‘Atenas y Jerusalen’, de Lev Shestov
RICARDO MARTÍNEZ.
El pensamiento filosófico acaso obtenga su mayor virtud, sus mejores frutos, atendiendo al contraste, a la dialéctica en la medida en que una certeza contrastada se acuña de un valor añadido. Tal es el caso de Shestov, un autor no muy difundido entre nosotros pero que aporta un lenguaje denso y claro, analítico e intuitivo a un tiempo para desvelar argumentos con el marchamo de eso que Zubiri reclamaba como principio simple de la intelección (sin el aparato retórico que, según él, aportaba Kant) como ejercicio razonador: “La intelección humana –escribe el pensador vasco- es la mera actualización de la realidad en la inteligencia sentiente” Inteligencia sentiente, un argumento subjetivo importante.
Aporta pronto Shestov su planteamiento, digamos, de sustancia dialéctica: “Atenas y Jerusalen y Filosofía religiosa son expresiones casi equivalentes, superpuestas, y a la vez igualmente enigmáticas que, por su contradicción interna, irritan el pensamiento contemporáneo” Juntas, es cierto (de algún modo enfrentadas en ese decir superpuestas), han contribuido al desarrollo del pensamiento occidental; ahora bien, no es menos cierto que, después de la Enciclopedia de d’Alambert (incluso antes, ya con ese cierto renacimiento especulativo y científico que supuso el pensamiento del siglo XVII) su relación no podría decirse que fue precisamente amistosa y sí discrepante; de ahí que irriten el pensamiento contemporáneo. Y así ha continuado siendo.
Por eso la duda en aceptar que ese referente relacional Atenas-Jerusalen, como dice Shestov “hayan mantenido siempre con pasión el ‘y’ y han rehusado tenazmente el ‘o’ Tal aserto semeja, cuando menos, un exceso de interpretación. Decir que “Jerusalen y Atenas, religión y filosofía racional, han convivido pacíficamente (y) en esta paz los hombres veían la garantía de sus anhelos más queridos, cumplidos o incumplidos” parece una afirmación que ha sido, cuando menos, discutida. Una paz racional dudosa. Antes bien, ambas han mantenido viva históricamente, por su intrínseca razón dialéctica, en pie las bases de la reflexión filosófica debido a ello.
El planteamiento, no obstante, resulta de indudable interés. Veamos: según Kant en su ‘Crítica de la razón pura’, en cita de nuestro autor, “la metafísica tiene como objeto tres cuestiones: Dios, la inmortalidad del alma y la libertad. Más he aquí que “como aplicación de la ‘crítica’, resultó que es imposible ‘demostrar’ ninguna de las tres verdades metafísicas y que la metafísica no puede existir como ciencia” Y leemos, más adelante: “¿Por qué Liebniz defendía con tanta pasión sus verdades eternas y se aterraba tanto ante la idea de que habría que subordinarlas al Creador? Al parecer, el ‘escándalo de la filosofía’ debería residir en la imposibilidad de demostrar la existencia de Dios (…) Al parecer; pero en realidad sucedió lo contrario: la razón, anhelante de necesidad y universalidad, se salió con la suya, y los grandes representantes de la filosofía moderna llevaron todo aquello que podría irritarla al ámbito de lo ‘suprasensible’, del cual ya no llega nada hasta nosotros y en el cual el ser se funde con el no-ser en una gris indiferencia”
Con ello Shestov hace un repaso, diríamos, un tanto exclusivista a la dialéctica metafísica-filosofía (en medio el nihilismo y el peso significativo de Sartre y adláteres); un planteamiento que, por sí, justificaría este libro lleno de enjundia especulativa y planteamientos de controversia de pensamiento. Filosofía en estado puro.
Es curioso como el autor nos lleva, acaso imbuido por ese determinismo atribuido tantas veces al judaísmo y que, en ámbitos más literarios, ha contado con figuras como Harold Bloom o George Steiner, concluye (obviando, eso sí, el aserto de Hegel, dispuesto a desdeñar los dones de Dios al ver en ellos ‘un acto de violencia sobre el espíritu’) en una especie de diagnóstico final tan llamativo como continuador de la rica dialéctica que ha sustentado el pensamiento divergente fe-filosofía. Dice el autor: “Mirar hacia atrás: nuestro pensamiento es, por su propia esencia, un mirar hacia atrás. Nació del miedo de que tras nosotros, bajo nosotros, sobre nosotros haya algo que nos amenace” Y, a renglón seguido, expone: “Pensar sin volverse atrás, crear la ‘lógica’ de un pensamiento que no se da la vuelta. ¿Comprenderá algún día la filosofía, comprenderán algún día los filósofos que en ello radica la principal y más perentoria tarea del hombre, que ése es el camino hacia lo ‘único necesario’?” He aquí, pues, que no hay ‘solución’, respuesta. Ésta habrá de ser pospuesta; está por venir. Lo que conlleva, implícitamente, ese cierto determinismo que parece poder deducirse; ¿al margen de una respuesta reflexiva convincente por parte de la filosofía?
Pero, ¿determinismo para el pensamiento racional? No obstante, también acepta Shestov que “Aristóteles, por supuesto, tenía razón cuando afirmaba que la necesidad (ese ‘miedo’ atávico que nos impele, tal vez, a repensar el re-ligare, el fundamento de la religión como vinculo necesario) no se deja persuadir. Entonces, ¿aparenta elegir Jerusalen a Atenas?. Llegados aquí estoy por aceptar la proposición de Roque Hermida en su profusa introducción: Intuye Shestov –escribe- que el hombre “al tratar de pensar más allá de la razón por cuestiones que ni la razón misma ni la religión pueden resolver (…) debe emprender un nuevo camino al margen de sus creencias previas, y, como descubrirá más tarde, debe hacerlo solo”
¿Y por qué no en compañía de Wittgenstein, por ejemplo, cuya relación con la raíz y esencia del lenguaje sería, creo, una ayuda seria y razonable?
Sea, con todo, que la reflexión necesaria, afortunadamente, está servida.
Hágase a favor de la libertad, “libertad –Shestov dixit- que el hombre viviente, en lo profundo de su alma, es lo que más valora y ama en el mundo”
¿’Religión’, ‘re-ligare’ como la sustancia del dilema?
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