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Entrevista a Carola Aikin, por Almu Ballester

Fotografía de José Nolla

Entrevista con Carola Aikin, a propósito de su tercer libro de cuentos, Las Primaveras de Verónica (editado por Páginas de Espuma)
Almu Ballester: Antes de entrar en el contenido y para comenzar, me gustaría preguntarte por la parte emocional de todo este asunto. ¿Qué ha significado para ti Las Primaveras de Verónica?
Carola Aikin: Para mí este libro ha sido todo un reto, una especie de espiral en la que no solo giran los cuentos, todos inéditos y relativamente recientes, sino muchas otras circunstancias. Ha sido quizá el más desafiante, porque me pedía una estructura que he tardado en concretar. Definir esa estructura de soporte ha sido también lo que más me ha gustado.
Con esta estructura te refieres a las pequeñas historias entre el francés y Verónica, imagino.
Me refiero al hecho de que los dos personajes del primer cuento hayan saltado del mismo y decidieran pasar la noche contándose historias, como en Las mil y una noches. Scheherazade, a través de sus cuentos, está salvando a su hermana y a todas las futuras mujeres del sultán. Me interesó en especial esa conversación que mantenían entre ellos, en la que el sultán Shahriar se atrevía a moralizar en torno a los cuentos que ella iba contando.
Creo que el libro se deja leer en dos o tres niveles: como una historia familiar, la propia de Verónica; en clave social, que resalta una sociedad mojigata que sale de una guerra fratricida, e incluso en clave simbólica. Es una historia con muchos secretos guardados que salen a la luz de forma indirecta. ¿Formaste estos tres niveles conscientemente, te planteaste contar las tres realidades entrelazadas?
No fue planeado, es algo que fue saliendo así. Lo cierto es que al darme cuenta de los cuentos que tenía sí que empecé a ver todos los niveles, en un juego que se me hizo muy interesante como escritora.
 Me llama la atención que lo titules “Las primaveras de Verónica”. ¿Cómo son las otras estaciones de Verónica? ¿Están también en el libro? ¿Por qué “las primaveras”?
Quizá porque lo que más sale en el libro son primaveras e inviernos. El otoño está ausente y el verano es como una primavera más larga. Siempre me ha interesado la historia de Perséfone, esta pequeña diosa que es abducida por Hades y que vive en la oscuridad del reino subterráneo para volver a la luz todas las primaveras. Como en un ciclo vital al que no somos ajenos nosotros, en especial las mujeres. Pasar de la invisibilidad al florecimiento, del invierno a la primavera. No existe una estación sin la otra: en primavera las mujeres viven y buscan y para ello necesitan otro momento, en invierno se prepara la primavera, es un poco la sensación mía.
Un tema central en el libro es el de la familia. La de Verónica tiene una estructura desplazada, con un padre poderoso y ausente y una madre peculiar, muchos hermanos y una tata que es casi más madre que la propia.¿Qué reflejas con este tipo de familia, poco habitual para la época?
Es una familia híbrida, bicultural, ahora no tan extraña: existen muchísimas familias biculturales hoy en España. Cuando tienes una familia en la que están coexistiendo dos culturas, te aporta siempre un “ojo móvil”, se observan las situaciones desde diferentes perspectivas. Yo creo que esta circunstancia se nota mucho en la niñez y así se refleja en el libro.

En concreto, la relación de Verónica con la tata Valentina siento que se marca como fundamental. La tata es casi más madre que la propia madre, cuida, aporta cariño pero también firmeza, incluso se convierte en un referente ya fallecida, un confidente a quien acudir, que posee y guarda secretos.
Quizá también es un fenómeno de aquella época. Mi madre, además de tener muchos hijos, también trabajaba, lo cual no era nada habitual. Pero otras madres tenían un montón de hijos y también había muchas mujeres que heredaban de la guerra, sencillamente. Gente que se quedó “colgada” y que se metió en otras familias. Por entonces las familias eran comunidades que incorporaban distintas personas, bien como tatas o bien como personajes familiares que andaban por ahí y que formaban una especie de pequeño matriarcado. En mi casa, en concreto, vivían con nosotros dos mujeres: una era prima de mi abuelo y la otra era la mejor amiga de mi abuela, de la parte española. Al casarse mi madre con mi padre, ellas pasaron a formar parte de la familia.
