Ciclicidad, idiosis y faraones: las pirámides de la V Dinastía
Por Tamara Iglesias
Inmensos ajuares mortuorios colmados de viandas y elementos que pudieran servir al interfecto en su paso a la otra vida, gigantescos sepulcros piramidales construidos en piedra y adobe con el esfuerzo de miles de trabajadores, grandilocuentes fórmulas rituales en las pompas luctuosas capaces de exigir la presencia del dios chacal… Indudablemente, si alguna vez ha existido un pueblo capaz de exprimir al máximo la prodigalidad del supra y la idiosis fue el egipcio.
Kemet (nombre original que recibió esta región por su inconfundible limo negro del Nilo) conformó su soberanía en torno a 31 dinastías comprendidas entre el Periodo Arcaico y el Periodo Tardío (sin contar con la Macedonia y Ptolemaica, así como con la etapa de Naqada III en el protodinástico y las culturas de Naqada I, Naqada II, Merimdense y Badariense en el predinástico); se trató por tanto de un espacio histórico de más de 3000 años que sufrió cientos de transmutaciones y variables como consecuencia de la expansión territorial, las reyertas políticas, pandemias y alteraciones religiosas sobrevenidas a menudo por la anexión de civilizaciones disímiles. Como evidentemente hacer una reseña sobre este ingente desarrollo a lo largo de tres milenios sería excesivo y hasta puede que algo pesado para la ligera lectura que quiero proporcionarte hoy, querido lector, vas a permitirme que nos centremos tan sólo en el vuelco que dio el carácter funerario de la V Dinastía.
Déjame que te presente, para comenzar este trayecto, un breve mapa situacional: de un lado encontramos la magnífica pirámide escalonada de Djoser datada del 2650 a.C. (III Dinastía) cenotafio conocido con el epítome de “el más sagrado” gracias a la proyección de su arquitecto Imhotep que quiso ayudar al faraón a alcanzar el cielo; del otro, hallamos una de las siete maravillas del mundo antiguo: la gran pirámide de Giza, construida para el afamado faraón Keops en el 2570 a.C. (IV Dinastía) y orientada hacia Meskhetyu (la constelación de la osa mayor) para favorecer esa misma ascensión al imperecedero reino de las estrellas. Entre estos dos titanes, a treinta y veinte kilómetros de El Cairo respectivamente, aparecen los nombres de Userkaf, Sahure, Neferirkare-Kakai y Niuserre, faraones de la V Dinastía que nos ofrecen una imagen comparativamente más humilde de su descanso eterno.
Lo sé, ahora podrías conjeturar sobre acciones invasivas y hostiles en el Alto Egipto, presuponer que éste ahorro en las honras fúnebres fue la consecuencia lógica de una situación de pobreza extrema que obligó a derivar los recursos principales hacia la subsistencia, o incluso enlazar todo esto con las miles de hipótesis que deambulan por internet sobre Tell el-Amarna (ciudad ordenada construir por Akenatón a mediados del siglo XIV a.C.); pero como historiadora me corresponde romper tu burbuja hipotética para decirte que (sintiéndolo mucho y según los indicios actuales) se trató única y exclusivamente de una moda cíclica, de un simple intento por particularizarse de los demás para despuntar en el viaje hacia la muerte, al estilo de la idiosis (ese concepto que alumbré hace tiempo y del que tanto te hablo en mis artículos).
Userkaf (2479 a 2471 a. C) primer rey de la V Dinastía y sucesor de Shepseskaf, levantó su pirámide (de 49 metros de altura) en Saqqara, necrópolis principal de la ciudad de Menfis situada en la ribera occidental del Nilo que ya había sido empleada por su predecesor en la III Dinastía como emplazamiento para su mastaba. Su complejo funerario consistirá en un núcleo de pequeñas piedras dentro de un revestimiento de piedra caliza de Tura, en cuyo lado Este se levantó un santuario para oblaciones; a simple vista, podría parecernos un bastimento básico, sin notables particularidades, pero a menudo nos hacen falta dos vistazos para llegar a una comprensión más allá de los prejuicios. Fíjate, por primera vez en una conjunto funerario se ha construido un templo solar, un Nejen-Ra o fortaleza de Ra, consistente en un altar de piedra y un obelisco (que hacía las veces de Benben o montaña primordial) conectados por un patio ceremonial y una calzada (decorados en este caso específico con relieves, estatuas de aves y escenas de caza o pesca que incluyeron la efigie del regente). Tambien resulta relevante constatar que el templo (no confundir con el santuario para oblaciones) en lugar de situarse en el lado Este (como habría sido habitual) fue emplazado en la zona Sur para evitar que la sombra de la pirámide cayera sobre el patio, el lugar en el que se encontraba el altar del dios sol; en este mismo recinto rodeado por un claustro de columnas, se dispuso una colosal estatua del rey sedente, apoyada en la pared sur como acreditación de que se trataba del hijo de Ra y que recibía los favores de la deidad. Como era habitual en estos complejos, se hallaron dos pirámides subsidiarias, una para la reina Neferhetepes que incluyó un pequeño templo funerario y otra probablemente destinada al culto y libaciones de la pareja.
