La tercera esposa (2018), de Ashleigh Mayfair – Crítica
Por José Luis Muñoz.
Lleva décadas el cine oriental abriendo caminos estéticos en la cinematografía internacional y seduciendo, por su mirada particular y cadencia exquisita en el arte de narrar, a cierto público occidental. China tomó el relevo a Japón; Corea tiene despuntes tan geniales y radicales como los de Kim Ki-duk que nos recuerdan al más transgresor Nagisha Oshima; Filpinas marca distancias con un cine social liderado por Brillante Mendoza, alejado de las florituras esteticistas; y de Vietnam, país de esta Tercera esposa, la verdad es que apenas teníamos noticias desde la exitosa irrupción de El olor de la papaya verde de Tran Anh Hung, aunque la que nos ocupa esté mucho más próxima a La linterna roja de Zhang Yimou
Un argumento muy simple le sirve a la directora vietnamita Ashleigh Mayfair para pergeñar la historia que narra reconstruyendo con fidelidad el pasado agrícola de finales del siglo XIX de su país. Un rico terrateniente contrae matrimonio con su tercera esposa, una niña de 14 años. Sus dos anteriores mujeres no le han dado descendientes varones. Esta tercera esposa, muchacha candorosa, reza a Buda para quien crece dentro de sus entrañas sea el varón que desea su esposo. En el transcurso de su embarazo entabla complicidad con sus rivales de lecho conyugal, asiste a la consumación del adulterio de una de las esposas y se enamora perdidamente de ella.
La tercera esposa retrata con acierto esa etapa patriarcal en la que las mujeres debían sumisión absoluta al varón y aceptaban sin rechistar su rol pasivo como parte de una cultura ancestral que aún persiste en esa zona del mundo. La tiranía masculina sobre las tres mujeres es aceptada por ellas sin ningún conato de rebeldía o rechazo. La única relación que ellas tienen con el señor de la casa es en el lecho cuando le place visitarlas; no hay más trato, ni cruce de palabras. De ese coito, como obligación contractual impuesto por el páter familias que dispone de su harén femenino a su capricho (el doloroso desfloramiento de la niña), al sexo clandestino y apasionado de los amantes en el bosque o al beso sensual que la niña roba a la segunda esposa de la que está enamorada, hay abismos que el film de Ashleigh Mayfair subraya.
La realizadora vietnamita apuesta por una recreación idílica y algo impostada de una época pasada y por el esteticismo (las tres esposas del apuesto señor son extraordinariamente bellas; los escenarios naturales también lo son). Ashleigh Mayfair teje su historia con la misma delicadeza que los gusanos de seda sus capullos. Es la suya una película costumbrista, que presenta un agro edénico y nada contaminado (no hay más violencia que los azotes a que somete el señor al adultero amante de su segunda esposa o ese gallo que es degollado con delicadeza por la primera esposa mientras su sangre llena el plato que sostiene la tercera), llena de detalles sutiles y exquisito erotismo. Las ropas livianas que la humedad pega al cuerpo de las mujeres para transparentas sus formas, las pieles tersas de sus protagonistas, el ritual del varón de sorber una yema de huevo colocada sobre el ombligo femenino o esos estallidos de gozoso placer de los amantes clandestinos sorprendidos por la mirada voyeur de la niña protagonista, tienen una potente carga sensual.
Drama amoroso y antropológico de caligrafía exquisita y detalles sutiles el de La tercera esposa que entra por los sentidos gracias al empleo de la música tradicional vietnamita, que subraya algunas secuencias, y a una fotografía preciosista que se recrea en la belleza de los rostros y reivindica los ya olvidados flous a los que tan aficionado era el fotógrafo y cineasta de nínfulas David Hamilton, pero también un retrato doloroso de la maternidad en soledad, broche que cierra el film. Lágrimas de sangre.