Gabriel parece uno de estos “personajes incorporados” que mencionas. Se deja deducir que no es un hijo del matrimonio, surgen dudas razonables e incluso la maestra hace preguntas… ¿Por qué es tan borrosa la filiación de este personaje y cómo lo manejas?
Bueno, es que yo creo que en nuestra época había mucho niño ilegítimo y no siempre nos enterábamos en el momento. En el caso de Gabriel, la imaginación de Verónica le lleva a decir que se lo encontraron, porque a los niños se les decía mucho eso de “tú llegaste aquí metido en un canasto y te encontramos en la puerta de casa”, como una broma de entonces. Gabriel es un hermano de ella, pero uno peculiar. Verónica está muy enredada, no le casan las cosas, todo está lleno de contradicciones. No puede hablar, pero ha oido cosas tremendas sobre lo que pasó en la guerra, y además le llega filtrado dependiendo de quién lo cuente. Era un mundo donde todo se explicaba de una forma tan ridícula a los niños… Fuimos una generación de niños que, tras escuchar cualquier testimonio, primero pensábamos “seguro que es mentira” y a partir de ahí elaborábamos la historia. Verónica empieza a liar las cosas en su cabeza, piensa que Valentina quiso tener hijos y no pudo, por tanto, le adjudica este hermano.
Lo que se dice, lo que no se dice… leyendo tu libro he pensado que tal vez nos contabas la historía recurriendo a una simbología, en algunos casos onírica. Por ejemplo, el mar, a lo largo de los cuentos, respira, es vida, pero también representa la agonía, la muerte… ¿Qué hay de alegórico en estas historias? ¿Algún poeta, otras lecturas que puedas señalar como influyentes?
El mar para mí es algo muy importante. He vivido cerca del mar, en un barco; he tenido una relación con el mar muy especial. También he navegado mucho. Destacaría quizá una cierta influencia clásica, La Odisea, que sucede de principio a fin en el mar. En realidad, todo están en los clásicos, ¿no? Camus, por ejemplo, también habla del mar, de cómo es posible sobreponerse a la miseria al lado del mar, en el Mediterraneo, en contraste con una ciudad del norte, gris, donde se haría insuperable. Por otro lado, mi padre, que venía del Manchester industrial de los 50, me contaba historias poderosas en una playa de Fuengirola. Ese disfrute, ese placer con el que lo hacía, el contraste de las dos imágenes, las fábricas que a él impedían ver la luz del sol y el mar delante de mis ojos, sin duda me inspiró. Hice la misma ruta que él hace unos años.
Es cierto que los cuentos que hablan del mar traen emociones intentísisimas…
Sí, me doy cuenta de que es un buen punto de partida. En el cuento La costa el mar trae vida, peces, hombres. Pero en el siguiente, La muerte de mamá, el mar y el Dios Neptuno representan la muerte, o más bien la agonía, a modo de viaje por el mar.
Siguiendo con los símbolos, en El rey de los cangrejos, es delicioso ese niño traductor-adivino al que le escuecen las palabras, que se le clavan, que le cuesta arrancarlas. Los vocablos prohibidos que hay que tragarse y te pueden matar. Lo indecible y los secretos, creo que se ve claro. Pero a veces tus cuentos contienen símbolos que podrían volverse crípticos… ¿no temes que el lector se pierda? ¿Cuánto crees que hay que darle hecho? En la costa, por ejemplo, contiene unas cuantas elipsis no exentas de ambigüedad.
Yo sé que no soy una autora fácil de leer, pero no lo identifico con un problema de un nivel cultural, es más bien que al lector le apetezca o no; es mi forma de escribir. Este cuento concreto lo analizamos en un taller, generó muchas preguntas. Mi respuesta de entonces fue: lo normal no puede existir si no existe lo anormal. La razón no puede existir si no existe la locura. El día no puede existir si no existe la noche. Hay veces que yo buceo en el lado contrario. Entiendo que puede ser críptico, pero es en realidad la historia de una violación, de una persona que en realidad no sabe ni que la están violando.
