'Yo, detectivae', de Rafael Guerrero

JOSÉ LUIS MUÑOZ.

Hay bastantes policías que escriben, de todos los cuerpos nacionales y autonómicos, y hay también detectives que se echan al monte de la novela negra con conocimiento de causa aunque aquí, en España, la figura del detective privado no tenga ese aura que goza en Estados Unidos.

He aquí una novela que cubre las expectativas de su autor, que no es poco, que es básicamente hacer pasar un muy buen rato al lector. El detective privado Rafael Guerrero (Madrid, 1960) pone a trabajar a su personaje el detective privado Rafael Guerrero en dos casos simultáneos: cambiar de identidad a una mujer y ocultarla de su exmarido, que quiere asesinarla, y encontrar a un muchacho enamoradizo que ha desparecido en la India tras una novia exótica.

Utiliza Rafael Guerrero en esta su tercera novela, tras Ultimátum y Un guerrero entre halcones,  en eso que se conoce como autoficción, abundantes dosis de ironía en una narración en donde la novela detectivesca (el autor conoce suficientemente el medio después de 25 años de profesión) se cruza con la de aventuras.  Esa era la parte más embarazosa del trabajo de un detective privado, por encima incluso de comprometer su integridad física, jugarse la vida en un país recóndito o ajustar cuentas con Hacienda.  En dichas eventualidades la responsabilidad se circunscribía a su persona, a su capacidad para resolver o a su negligencia para cagarla.

Escritura ágil,  buen ritmo y una variedad de escenarios hacen que Yo, detective sea una novela muy entretenida que se lee de corrido.  No había polígrafo en el mercado capaz de pillarle en un renuncio ni suero de la verdad que le alterase la cara de póquer.  Únicamente su sobrina más pequeña atesoraba el poder de hacer con él lo que se le antojara: se le caía la baba y la coraza con ella. El yo escritor describe al yo personaje con gran desparpajo.

Tiene muy buen oído Rafael Guerrero a la hora de los diálogos, como éste que cruza con un colega hindú que no tiene desperdicio. ¿Por qué sois tantos, Ajit? Por el jengibre, es un afrodisiaco y fertilizante potentísimo. Os quedáis preñados con un simple parpadeo.  A veces ni siquiera es necesario eso, nos autopreñamos. Me asustas. Advertido quedas, Rafa.

Adquiere un tono funerario la novela en cuanto traslada su escenario a Benarés con descripciones muy coloristas de la vida en la ciudad de la muerte y un pormenorizado detalle de sus fascinantes ritos funerarios. Calor y dolor, cuerpos al descubierto y embalsamados, esqueletos aún firmes y huesos desmembrados, desordenados, pulverizados. Cenizas por doquier, revistiendo el suelo y la atmósfera y las caras de los presentes. Una cremación, una docena de cremaciones , una cadena de piras y fuegos y restos amontonados y empujados y vertidos al río.  

Somos fruto, entre otras cosas, de nuestras lecturas de juventud. Yo, detective le debe mucho a las novelas de Emilio Salgari  y a los cómics de Hergé y Rafael Guerrero no lo oculta. No es casual que uno de los personajes se haga llamar Tintín y otro Sandokán. Rafael Guerrero, con una forma de escribir ágil y amena,  mete en el mismo vaso la novela negra detectivesca y la de aventuras y el resultado es tan divertido como estimulante.

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