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Valerie y su Semana de las Maravillas

 
Por Francisco Collado.
Acercarse a un film de las características de Valerie y su Semana de las Maravillas no es un ejercicio apto para cualquier cinéfago. Su ruptura de la lógica narrativa, su vocacional onirismo en los límites de lo real, su discurso pleno de imaginería y simbolismo hermético y la aproximación peligrosa a tabúes sociales, son escollos insalvables para espectadores poco avezados en estos vericuetos. Valerie habita en esa edad frutal, entre la aparición del primer menstruo y el adiós definitivo a la infancia. Recorre parajes edénicos, de un claro paganismo bucólico, “locus amoenus” alejados del mundo urbano, desprejuiciados y henchidos de una embriagadora belleza naif.
Las alegorías y referencias envuelven a esta núbil Valerie (trasunto de Alice in Wonderland), en su viaje hacia la madurez con todas sus consecuencias. La protagonista navega entre los personajes metafóricos e icónicos que van mostrándole un mundo nuevo, lejano de la niñez, en el marco de una aldea surrealista, donde la imaginería religiosa extrema se da la mano con el cine de terror reinterpretado (del que luego bebería En compañía de lobos, de Neil Jordan). Valerie es más un icono que un personaje. A pesar de la formidable interpretación (esos primeros planos) y los ojos patricios de la jovencísima Jaroslava Schallerová, que transmiten carnalidad y espiritualidad a partes iguales al mitológico conjunto. El checo Jaromil Jires (El grito, El león de la melena blanca) juega con símbolos jungianos, freudianos y metáforas autocomplacientes que camuflan críticas al régimen político, con una clara aptitud de trasgresión.
La vocacional desarticulación de ritmo y lógica narrativa, son características de ese cine que entonces se denominaba “de arte y ensayo”, para poder burlar la censura de determinados países. Que se pudiera grabar un film de estas características en la Checoslovaquia de 1970, es poco menos que asombroso, ya que esta bizarra versión de Alice contiene elementos perturbadores, inquietantes y morbosos, en clave buñuelesca. Valerie y su Semana de las Maravillas es un cuento de hadas pervertido, ligeramente pretencioso, habitado de una artificiosidad lisérgica, que hoy es obra de culto en los cenáculos culturetas. Situada en un espacio atemporal con clara vocación de medioevo, que no le haría ascos al ensayo de Umberto Eco La Nueva Edad Media.
Ensoñadora propuesta, con subtexto sobre el despertar sexual adolescente, teñido de cuento gótico e imágenes envueltas en esteticistas “flous”, cercanos al David Hamilton de Bilitis y una imaginería, casi rozando el realismo mágico con su cromatismo, donde predomina el blanco (virginidad/pureza) en la paleta. Como contraste con la oscuridad (mal, muerte) del diseño de vestuario para los factores negativos del elenco (vampiro, sacerdote, hurón, nosferatu, criptas, etc). Clara referencia pictórica utilizada después por el Derek Jarman para el diseño de Los demonios, que dirigiría Ken Russell.
Destaca la utilización de la edición elíptica y el uso de la fotografía aprovechando iluminación natural de una calidad cristalina en las zonas de luz: prados bucólicos, primeros planos nimbados, espuma… para envolver este poema surrealista a caballo entre Buñuel, Jodorowsky y Darío Argento. El juego de imaginerías no deja lugar a dudas. Por la pantalla desfilan unos pendientes de connotaciones erógenas, pájaros en jaulas de cristal, cerezas maduras que la niña saborea, filmada con una fascinación fetichista por la cámara, palomas que anidan en su pecho, la gota de sangre menstrual derramada en una margarita…para acompañar la epifanía de la protagonista. La mutación parece ser la clave “burlesque” de este poema insano donde el mal se convierte en lástima, la vejez en juventud, la inocencia en morboso conocimiento o la piedad en lujuria. “La mutabilidad está teniendo un día de campo” podemos leer en La carne y el espejo, el retrato literario de Angela Carter, autora de cuentos de hadas perversos como En compañía de lobos. Valerie es un desfile de Edipos freudianos, de Faustos que venden su propiedad a cambio de juventud. Allí están la rivalidad y rito de pasaje de Blancanieves, familiares con oscuros deseos, y mucho, mucho psicoanálisis.
La cinta fue pergeñada durante el totalitarismo comunista, que censuraba el cine para minimizar la creciente disidencia y descontento de la población. Algunas escenas rememoran con nostalgia el ambiente bucólico y los ciclos de la naturaleza de forma un tanto pintoresca con claras referencia al paganismo, frente a la creciente industrialización a que era sometido el país. También suelta un sonoro hachazo a la colonización cultural del catolicismo.
Metáfora de una Checoslovaquia siempre ocupada y sometida históricamente que se condensa en la frase de Valerie “Ojala que esto pudiera terminar con las brujas”, léase Stalin, Bresnev, Hitler y personajes varios… Clara referente de la “Nueva Ola” checoslovaca con sus aportaciones genésicas de defensa de la libertad de expresión, el uso del humor negro como válvula de escape, el surrealismo como burla de la opresión política. Este movimiento vanguardista; con resaca de la Nouvelle Vague; bebe de la primavera de Praga, buscando la escisión con el realismo socialista utilizando citaciones kafkianas, la sátira y la ironía como armas.
Hay que destacar a cineastas como Milos Forman (Amadeus), Jirí Menzel (Trenes rigurosamente vigilados) o Vojtecj Jasný (Todos mis compatriotas), como miembros de esta cofradía. La película está basada en una obra del poeta y músico checo Vítězslav Nezval, cofundador del movimiento surrealista (y del movimiento “Poetismo”). Estos autores buscaban referencias en Francia para su corpus literario y miraban hacia Rusia, debido a la ideología marxista de algunos miembros del grupo.
La Banda Sonora de Valerie un Divu týden fue lanzada por primera vez en 2006. Luboš Fišer compuso una partitura feérica, casi de cuento infantil, basándose en coros infantiles, voces lejanas, percusión, mixturándolo con súbitas estridencias, aullidos o golpes de efecto. El leitmotiv es utilizado repetidamente con variaciones en la orquestación, desde un leve pizzicato hasta la cuerda solemne, pasando por los vientos para dar un aire bucólico. Incluso una imitación con xilófono de cajita musical con ballerina. En las escenas costumbristas, una fanfarria con melodías campestres desfila por las calles. El compositor se atreve con un remedo de música sacra y oración en determinados instante. Aunque los melismas del coro buscan la irritación, estallando en un final con órgano que deviene catarsis absoluta. Estas notas contrastan con el leitmotiv recreado en la guitarra para momentos de sosiego o ensoñación.
Hay una utilización repetitiva del glokenspiel y su metálico timbre en la aparición de los pendientes, que son como un Mcguffin durante todo el metraje. El grupo The Valerie Project sustituye la banda sonora original de esta película. El resultado ha sido un disco complejo, de treinta cortes, que se ajusta como un guante al metraje de la película. Fue compuesto para ser tocada en directo junto con la proyección cinematográfica. De este modo se creaba una atmósfera muy especial. Un perfecto acompañamiento para las subyugadoras imágenes del film.
 

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