'Historia del arte y de la mirada', de Mark Cousins
RICARDO MARTÍNEZ.
‘Mirar es observar, y en ello caben el pensar (y el penar), el distinguir, el valorar, el sugerir-se; el vivir imaginariamente, el vivir más allá de la realidad inmediata. A veces la imagen, una imagen, equivaldrá a esas famosas mil palabras, pero otras veces será cualquier número de palabras aleatorio. El mirar, así, es vario, multiplicador, enriquecedor.
El proemio, a modo de identificación personal, que el autor expresa me parece muy interesante, descriptivo y un algo así como iluminador: “(Mirar) es un mundo: el mundo visible, el mundo de Cezanne, de Cleopatra, de mi abuela muerta, de árboles al otro lado de la ventana en una mañana luminosa, de cualquier cosa que hayamos visto” Y remata, como invitación imperiosa: “mirémoslo”
Se apoya, a la vez, el autor en este canto en favor de la mirada (repárese, hay en el libro una implícita invitación a mirar lo evidente, lo real, y su sombra, su trascendencia o significación) en un pintor tan ensalzado como Cezanne: “Su carta manuscrita sugiere que nuestra mirada no consiste solo en todo lo que hemos visto, sino en cómo lo hemos visto y qué hemos hecho con lo que hemos visto”. Y subraya, dando a su razonamiento una aproximación al mundo de la literatura: “Mirar es también aprehender el espacio; es pasear, detectar, anhelar, diseccionar y aprender” Esto es, mirar es el arte por antonomasia, es vivir
Dividido el contenido del libro en tres grandes apartados: ‘Los inicios’, ‘Expansión’ y ‘Exceso de carga’, tal vez aludiendo a cómo ha prendido el mundo de la imagen en el hábito de todo ‘pasajero’ actual, el texto está plagado de ejemplos –muchos de ellos teniendo como soporte el mundo del cine, una de las dedicaciones del autor-, y es preciso y elocuente cuando ha de abordar el famoso cuadro de artista que protagoniza la portada y su afamado cuadro pintando el sexo femenino. Así: “Una imagen del mundo de la pornografía se colaba en el mundo del arte y, al hacerlo, ponía en jaque la distinción alta/baja cultura. La primera enriquecía y la segunda demediaba, o eso decían los burgueses” Ahora bien, continúa: “Pero como el deseo de mirar algo sexualmente estimulante es igual en todos los seres humanos ¿cómo podía contener inmoralidad y bajeza?” La siempre disputa sobre gustos y criterios morales en torno al arte!
En cuanto al papel atribuido a los responsables de la urbe construida, diseñada, argumenta, esto es, el escenario en que cada día nos movemos, es decir, el destinatario de nuestra más primaria e inmediata mirada, escribe:”… la Vía Procesional de Babilonia, las ciudadelas circulares del coliseo de Roma o de Bagdad, con las diferentes clases de miradas que permitían –anhelantes, abarrotadas, opresivas, sabias-, nos dan un sentido del desarrollo de la mirada en las ciudades”. En épocas recientes, arquitectos y urbanista han seguido determinando nuestro sentido visual. Tal es la razón dominante sobre nuestro instinto del mirar, que no es sino el identificarnos, el ubicarnos en una forma de seguridad amén del criterio estético que, interiormente, cada una sienta como percepción necesaria.
“Isfahán es la mitad del mundo” dicen los iraníes. Otros han aludido, en el tiempo, a su barrio, a sus montañas o a las paredes silentes y acogedoras de su habitación.
Aludir a la necesidad de la mirada, al bien de la mirada como perpetuación de una forma de cultura es, creo, acertar en la percepción del mundo, una alusión oportuna a la realidad, a lo cotidiano, a la pertenencia como especie sensible: “Nada me puede suceder en la vida, ninguna desgracia, ninguna calamidad (mientras conserve los ojos) que la naturaleza no pueda reparar” escribió Ralph W. Emerson, en uno de sus cantos acerca de la significación del todo que para él supone el paisaje, incluso su entorno: “No soy nada; lo veo todo; la corriente del Ser Universal me recorre; soy una parte o partícula de Dios”
Escrito con destreza y una prosa diáfana y convincente, el libro es un auténtico regalo para los sentidos, ya sea visto a través de sus numerosas láminas, ya por su incitación permanente en pro de la mirada como una forma de ser crítico, constructivo, trascendente.