'Obscenidad', de Rokudenashiko. Activismo vaginal
Por Rubén Varillas
Japón es un país marcado por sus enormes contradicciones. En una sociedad regida por el interés de la colectividad y por las normas comúnmente aceptadas que lo garantizan, conceptos como los de honor, tradición y orden consuetudinario tienen todavía hoy un peso enorme, aunque en algunos casos lleguen a entrar en contradicción con la realidad. Recordemos que, hasta finales del siglo XIX, el país conservó un régimen feudal basado en el vasallaje a caciques terratenientes (shōguns) y consolidado por una devoción férrea, cuasi religiosa, al Emperador; devoción que se mantuvo intacta hasta la derrota de su ejército en la Segunda Guerra Mundial y el posterior mensaje de rendición que el Emperador retransmitió para todo el país.
En la cultura y el entretenimiento japonés se conjuga ese arraigo ancestral a la tradición con un fervor desmedido por el futurismo tecnológico y la parafernalia pop. De igual modo, en su imaginario narrativo se entrevera la espiritualidad contemplativa, deudora de las sensibilidades taoístas, sintoístas y budistas tradicionales, con una violencia ficcional extrema reflejada en escenas de furia y derramamientos de sangre descontrolados.
Como no podía ser de otro modo, también el erotismo y la sexualidad niponas se miran en espejos divergentes. Es conocida la inclinación cultural de los japoneses hacia fórmulas de fetichismo estrafalario y perversiones embarazosas, cuyas concreciones artísticas y visuales bordearían, en muchos países, la legalidad vigente que delimita los límites de la libertad de expresión y del comportamiento social. Pero al mismo tiempo, en Japón, la exposición de la sexualidad en el erotismo y la pornografía está fuertemente regulada. Los mangas, el cine y el arte pueden mostrar violaciones, aberraciones sexuales e incluso comportamientos pedófilos apenas disimulados, pero los órganos sexuales, masculinos y femeninos, se pixelan y difuminan en la exposición visual del coito con un sorprendente sentido del recato:
El estatuto de Obscenidad, el artículo 175, forma parte de las leyes desde hace más de cien años, desde su incorporación en 1907 al Keiho (el Código Penal de Japón). La definición de “obscenidad”, aunque nunca se ha concretado explícitamente en la ley escrita, se perfiló por vez primera en el caso de 1957 referente a la novela El amante de lady Chatterley. El caso sirvió como prueba del algodón para la obscenidad (…). Aunque esta prueba del “sentido de la decencia de una persona razonable” se aplica a la pornografía al igual que a las obras de arte, los materiales en los que se encuentre un elemento artístico que mitigue la ofensa pueden verse exentos. Ése no fue el caso de la novela clásica de D. H. Lawrence, y después de varios recursos, el traductor y el editor finalmente acabaron siendo condenados por obscenidad.
La cita está extraída de las páginas de Obscenidad, el cómic de Rokudenashiko, pseudónimo de la artista Megumi Igarashi, quien se define a sí misma como “artista MANKO”. En japonés, rokudenashi se traduce como ‘inútil, incapaz’ y manko significa ‘vagina’; como sucede con casi todos los términos de carácter sexual, este último es una palabra tabú dentro del idioma japonés. Así, Rokudenashiko se enfrenta a la estigmatización de la sexualidad femenina mediante esta enunciación desprejuiciada y obsesiva de la palabra “vagina” (que se repite insistentemente en toda su obra: todo es manko en su producción artística). Y lo hace también a través de la ostentación simbólico-representacional de sus propios genitales. Desde su actitud agitadora y contracultural, la artista realiza moldes de su vagina en silicona, plástico, yeso y otros materiales, que luego manipula, reinterpreta y reproduce con diferentes formas y tamaños para dar forma a todo tipo de objetos y obras de arte (que van desde maquetas, a fundas de móvil, cuadros, cómics manga, esculturas e incluso piraguas a tamaño real). En este sentido, el arte manko de Rokudenashiko funciona como ejercicio subversivo exhibicionista de activismo multidisciplinar.
A causa de su actividad manko (o “arte vaginal”, como podríamos llamarlo en español), Megumi Igarashi ya ha sido detenida y encarcelada dos veces en su país. En lo que parece una performance sesentera (involuntaria pero difícilmente superable), su experiencia personal carcelaria redondea una confluencia de agravios en la que la señalada estigmatización de la sexualidad femenina desemboca directamente en su criminalización.
De todo esto nos hemos enterado gracias a Obscenidad, el cómic manga en el que Rokudenashiko relata su historia personal y nos da cuenta de su actividad artística y activista (artivismo feminista en estado puro). Con un dibujo caricaturesco muy sencillo y reconocible dentro del manga humorístico, Obscenidad combina la secuenciación en viñetas con numerosos textos e imágenes: entre los que se encuentran fotografías de la artista y sus intervenciones, fotogramas televisivos, capturas de internet, recortes periodísticos, fragmentos de entrevistas, documentos judiciales, cartas, textos explicativos, digresiones personales, etc. De esta suerte, lo que visualmente podría parecer un manga infantil humorístico, termina resultando una detonación autorreivindicativa con vocación de manifiesto de género.
Sin embargo, aunque su condición proclamática destaque sobre su calidad artística o cualquier otra apreciación crítica, el artefacto de Rokudenashiko funciona también como puro entretenimiento y como curiosidad narrativa para entender la realidad cultural de un país que, en muchos sentidos, sigue pareciéndonos otro planeta. Ese Japón de las realidades paralelas (y contradictorias).