'Nuestra casa en el bosque', de Andrea Heljskov
Nuestra casa en el bosque
Andrea Hejlskov
Traducción de Ilana Marx
Volcano
Madrid, 2018
313 páginas
Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca
Este libro nos devuelve a la memoria la película Capitán Fantastic, con un pero: la cinta protagonizada por Vigo Mortensen comienza, aproximadamente, donde termina el libro. Una familia numerosa opta por una vida salvaje. En la ciudad creían haber encontrado un equilibrio, una vida cómoda, pero el vacío que provoca la neurosis urbana, cuando uno se detiene por un instante, es demoledor. Poder ver desde fuera la conciencia, el constructo de normas que creemos pertenecen a la moral, pero son reglas de convivencia, nada que ver con la ética, pesa demasiado. Nuestro entorno nos dicta que si uno es normal, le va a ir mejor. Pero esa elección es también un disparo a ciegas. Cuando uno opta por una u otra dirección, lo hace a ciegas. Delante solo hay una niebla muy espesa que puede ocultar el barranco de la normalidad o el paraíso que uno puede construirse. Y ellos, los padres de la familia, quieren ver solo el paraíso o al menos el paraíso de ser protagonistas de su propia vida. Uno puede pasar los años que transcurren en este valle de lágrimas acomodándose y sin hacer nada, o hacer algo, intentando luego buscar soluciones sobre la marcha, y al menos largarse de esta forma de existir con el buen sabor que da el haberlo intentado. Como el Capitán Fantastic, existen soluciones intermedias entre la vida salvaje, en la naturaleza, y la farsa de los hogares americanos, que es con la que todos comulgamos. En la película, se abandonan los rigores del bosque y el monte por la vida autosostenida en la granja, tras episodios traumáticos y mucha negociación. Aquí no diremos cómo se termina la historia, si es que termina, pero sí se puede mencionar la negociación permanente, no siempre vocal, y el condicionamiento del clima.
Cuando la familia de Andrea Hejlsokov opta por abandonar la ciudad danesa para adentrarse en el bosque de Suecia, los días son largos y la naturaleza ofrece su cara más amable. Es casi imposible no sentir momentos de felicidad en el bosque. Si bien, lo primero que Hejlskov reconoce que aprenden es que la felicidad no se da sin interrupción. Y también que frente a la conciencia ellos han puesto en la balanza los sueños, y los sueños, desean, pesan mucho más. Allí conocen a personajes extraños, la mayoría algo solitarios o gente que ha elegido compartir la soledad. El principal amigo es un tipo que se llama El Capitán, alguien con tanto dolor en el pasado que ha elegido olvidar, porque el duelo es demasiado doloroso. Será él quien les ayude durante la construcción de su casa de troncos, mientras viven a lo largo de meses en una especie de tipi indio y van adaptándose a las costumbres del bosque. Hejlskov padece fuertes dolores y comprueba que el reparto de tareas sigue la tradición de género. Su marido se dedica a talar árboles mientras ella barre un suelo que siempre está sucio, por ejemplo. Y así es como la acompañan unos dolores permanentes y se cuestiona su amor. Como lo hacen sus hijos, de quienes no se indican la edad, pero sabemos, por sus reacciones, que uno de ellos es un bebé y otros están en crisis de pubertad.
El libro, escrito con frases cortas, contiene su parte de Robinson y su parte existencialista. Y no niega el debate que se abre sobre esa forma en que se les puede estar mirando desde la distancia de las luces de ciudad. Hejlskov sabe que se les tildará de egoístas, y en cierta manera lo son. Al fin y al cabo, ¿se puede no ser egoísta si uno pretende lo mejor para sí y los suyos? Se les tachará de pequeñoburgueses, pero se trata de es parte de la burguesía que nos regala una lección, es decir, que comparte con toda la sinceridad: no porque compartir sea parte de la conciencia, sino porque sienten que algo es suyo y lo quieren poner en común. Frente a su elección, está el Matrix en el que vivimos los demás, el teatro digital y el mundo prefabricado, la conciencia de los anuncios de margarina. Y así van superando los escollos mientras dura el idilio con la naturaleza. Que la felicidad venga por momentos, o que se pueda perder y recuperar un enamoramiento, son las mejores lecciones que ofrece el relato. Lo otro es, como dice Hejlskov, agarrarse a la propia terquedad. Hasta que llega el invierno y las transformaciones de la naturaleza supondrán cambios, también, en los actores de esta historia real, esta historia que no se acaba nunca.