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Leer a dentelladas

EMPAR ISABEL BOSCH.

Título: Unos cuerpos.

Autora: Ruth Miguel Franco.

Editorial: Sloper, Palma, 2018

No sabemos cuántas son las mujeres que escriben, ni cuántas han sido, tampoco cuántos son los hombres ni cuántos lo fueron,  pero sí sabemos que durante siglos las mujeres escritoras no han tenido proyección, han sido silenciadas o sus nombres sustituidos.

La editorial Renacimiento recuperó hace unos años en un ensayo las voces olvidadas de las poetas de los 50 y, recientemente, ha rescatado la obra de María Lejárraga que firmaba con el nombre de su marido.  También la editorial Sloper, en cuyo catálogo empiezan a aparecer cada vez más autoras, ha publicado de Ruth Miguel Franco un experimento literario titulado Unos cuerpos : una colección de siete ensayos breves sobre temas tan diversos como el mito de Pasífae, el arte visigodo, las momias o la evolución de la crianza en la historia.

No creo que versos y párrafos merezcan ser publicados y leídos solo por estar escritos por un hombre o por una mujer.  Lo que sí digo es que hay libros que bien merecen una dentellada, un público que los muerda para descarnarlos y deje sus huesos al descubierto. Igual que en la digestión externa de las arañas, «la araña sujeta su comida con los quelíceros, unas pequeñas patas que salen de su boca, mientras los ácidos digestivos que le inocula la van convirtiendo en una papilla que puede sorber. Nada hay más parecido en la naturaleza al amor humano (…) El que más ama deglute. El que es abrazado se licúa, se traslada y forma parte». De esos libros (o de esas presas) es elUnos cuerpos, de Ruth Miguel Franco.

Del prefacio a la bibliografía, esta lectora ha querido arrancarle a Unos cuerpos las páginas de cuajo; hacer gárgaras con las hojas; golpear objetos y cabezas  con el canto del encuadernado; despertar a toda la casa haciendo sonar el libro en el interior de una campana; explorar los párrafos como quien se adentra en los manglares, en el desierto o en una cueva submarina, es decir, bien alerta.

Leemos, decía Kafka,  para hacernos preguntas. Seguramente también para contestarlas, aunque en el ensayo sobre la iglesia de Santa María de las Viñas se afirma: «Nada en las cosas humanas tiene una sola causa. Casi nada tiene una sola consecuencia».

Por supuesto, leemos además para mirarnos adentro a través de las letras, para viajar, quizás para creernos por un instante personajes de ficción que nunca seremos (como Taide, la muchacha de Yde o la condesa Flámula que aparecen en estas páginas), para escribir pedazos de nuestra vida que nunca existieron si no es en las bibliotecas que frecuentamos: «Para escribir sobre la santidad, hay que situarse en la intersección entre la comedia y el miedo». A Miguel Franco, además,  le he pedido que me escarbe las entrañas como si cada uno de los cuerpos que menciona, me pertenecieran. Como si alguna vez hubiera sido o pudiera ser uno de esllos. «Cuando llega el momento», dice la autora, «el amor, como la historia, nos presenta cuerpos. Nosotros miramos».

Con una voz tan poderosa como la palabra dicha, cantada o esculpida en piedra, reivindicativa y deconstructiva, nos conmueve desde las tripas.  Como los sabios que experimentan a oscuras en un laboratorio, la autora escribe poesía con las vísceras y artículos académicos desde la emoción. Y el libro lo contiene todo.

Yo lo abrí  en un avión y antes de aterrizar me privé a mí misma del desenlace para alargar en el tiempo la conmoción de las horas transcurridas. Luego lo releí varias veces para hurgar en la dualidad de los planos narrativos (afirma: «La historia, como el amor, es reversible»), en la imposible pócima de sabores y texturas, de conocimiento y verso que revuelve no sé yo si con un tridente.

De la representación del alma  a los cuerpos soterrados, de los mitos como aliciente a los modos pequeños de ver las cosas grandes, dice Miguel Franco en uno de sus versos que «los sabios de este mundo han consagrado / sus vidas al camino de la luz». Será por eso que  en Unos cuerpos hurga en todo aquello que,  alguna vez, estuvo prometido a las tinieblas para arrojarlo a nuestros pies leídos.

De este modo, podemos unirnos al final del ensayo Overkill: «Nos abrazaremos y nos hundiremos en una oscuridad más profunda y más densa que todas las turberas del mundo. Nos disolveremos. Duraremos siempre».

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