Este tema también aparece en La habitación 201 y es un secreto que desvelan las voces de los espíritus, pero, ¿no se siembra un poco la duda…? ¿Cómo es esa niña y por qué llega a darse esa escena?
Se describe algo que yo creo que a muchas a mujeres les sucede, que empiezan a jugar y el juego va más allá, y lo que empieza siendo un juego que podría acabar en un acto de amor interesante para la mujer, levanta algo muy salvaje en el otro. Obviamente no hay equilibrio, son historias entre niñas y hombres, cualesquiera que sean las razones que llevan a una  niña a meterse en la cama con un hombre, en la diferencia de edad es obvio el abuso.
Es un tema que interesa y a la vez pica…
Porque hay algo de admiración, hay algo de poderío. En el cuento de La habitación 201 es un tema más corrupto, más pervertido, puesto que el hombre la está enseñando a robar, ya es otro asunto y otro tipo de niña. Pero en La costa ella está encontrando el placer y la risa y el hombre siente algo parecido a ganas de destrozar la belleza. La belleza es un don, un talento, y curiosamente la propia belleza suscita las ganas de destruir esa belleza. De apoderarse de ella, someterla. La fuerza que destruye.
Fotografía de Daniel Mordzinski

Encuentro que en este libro la infancia tiene muchísima importancia. Se revela como nuestra raiz y al mismo como nuestro corsé, pues nos define. Y representa la verdad, por ejemplo en el cuento de La niña extranjera y la España vieja, en el cual Verónica enfrenta su verdad a la de las monjas odiosas. ¿Qué tiene la infancia que es tan remarcable y tan terminante?
Yo creo que la gente nace inteligentísima, somos muy luminosos cuando somos pequeños. Tenemos claridad y funcionamos como una cámara que va rodando el entorno todo el tiempo, absorbiendo lo que observa. Por otro lado, la infancia no deja de ser la realidad a la que vuelve uno cuando quiere explorar quién es y por tanto, es la clave para entender reacciones posteriores, incluso años más tarde: de adultos, los hermanos vuelven a establecer las mismas dinámicas que cuando eran pequeños. Las reacciones que tenemos ya mayores no siempre se entienden y es simplemente porque no nos paramos a pensar que los patrones de conducta en realidad se repiten una y otra vez.
En el gran cuento Eramos un animal, me encanta la idea de que los hermanos son un animal que lucha contra si mismo. Quiero ver parte del legado de los padres y parte una representación de luchas fratricidas como la Guerra Civil, ¿cierto?
Más bien trata de la sensación de formar parte del puzle que es una familia, con ese lado que te acojona. Hay un cuento que me encanta de Isak Dinesen, se llama La familia Cats. En ella todos los miembros son honorables, porque toda la oscuridad de la familia se la han echado encima a un solo miembro, que se ha ido a vivir a ultramar. La oveja negra. Cuando este personaje retorna, el resto empieza a descubrirse tal cual son… el que era fantástico resulta que tiene treinta amantes, el que era honesto ha robado a lo largo de muchos años… todo se destapa. Las familias, también las comunidades y sociedades pequeñas, tienden a necesitar un diablo, alguien a quien hacer cargo de todo lo oscuro, las dudas, el miedo, las vergüenzas… En nuestra generación, la de los 50 y 60, hubo multitud de problemas con la droga, cuántas familias no perdieron a miembros familiares jóvenes, ahí está la historia. Eso es la pertenencia al clan, que al tiempo que te conforma, te produce inmenso rechazo. Por otro lado, respecto a la estructura familiar, desde aquella época hasta ahora el cambio ha sido enorme, un cataclismo. Familias reconstruidas, con miembros de otros matrimonios, conceptos que han desaparecido, como el de “hijo ilegítimo”. Y ese cambio lo hemos hecho la generación que venimos de allí. Somos la primera generación de familias mutantes.
Vamos a los personajes: en general me da la sensación de que a todos los define su orgullo, ¿no es cierto? Valentina, Verónica y el francés parecen flotar entre la nostalgia y el orgullo. E incluso lo llevan a un nivel que la sociedad no tolera, los acercan casi a la locura.
Es un comentario interesante. El orgullo es dignidad y la dignidad se mantiene hasta el final, porque en el fondo es lo que tenemos. En el sentido positivo de la palabra, el orgullo es nuestro nombre.
