El sueño de la vida, un osado ejercicio poético
Por Ana Riera
En el marco de la celebración por el centenario de la llegada de Federico García Lorca a Madrid, el Teatro Español nos ofrece estos días El sueño de la Vida, una obra inconclusa de Lorca que ha completado Alberto Conejero.
Hace tres años, la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid encargó al dramaturgo andaluz este ambicioso proyecto, ofreciéndole de ese modo la oportunidad de hacer realidad uno de sus sueños más íntimos. Quizás por eso se lanzó a ello “como quien atraviesa sonámbulo una habitación en llamas”, poniéndole toda su alma y su intuición teatral.
A Lorca solo le dio tiempo a escribir el primer acto de La comedia sin título, y a esbozar los dos siguientes. Ese fue el punto de partida para Conejero. Está claro que a él, como al maestro, le gusta nutrirse de imágenes y poesía. De ahí que en la función se mezclen continuamente lo onírico y los hechos reales, incluso prosaicos, así el devenir de los opuestos encuentra un lenguaje común. Preguntas y quizás respuestas, aunque es más factible descubrir un viaje hacia unas y otras: dónde empieza la realidad y dónde la ficción, cuál es el verdadero sentido de la vida y qué hay más allá de la muerte, ¿debe el teatro imaginar mundos fantásticos o hablar de la realidad desnuda? Al margen de estas cuestiones se oyen disparos, se está produciendo una revolución justo delante del teatro mientras una compañía ensaya, artistas y asistentes acaban inmersos en la refriega…
El veterano y tantas veces sabio Lluís Pasqual —en su larga carrera, dirigió varios espectáculos memorables con textos de Federico—, nos ofrece un sagaz montaje que diluye la frontera entre actores y público, entre la obra que supuestamente se ensaya, la que propone Lorenzo, el autor, y la que en realidad ve el público: teatro dentro del teatro dentro del teatro. Así, el supuesto autor (Nacho Sánchez) se pasea por la platea increpando al respetable, y es a la vez director e intérprete; hay actores escondidos entre el público, algunos haciendo simplemente de espectadores, y otros que, empujados por los hechos, acaban convirtiéndose en protagonistas, como el espectador 2 y su mujer, que luego se meten en la piel de Enrique (Sergio Otegui, siempre tan camaleónico) y Guillermina (una María Isasi primero desgarrada y luego reivindicadora).
El amplio elenco es sin duda uno de los grandes aciertos de la propuesta. Capitaneados por Nacho Sánchez, que aporta juventud y frescura repletas de magnetismo, y Emma Vilarasau, que acumula experiencia y oficio en el teatro en Cataluña, debutante en esta histórica sala. Les acompañan un gran equipo de profesionales: Dafnis Balduz, Ester Bellver, Raúl Jiménez, Daniel Jumillas, Jaume Madaula, Juan Matute, Antonio Medina, Chema de Miguel, Koldo Olabarri, Juan Paños, Luis Perezagua, César Sánchez y los ya mencionados Sergio Otegui y María Isasi.
La música en directo —con Miguel Huertas al piano e Iván Mellen en la percusión—, aporta dramatismo a la par que ahonda en el juego entre realidad y ficción, como lo hace la iluminación de Pascal Merat.
Se produce en el espectáculo un encuentro de estilos muy interesante, ya que el primer acto fue escrito hace ya más de 80 años y los otros dos han sido concebidos en la actualidad, demostrando una vez más que el buen teatro es capaz de traspasar las fronteras del tiempo y del espacio, y de ceñirse las galas de la atemporalidad que lo hacen universal. De ahí que siga emocionando, de ahí su enorme poder. De ahí que durante toda la representación me pareciera sentir el aliento de Lorca en la nuca, como si estuviera agazapado tras de mí sin perderse detalle. Cae el telón y de entre las bambalinas sale un grito que lo llena todo: ¡Viva el teatro y viva el maestro Lorca!
TEATRO ESPAÑOL. Sala Principal. Del 17 de enero al 24 de febrero 2019