Paco Lobatón rescata catorce historias de desaparecidos

AASHTA MARTÍNEZ.

David Guerrero, el niño pintor de Málaga, tenía trece años cuando salió de su casa para acudir a una exposición de pintura el día 6 de abril de 1987. Estaba ilusionado, ya que había logrado que uno de sus cuadros participara en una exposición colectiva sobre la Semana Santa de Málaga. La última vez que se le vio, fue saliendo de su casa para coger un autobús que le debía dejar en el centro de la ciudad, donde se encontraba la galería de arte en cuestión. Desde entonces, su madre y su hermano no han dejado de buscarle en ningún momento.

La historia de ese chico es una de las catorce que integran Te buscaré mientras viva (Aguilar), del periodista Paco Lobatón. El jerezano, que en su día se hizo muy popular gracias al programa de televisión Quién Sabe Dónde, lleva décadas dando voz a los sin voz. Y, para no bajar el listón, ha querido narrar en su último libro una serie de historias de desapariciones ocurridas durante las tres últimas décadas en España, dando buena cuenta de la tenaz lucha que sus familiares se resisten a abandonar.

En este proyecto, que forma parte del trabajo emprendido con la creación en 2015 de la Fundación Europea por las Personas Desaparecidas QSDglobal (a la que se destinarán íntegramente los fondos que se obtengan por su venta), las historias están contadas en primera persona por los allegados más directos a los verdaderos protagonistas, las personas desaparecidas. Desaparecidos cuyos casos han quedado, en la mayoría de ocasiones, en el limbo informativo y policial. O directamente en el olvido.

Lobatón cuenta que las historias de desaparecidos han sido un ingrediente por momentos muy rentable para los programas en los que se han abordado, pero no ha ocurrido a la inversa. “No solo porque el cómputo de casos resueltos sea prácticamente igual a cero, sino porque su aproximación ha sido casi siempre episódica, sin la continuidad ni los recursos necesarios para ayudar de verdad, por ejemplo, mediante la difusión sistemática de las alertas de búsqueda o a través de un método de canalización de las pistas aportadas por los telespectadores”, explica el autor en su trabajo. En otras palabras, cree que la eficacia en este terreno es directamente proporcional a los medios empleados, al tiempo dedicado y a las prioridades establecidas, y todo ello partiendo de la premisa de un seguimiento continuado de los casos.

“Familia a familia, caso a caso, el sentimiento es siempre el mismo: no hay final para esta batalla hasta que no se llegue a un final cierto. El más feliz o el más dramático, pero un fin”, reflexiona el autor. “En las manos de estos buscadores, el teléfono se ha convertido en una terminal nerviosa, en el vigía permanente, pero también, en muchas ocasiones, demasiadas, en un verdugo despiadado e insolente que, en lugar de ser portador de la esperada buena nueva, emite burlas o golpea con sádicas mentiras. Pero ni siquiera eso alterará su determinación. Un impulso que viene de muy adentro. Un mandato del corazón que la inteligencia no discute”.

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