«Hermanas», sensacional mano a mano entre Bárbara Lennie e Irene Escolar

Por Ana Riera

 Pascal Rambert, autor relevante de la escena actual que desde hace un año es artista asociado del Thèâtre des Bouffes du Nord (París) y del Pavón Kamikaze (Madrid), nos propone estos días un interesante ejercicio teatral hecho a medida para cuatro actrices: dos francesas y dos españolas. En nuestro país, las elegidas han sido Bárbara Lennie (que ya trabajó con dicho autor en La clausura del amor), e Irene Escolar.

El título de la pieza, Hermanas, nos desvela sin tapujos la temática: las siempre complejas relaciones familiares centradas, en este caso, en dos hermanas. La mayor, Bárbara, se sintió destronada con la llegada de la hermanita y lleva toda la vida tratando de reconquistar su condición de preferida, de especial, de única. La pequeña, Irene, se ha sentido ninguneada desde su más tierna infancia, se intuye no deseada y lleva toda la vida mendigando amor de su padre, de su madre, de su hermana mayor. Entre ellas el espacio se llena de rencor, de odio, de dolor, de frustración.

Tras la muerte de la madre, Irene se presenta en el lugar de trabajo de Bárbara pidiéndole explicaciones. Llevan tiempo sin verse, pero no se saludan siquiera. Se enzarzan directamente, desde el minuto uno, en una lucha dialectal sin cuartel, como dos púgiles que luchan a muerte. Durante hora y media larga no dejan de soltarse exabruptos. Apenas se dan una tregua en un par de ocasiones, buscando como aliados la música y el baile, o el silencio. Pero no consiguen avanzar ni un centímetro. Eso probablemente se deba a que no están dispuestas a perdonar ni mucho menos a perdonarse. Pero demuestra, además, lo vacías que pueden estar las palabras, aunque broten de nuestra boca como cascadas desbocadas. Y lo fácil que resulta enredarse en ellas y acabar convirtiéndolas en armas arrojadizas que hacen daño, tanto al que las recita como al que las recibe.

¿Dónde está el misterio? ¿Por qué las palabras que nos dice un hermano tienen la capacidad de sanarnos o, cuando la relación está viciada, de destrozarnos por completo, enquistándose y causándonos heridas purulentas que siguen supurando eternamente? Eso es lo que trata de averiguar el autor, lo que quiere que también el público se pregunte. Lo único que le importa es la guerra dialéctica, su forma de usar el lenguaje, “ver el efecto que provocan las palabras, cómo te pueden llegar a destruir”. Para que no haya distracciones, Rambert recurre a una escenografía mínima. Aunque en esta ocasión, añade al espacio vacío y las luces de neón que tanto le agradan unas sencillas sillas de vivos colores, como notas discordantes.

Se trata sin duda de un trabajo actoral brutal, que obliga a ambas actrices a vaciarse cada noche por completo, un trabajo que debe dejarlas exhaustas pero, a la vez, enormemente satisfechas. Es una obra para valientes, para personas dispuestas a no fingir, a compartir su verdad con el respetable. Por eso es difícil salir indemne de esta experiencia. Porque es como asomarse a un precipicio repleto de revelaciones desnudas en las que adivinamos la esencia misma del ser humano, con todas sus limitaciones y sus dramas más íntimos.

EL PAVÓN TEATRO KAMIKAZE, HASTA EL 10 DE FEBRERO 2019.

 

 

 

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