Plácido Domingo en una nueva Traviata del Royal Opera House
Por Luis Alberto Comino
Dentro del marco de los eventos musicales que emite cada año la cadena de cines Cinesa, el pasado miércoles tuve el placer de asistir, en directo, a la representación de la ópera La Traviata desde el Royal Opera House de Londres. Un evento singular, a pesar de que el montaje y la dirección artística del genial escenógrafo y director de teatro y cine Richard Eyre, son las mismas que en el mismo escenario montaron hace 25 años ya para la excelsa cantante rumana Angela Gheourgiou, una de las mejores descarriadas (traviata en italiano) del siglo XX. Tuve ocasión (en diferido por desgracia) de ver ese montaje y tengo que decir que el de hoy, decimosexta ocasión en que se monta esta puesta en escena, no tiene nada que envidiar a la original.
La Traviata (inicialmente se iba a titular Amore e morte), es sin duda la ópera lírica más conocida para el gran público no especialmente inclinado a las representaciones operísticas, y ya lleva más de siglo y medio siendo la más representada del planeta. No en vano se comenta que no pasa un solo día al año en el que no se represente en algún lugar del mundo. Y eso que el día de su estreno, el 6 de Marzo de 1853 en el teatro de La Fenice de Venecia, fue un rotundo fracaso.
En ese momento (mediados del siglo XIX), Verdi estaba en pleno furor compositivo con enorme éxito. Había estrenado Rigoletto e Il trovatore, con los que había alcanzado una fama tremenda y estaba en Paris para dirigir el estreno en la capital francesa de este último título, cuando conoció de primera mano el libreto de La dama de las Camelias adaptación teatral de la novela del mismo título escrita por Alejandro Dumas hijo. Se ignora si por especial deleite de la pieza, o por darles un severo y musical aviso a sus vecinos y coetáneos, que le habían hecho el vacío por su relación, escandalosa en aquellos tiempos, con la madre soltera y ex soprano Giuseppina Strepponi, lo cierto es que Verdi se puso en contacto inmediatamente con su libretista de entonces (el genial Francesco María Piave), para escribir sin duda la ópera más conocida del mundo. En solo un año llegaron a componer y estrenar la misma y, salvo el breve periodo entre su estreno frustrado, no se sabe si por la pésima elección de la soprano que encarnaba el personaje de Violetta (Traviata), la madura (¡38 años!) y entrada en carnes Fanny Salvini-Donatelli, o porque los espectadores no entendieron la música ni el montaje que, en contra de lo establecido entonces, llevaba la acción al París de época contemporánea (Verdi escribió a Piave: “No sé si la culpa del fracaso es de los cantantes, o de la música”), pero a partir de su reestreno en el teatro de San Benedetto de la misma ciudad un año después, ha sido la ópera más representada en la historia del “Bel Canto”. ¿Quién no ha escuchado y tarareado las arias; ‘Libiamo’, ‘Sempre libera’, ‘Amami Alfredo’ o el inmenso ‘Addio al passato’?
La historia es bien conocida: la cortesana Violetta Valery (Ermonela Jaho) conoce finalmente el Amor (con mayúsculas), al conocer y enamorarse perdidamente de Alfredo Germont (Charles Castronovo). Abandona la vida de lujo y fiesta, para retirarse al campo con su amado, pero su fama la persigue y el padre de su amado, Giorgio Germont (Plácido Domingo) la visita y le pide que, para no manchar el buen nombre de su familia abandone a su hijo. Ella, conocedora de que su vida se acaba porque está enferma (tiene tuberculosis, la enfermedad maldita del siglo XIX), acepta, le abandona diciendo que ya no le ama y vuelve a París, a su antigua vida. En el último acto, Violetta está sola, abandonada y muy enferma, en el que será su lecho de muerte recibe la visita de Alfredo y su padre que, en vista de su coraje y de su amor, la perdonan. Demasiado tarde. Muere, eso sí, rodeada del amor que en vida no pudo retener.
En esta representación contamos con una soprano excepcional, la albanesa Ermonela Jaho (Tirana, 1974), que le da al personaje todo el dramatismo que requiere, aportando un enorme colorido vocal. Para el papel de Alfredo, el director de reposición Andrew Sinclair ha elegido al tenor Charles Castronovo (Nueva York, 1975), que acompaña a la Jaho, pero no acaba de ser el mejor Alfredo que yo he visto, quizás arrastrado por ese torrente que despliega la albanesa. Y para el papel de padre de Alfredo, está el genial tenor español Plácido Domingo (Madrid, 1941), que en esta ocasión interpreta un papel originalmente escrito para barítono, lo que se nota sobre todo en los graves, pero que desarrolla un trabajo excepcional gracias a su gran técnica y conocimiento de la partitura. Su dueto con la Jaho en el segundo acto es para recordar durante años. Plácido fue Giorgio muchas veces a lo largo de su carrera, en muy variadas versiones escénicas, y ahora por su edad avanzada (78 años) el tenor se convierte en barítono para asumir una de las escenas más impresionantes operísticamente de la obra, interpreta nada menos que al padre, azote burgués implacable del destino de los amantes. De todas sus versiones la más recordada es la dirigida para el cine por Franco Zeffirelli en 1982, con una fascinante Teresa Stratas.
Al frente musical está el director de orquesta y virtuoso violinista, Antonello Manacorda (Turín, 1970), gran director y curiosamente director colaborador desde 2011 en el teatro de la Fenice.
En fin una velada para el recuerdo, habiendo disfrutado del enorme talento musical del genio de Bussetto.
Música: Giuseppe Verdi
Libreto: Francesco Maria Piave
Director de escena: Richard Eyre
Escenografía: Bob Crowley
Iluminación: Jean Kalman
Directorade movimiento: Jane Gibson
Concertino: Sergey Levitin
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