Viajes y libros

'La burbuja terapéutica', de Josep Darnés

La burbuja terapéutica

Josep Darnés

Arpa
Barcelona, 2018
255 páginas
 
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Aunque las intenciones de Josep Darnés (Figueres, 1976) se limitan a las de reflejar sus experiencias, este libro es una especie de guía para neuróticos. Sobre todo porque compensa el exceso de mensajes que idiotizan, a tanta gente reclamando, para los demás, la paz interior y los consejos acerca de dónde encontrarla. Así se convence a mucha gente de precisar terapia cuando, en un caso como el de Darnés, lo único que hacía falta era convencerse de que uno no puede ser feliz sin interrupción, o al menos no feliz en el sentido sublime del término. Si alguien quiere alcanzar la felicidad, tiene que estar dispuesto a reconocerse también en el dolor. Lo que ocurre es que a nadie le gusta el dolor, y mucho menos ese de baja intensidad que, en buena medida, nos acompaña durante demasiadas horas. Es contra ese malestar con el que pugna Darnés en todo tipo de terapias, siguiendo a toda suerte de iluminados, hasta dar con algunos aciertos que, entre otras cosas, le ayudan a identificar que es una persona normal y no necesita terapia. A lo largo del libro, escrito con desenfado y una ligereza que nos permite leerlo en una tarde, aparecen anécdotas increíbles, que harían palidecer a los guionistas de comedias gamberras. Aunque estas nos impacten, la mayor parte está centrado en las terapias de hipnosis y autohipnosis, muchas de ellas protagonizadas por farsantes. Estos iluminados espirituales conducen su labor a través de paradojas que Darnés sabe aprovechar para dar continuidad y establecer la estructura del libro.

En realidad, el libro tiene una sola conclusión: que de nada valen las terapias si no hay cariño. Lo que necesitamos es querer y sentirnos queridos. Durante los procesos terapéuticos que va eligiendo, sin discriminación, goza de momentos de plenitud, sí, pero sin transformación. Cotejar esos instantes, que se autoinduce, con el resultado final, que es que el resto del mundo permanece idéntico a aquel del que quiso escapar, del que le enfermó, lo que provoca es que las fases depresivas se incrementen. Y esto le lleve a la desesperación, a buscar nuevas terapias, nuevos momentos maníacos. Así es como prueba cualquier versión de las viejas religiones orientales, y de la contemplación, adaptadas a la neurosis de la civilización occidental: el coaching o el mindfulness, por ejemplo. La lista es muy extensa y abarca también a los hijos de Freud y la aromaterapia. A medida que se involucra en la rueda, tiene más prisa por sanar. Pero si no hay nada que sanar, ¿qué agujero pretende rellenar con esta dinámica? Sin duda, ninguno nos sentimos completos y todos pensamos que el mundo está enfermo. Lo que ocurre es que la aceptación no pasa ni por abandonar la lucha ni por creernos solo entes espirituales, algo que lleva a Darnés a concluir que los maestros y los discípulos aventajados de muchas de estas terapias se creen, sencillamente, mejores que los demás. Y eso concluye en un aislamiento, en disociación, en marginación. Nada hay más satisfactorio que saberse una persona normal. De hecho, con pocas dosis pero bien avenidas, Darnés se deja llevar por el sarcasmo cuando plantea las paradojas como que “ponerse en manos de personas  carentes de sentido de la realidad no parece muy recomendable”.

El psicoterapeuta Víctor Amat escribe, en el prólogo del libro, que “a menudo olvidamos que hay cierto dolor que debemos aprender a sobrellevar”, y que la perfección no existe, y mucho menos la espiritual. Al final, gracias a los demás, a los amigos, a querer y ser querido, uno aprende que ese dolor es como el peñasco que cae al río: puede que durante un tiempo haga de presa, pero finalmente el agua encontrará su camino y lo sorteará para seguir corriendo; y con el tiempo, aunque nos parezca mentira, el agua se impone y termina por tallar a la piedra, hasta integrarla en la personalidad del río. Darnés ha hecho este viaje siendo joven, y parece haberlo terminado a tiempo. Solo nos cabe desearle suerte.

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