A diferencia de Userkaf, los reyes posteriores eligieron la meseta cercana a Abusir (a varios kilómetros de Saqqara) para edificar sus sepulcros, manteniendo el modelo que su predecesor había convertido en modus exequie. Aunque existen un total de 14 pirámides en esta zona, debo señalar que las más conocidas (y en las que nos centraremos hoy) corresponden a Sahura, Neferikara-Kakai, Neferefra y Niuserre; precisamente los dos primeros personajes de este cuarteto aparecen en la leyenda del Papiro Westcar, en el que se narra el intento del faraón Jufu de asesinar a los hijos de Sajbu (sacerdote de Ra) tras haber sido vaticinado su derrocamiento a manos de los infantes. Evidentemente no existen datos fidedignos que den cuenta del resto de esta historia o que prueben remotamente su veracidad, pero dado que no tenemos conocimiento alguno sobre el método empleado por estos hermanos para acceder al trono, quizá deberíamos considerar (al menos) el valor tautológico de tan interesante documento; especialmente cuando constatamos que ambos incluyeron las primeras advocaciones funerarias de la historia de Egipto en sus tumbas (repertorios de conjuros, encantamientos y súplicas destinadas a garantizar la resurrección del faraón tras su paso por el Duat o inframundo) así como un pletórico culto al dios sol que heredaron de sus progenitores.
Comenzando por Sahura (2471 – 2458 a. C) apuntaremos el hecho de que optó por el entramado tradicional, apostando por un nexo interno escalonado recubierto de arena, escombros y caliza para obtener las caras lisas características de la pirámide. Por desgracia este monumento de 47 metros de altura se encuentra actualmente en un deficiente estado de conservación, si bien es cierto que las columnas palmiformes de la calzada procesional (de 235 metros) que vincula la pirámide con el templo del valle aún se hayan en un excelente estado. Si bien el templo del complejo funerario (denominado Sejet-Ra) no ha podido localizarse en las sucesivas excavaciones, estamos al corriente (gracias a diversos textos de historiadores romanos) de que en sus ricos bajorrelieves se mostraban representaciones del faraón durante la festividad del Heb Sed, tambien conocida como “fiesta de la renovación real”.
Siguiendo su estela, tropezamos con el “fausto” elenco de Neferirkara-Kakai (2458 a 2438 a. C) la mayor obra de todas las referenciadas con una pirámide de casi 72 metros de altura y un excelso templo funerario donde fueron descubiertos los Papiros de Abusir, un diario de construcción que detalla hasta el más ínfimo pormenor. A la muerte del faraón la tumba aún no se hallaba disponible para su uso ceremonial, por lo que tuvo que rematarse a toda prisa empleando ladrillo y madera en sustitución de la piedra y el adobe clásicos (cuyo transporte y manipulación respectivamente habrían precisado de un tiempo más dilatado). La pirámide satélite de su esposa Jentkaus II (de 16 metros de altura y que sí fue finalizada mucho antes de su expiración) contiene relieves tocantes a sus logros en vida, conmemorándola como «madre de dos reyes», una designación concerniente a sus hijos Neferefra y Niuserre sobre los que hablaremos a continuación.
Además de la corona del alto y bajo Egipto Neferefra (2431 a 2420 a. C) heredó de su padre una muerte espontánea, lo que provocó nuevamente la adaptación de la pirámide a la forma de una mastaba adoptando la practicidad donde el joven rey hubiera deseado grandiosidad. Precisamente ello motivó que la calzada quedara incompleta y que el templo a Ra se mimetizara con el santuario funerario.
Y si hablamos de pragmatismo, nada mejor que sacarle los colores a Niuserre (2420 a 2380 a. C), quien aprovechó la calzada y templo de su padre Neferirkara-Kakai como complementos para erigir su pirámide de 52 metros de altura; de esta manera se ahorró el gasto material y laboral que implicaba un conjunto completamente nuevo. ¿Quién dijo que la reutilización no estaba de moda hace 2000 años?
Con la llegada de la VI Dinastía los enterramientos reales vuelven a ubicarse en Saqqara y a tender a la previa grandiosidad del túmulo, coincidiendo con el lapso de exploración y colonización hacia Sinai, Uadi Hammat, Punt, Biblos, Nubia y Ebla.
Mención honorífica merece Teti, primer rey de la VI Dinastía, quien levantó una pirámide de caras lisas que serviría como precedente en dimensiones y ángulo por sus cesionarios al incorporar en su estructura el triángulo sagrado egipcio. También la pirámide de Neferkara-Pepi o Pepi II, último faraón de la misma dinastía que reinaría durante 94 años (el gobierno más longevo de la historia de Egipto), logró distinguirse por la perfecta conservación de su templo, que ha permitido la reconstrucción y estudio del sistema de rampas-terrazas empleado en su construcción.
Y es que en resumen, a pesar de ser conscientes de que ningún recurso podría valerles la elusión de la muerte, se dejaron llevar por la metódica y recurrente boga de la ciclicidad.