Incluso los personajes animales, como Calpa, el caballo de El rey de los cangrejos, tienen casi esta misma esencia humana y orgullosa como identidad.
El caballo de El rey de los cangrejos es un personaje mitológico. Este es uno de los primeros cuentos que escribí y me resultó curioso constatar cómo al relatar se nos cuela el inconsciente colectivo. Me preguntaba cómo sería este caballo, qué nombre le daría… Entonces hice una búsqueda y averigüé que estaba describiendo al kelpie del mito escocés: un caballo poderoso que surgía del mar en las playas que habían sido escenario de sacrificios humanos y al hacerlo, podía adoptar la forma de un hombre, solo que siempre mantenía las pezuñas de caballo. El kelpie se llevaba consigo a las víctimas a las profundidades. Está relacionado con otras tradiciones celtas escocesas, otras historias de sirénidos que abducen mujeres hacia el mar. También es el espíritu de la corriente del agua, tanto marina como dulce.
Varios animales más en este libro. Tú eras bióloga antes de escribir, el hecho de haber estudiado especies amenazadas ¿proporcionó material para tus cuentos…?
Claro que sí, mucho. Siempre ha sido una pasión para mí, trabajaba para ahorrar dinero y poder trabajar con animales. Encuentro muy interesante la relación entre el animal y el humano, hay algo muy mágico.
¿Y qué me dices de los objetos? También los haces personajes: hablan, sienten, temen al abandono, las subastas, incluso se rebelan. La casa, La Santa, también mantiene su dignidad, incluso cuando está en ruinas. Su propio orgullo.
Bueno, siempre me han encantado las historias de Felisberto Hernández, es el amor de mi vida… (Risas)… Los objetos tienen un significado porque sobreviven a los humanos. Cuando tú coges el candelabro de tu abuela, sabes que ahí hay huellas digitales de tus antepasados. Los que llegan a la casa de La Santa, que en realidad, es una casa de nuevos ricos, vienen de otros sitios, transportan su propia historia y la defienden. Fíjate que en este mundo de ahora, en el que todo es de usar y tirar, hay algunos objetos de los que nunca vas a querer desprenderte, van a vivir más que tu y que yo.
Una pregunta para acabar: ¿me dirías cuánto hay de Carola en Verónica?
Eso nunca se sabe, sobre todo porque todavía la tengo muy cercana. El autor es el autor. Luego está el escritor, por otro lado el narrador y por el otro el personaje. Lo que sí tuve muy claro, desde el principio de este libro, es que ella no iba a figurar solo como  personaje, porque ella quería contar. Ella quería ser la autora, de alguna manera, de su propio libro. Es un personaje al que llevo cosiendo muchos años, tiene incluso un diario. Verónica tiene que ver conmigo, pero también me acerco al francés y a Valentina. Sin que lo que se relata me haya sucedido, sí estoy describiendo temas de mi infancia y de cómo los percibía, siempre hay un punto fuerte de experiencia personal. En el carácter tenemos puntos de conexión, de otro modo no podría haberme salido así. A Verónica, por otro lado, no la ata nadie. Tengo un cuento de ella, que pertenece a su diario, en el que ella comienza a enfrentarse a los diferentes narradores de su propia historia (un hombre primero, una mujer después) hasta que finalmente decide contar su versión. Narrarse a sí misma. Busca su escritura porque es ella, el personaje, el que en realidad se está narrando. La auténtica Verónica.
Almu Ballester, escritora y traductora.
 
Carola Aikin Araluce (Madrid, 1961) es licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Autónoma de Madrid. Educada entre dos culturas y en dos mundos académicos distintos, España e Inglaterra, dedica casi diez años a perseguir becas internacionales para realizar estudios y programas en torno a la recuperación de fauna amenazada. Los viajes, los animales, el contacto con gentes muy distintas, se acumulan en cuadernos hasta que, en el año 1994, decide fijar su residencia en Madrid e inicia su crecimiento literario en los Talleres de Escritura Creativa de la escritora Clara Obligado. En 2005 publicó en Páginas de Espuma su primer libro de cuentos, Las escamas del dragón, al que le siguió Mujer perro en 2012.
 

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