Green Book (2018), de Peter Farrelly – Crítica
Por Irene Zoe Alameda.
La nueva película de Peter Farrelly –la mitad de los Farrelly Brothers; Dos tontos muy tontos, Algo pasa con Mary, Yo, yo mismo e Irene– no viene exenta de polémica, pues ha sido rechazada frontalmente por la comunidad afroamericana de los EE. UU., que la ha acusado de superficial, y de narrar una historia de amistad interracial desde el punto de vista blanco. Allá donde Paseando a Miss Daisy fue celebrada a finales de los 80, Green Book recoge treinta años después burlas por lo evidente de sus premisas.
El punto de partida no puede ser más simple y a la vez más rocambolesco: en el año 1962 Tony Vallelonga, un italoamericano que trabaja como supervisor en el Copacabana, recibe el encargo de ejercer de chófer y guardaespaldas de Don Shirley, un famoso pianista negro, en una gira de dos meses por el sur supremacista blanco. Lo que sigue es una previsible inversión de expectativas –el primero es un tierno hombre de familia, brutote y gregario; el segundo, un artista solitario, gay, y de exquisitos modales– donde una interacción imposible, que solo el azar ha promovido, conduce a la aceptación, el respeto y la amistad entre los dos hombres.
El título de la cinta hace referencia al nombre de la guía que la comunidad afroamericana estadounidense usaba en esos años para evitar acosos, linchamientos y asesinatos de odio racial al traspasar la Línea Mason-Dixon –que en su día separó a los estados abolicionistas y esclavistas–. Y toda la película se reduce a ser un road trip –típico vehículo narrativo de Farrelly– donde la presión racial sobre Shirley va in crescendo hasta alcanzar unas cotas atroces, pero que el tono pretendidamente buenista e infantiloide del director disfraza de anécdotas digeribles.
Si bien la película está plagada de lugares comunes y persigue abiertamente complacer al público mayoritario, posee dos elementos imbatibles que la hacen verdaderamente especial. Por un lado, las actuaciones complementarias y eficaces de Viggo Mortensen y de Mahershala Ali alcanzan el dinamismo y la comicidad de los dúos clásicos de la historia del cine. Por otro, el hecho de que la historia que se cuenta, increíble de tal obvia y tan dulzona, sea real –el coguionista es el hijo de Vallelonga– rebaja cualquier descreimiento hasta volverlo en contra del espectador más suspicaz.
¿Mi recomendación? Relájense y disfruten.