Alberto San Juan: «Echo de menos el cine»
«De joven, era una persona inhibida, casi hermética, y eso me generaba dolor»
ÁLEX ANDER. Alberto San Juan (Madrid, 1968) es de esos actores contestatarios y comprometidos que suelen incomodar bastante a los sectores sociales y religiosos más conservadores. Ahora, y para seguir haciendo honor a su fama de rebelde, ha debutado como director de cine con el largometraje El Rey, adaptación de la homónima producción del madrileño Teatro del Barrio que acaba de llegar a los cines.
Con ese título, cabe esperar que el controvertido filme —protagonizado por el propio San Juan, Luis Bermejo y Willy Toledo y codirigida junto a Valentín Álvarez— se centre en la figura de Juan Carlos I. Con una estética tenebrosa, algún toque de humor y alternando la ficción con algún tipo de realidad, brinda momentos tan curiosos como ese en que San Juan interpreta a Franco —con la cabeza rapada, gafas oscuras y poniendo voz de pito—, charlando con el rey emérito —al que da vida Bermejo—.
A través de diálogos variopintos y reflexiones hipotéticas, la cinta narra la pesadilla de un hombre que, al final de su vida, agoniza y hace un repaso a los errores que ha cometido, poniendo para ello sobre la mesa de debate público asuntos peliagudos que hacen pensar al espectador. La trama siembra la duda sobre cuestiones como si Juan Carlos I trajo realmente la democracia a España, si contribuyó a que las familias más poderosas del franquismo continúen siéndolo hoy día, o si participó en la corrupción político-empresarial de forma escandalosa. «La versión oficial que le otorga un papel relevante a la hora de recuperar la democracia en España se puede mirar desde otro lado: pensar que Juan Carlos forma parte esencial de un consenso institucional para limitar un impulso democrático popular que venía desarrollándose en España desde los años cincuenta», reflexiona el madrileño.
Dice que la huella que ha dejado la monarquía ha sido dañina. «La naturaleza de la monarquía, en sí, no es democrática», contesta San Juan al preguntarle qué es lo que más le disgusta de la institución. «En su día, se argumentaba que la figura de Juan Carlos, como rey, contribuía a la estabilidad democrática española. Creo que ya es hora de que la democracia camine sola, sin la necesidad de un tutor».
Su proyecto cinematográfico adopta un enfoque experimental. Y demuestra que, para remover conciencias, no es necesario poner en pie una superproducción. De hecho, la producción de la película es austera —se rodó en apenas una semana— y el proyecto salió adelante con un presupuesto bastante ajustado —unos 50 mil euros, calcula su responsable, que gracias al micromecenazgo logró más de mil aportaciones para la fase de posproducción—.
Para curarse en salud, y teniendo en cuenta que la libertad de expresión parece peligrar, el cineasta decidió enseñarle el guion a un abogado antes de rodar. Para su tranquilidad, este le aseguró que no había nada que fuese delictivo en él —a fin de cuentas, en la película no aparece ningún dato que no haya sido publicado previamente en más de un libro—.
Pero eso no impide que uno ande siempre con la mosca detrás de la oreja. Sobre todo teniendo en cuenta que, tal y como reflexiona el cineasta, uno puede ser denunciado por casi cualquier cosa hoy día. Sin ir más lejos, un juez procesó hace poco a su amigo Willy Toledo por insultar a Dios y a la Virgen en unos mensajes escritos en Facebook. ¿No usa redes sociales por temor a terminar en los juzgados también? «No las uso, en principio, porque soy nulo para la tecnología y soy muy perezoso. Y también porque prefiero no ceder al impulso emocional que puedo tener en un momento dado, y que me haga escribir cualquier cosa en ellas», responde San Juan, que aún así tiene claro que cuando uno dice lo que piensa, duerme mucho mejor.
De miedos (o de su ausencia) sabe bastante el actor. Él fue un niño miedoso y un joven hipertímido («Una persona inhibida, casi hermética, y eso me generaba dolor, porque me dificultaba la relación con los demás»). De hecho, se metió en una escuela de teatro donde, según cuenta, aprendió a hablar. «El oficio me ayudó a ir atravesando todo eso, hasta superarlo realmente».
San Juan es un tipo singular. Antes de convertirse en actor, estudió periodismo y lo ejerció durante un tiempo en Diario 16. Cuando tuvo algo de dinero en sus manos —a los 24 años— se metió en una escuela de teatro y, poco después, decidió fundar con varios amigos de profesión la compañía Animalario —que puso en marcha un puñado de montajes teatrales bastante alejados de los circuitos comerciales—. Hasta hace poco, estaba al frente del Teatro del Barrio, en Lavapiés, donde la cooperativa cultural que montó el tinglado —que ahora cuenta con 350 socios— sigue poniendo en marcha obras «con vocación periodística» que el madrileño suele dirigir, producir, escribir e interpretar.
Lo curioso es que, a pesar de haber participado en montones de películas y series, y de contar con un Goya por Bajo las estrellas (2008), San Juan se sigue considerando un actor con bastantes limitaciones. En alguna ocasión ha confesado que hubiera preferido no participar en una buena parte de su filmografía —considera, de hecho, que ha brindado unos cuantos momentos bochornosos al cine español—. «Pero sigo trabajando, y me siento lo suficientemente a gusto como para no abandonar. Así que da un poco igual la idea que yo tenga de mí como actor», apostilla.
Ahora, vive del teatro de forma holgada. Le pregunto si cree que su ‘divorcio’ del cine tiene algo que ver con esa autopercepción por la cual se ve un intérprete sin talento. «No lo creo», opina sobre el asunto. «En los últimos cinco años he estado muy sumergido en la actividad teatral. Me metí en el Teatro del Barrio y, durante cinco años, he estado sacando eso adelante. Y, además, escribiendo, dirigiendo y de gira permanente. Pero sí echo de menos el cine».
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