el tono de su mundo propio, el que hemos leído en Los ejércitos o Los almuerzos. Con ese bagaje a sus espaldas, sabiendo que ya no es necesario demostrar lo que es capaz de construir, se nos ofrecen ahora los apuntes y casi las partituras que le llevaron hasta allí. Esta recopilación es un ejercicio de retorno en el que el lenguaje se articula para construir una existencia, o varias, o sucedáneos de existencias. El libro se divide en función de la temática, pero siempre tienen los relatos un trasfondo realista, más que mágico, más que fantástico, aunque Rosero trate de envolverlo en otras telas.

Uno se va preguntando, a medida que se adentra en los cuentos, por el espíritu hedonista de los mismos. Resulta extraño un proyecto tan puramente literario que se despoja de cualquier otra función que pudiera tener el relato. Rosero va desplegando su aprendizaje en cuentos resueltos con el diálogo, el perfil o con influencias de los cuentos de hadas y del realismo social. El imperio del oído, sea como sea, siempre está de manifiesto. De ahí que no sea fácil identificar el tema único de las obras, que es la maldición de la soledad. Tanto sus narradores como sus protagonistas, de diversos estratos sociales, de actualidad o de época, sufren una vida en la que los demás son una compañía que no basta para rellenarla, para justificarla, para entenderla, si es que hay algo que entender, si es que nos empeñamos en justificar lo injustificable, si es que algún relleno gestiona que nuestras carencias de amor estén cubiertas. El cuarto hijo, el pequeño, que escapa del hospital con sus hermanos, o la reina que juega al ajedrez buscando un rey del que enamorarse, ignoran con igual intensidad cuál es el tema de la vida, que es la única obra literaria que carece de tema. Rosero ha conseguido apaciguar ese vacío existencial con palabras, con el lenguaje, con los recursos musicales que se permite lo verbal.

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